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PARTE III

EL SOL

(Akhenatón)


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CAPÍTULO VIII

EL HERMOSO NIÑO DEL ATON VIVIENTE


Doscientos años de guerra victoriosa habían puesto a Egipto a la cabeza de las naciones de lo que en aquel entonces —unos 1420 años antes de la Era Cristiana— era “el mundo conocido”. Fortalecido con los botines obtenidos tanto de los semitas como de los nubianos y negroes, su joven rey, Menkheperura —Thotmose IV—, gobernaba con esplendor desde las aguas del Eufrates superior hasta la quinta e incluso la sexta catarata del Nilo. Y Tebas, su capital, era la ciudad más magnífica que había visto el mundo; y el Gran Dios, Amón —el viejo dios tribal de Tebas, elevado al rango de Dios Supremo del Estado—, el más reverenciado y temido de todos los dioses, y sus sacerdotes, los hombres más ricos y más poderosos de la tierra —casi tan poderosos como el mismo rey, que era tenido como hijo de Amón y del que se decía que obtenía su autoridad absoluta directamente de él.

Los señores del mar de Creta y de las islas del Egeo eran sin duda alguna grandes potentados. Tal era el caso también del rey de los hititas, que gobernaba sobre un vigoroso y obstinado pueblo en la lejana Hattushah, cerca de la moderna Ankara. Y tal era el caso del rey de Babilonia (India y China estaban demasiado lejos como para hablarse de ellas). Pero nadie podía compararse con el Faraón. Y ese mundo, del que Egipto se destacaba en la misma forma que lo hacía el dios de Tebas, Amón, sobre los otros muchos dioses del Valle del Nilo y del resto del imperio, tenía ya miles de años. Y dentro de su diversidad, poseía ciertos rasgos de cultura que eran comunes a toda o casi toda su población, desde los bonachones cretenses amantes del arte hasta los mercaderes, sabios y masas trabajadores de la India Dra vi diana: colocaba a la autoridad del

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sacerdote (o sacerdotisa) por encima de la del guerrero, más aún, buscaba en lo sobrenatural la fuente normal de toda autoridad; y veía en el misterio de la muerte algo más importante que incluso la vida misma. Era un mundo viejo, muy viejo, en el que cada persona vivía despacio y en concordancia regular con la largamente establecida Tradición, cuyo origen se perdía en el pasado y cuyo significado estaba siendo —o ya había sido— olvidado por todos salvo quizás algunos pocos iniciados. Y de todas las naciones, Egipto era tal vez la que había estado viviendo durante más tiempo a un ritmo lento.

Ahora, los Dioses, que gobernaban todas las cosas desde dentro, pusieron un extraño deseo en el corazón del Faraón —un deseo inaudito por mezclarse con lo que reside más allá de los límites del mundo autónomo que él dominaba—, y éste pidió a Artatama, rey de Mitania, una de sus hijas como esposa. Ello estaba en contra de la costumbre inmemorial de Egipto, donde los reyes solían casarse con su propias hermanas o al menos con familiares cercanos. También estaba, aparentemente, en contra de la costumbre de Mitania, ya que “seis veces hizo Thotmose IV su requerimiento en vano”1. Pero era el primero y más decisivo de los acontecimientos que iban a tener lugar con el objeto de hacer posible la aparición de un príncipe extraordinario —un auténtico Niño del Sol— medio siglo más tarde.

Pues más allá de los límites del Oriente Medio y Cercano, donde Egipto era la nación suprema, la joven y bella —y dotada— raza aria, cuyo tremendo destino no estaba todavía claro salvo para los mismos Dioses y para sus propios sabios, estaba avanzando desde el Noroeste hacia el Sur y el Sureste, en busca de un ulterior espacio vital entre los pueblos de las viejas naciones. En años, era tal vez tan antigua como ellos, o tal vez


1 Sir Wallis Budge: “Tutankhamon, Amenism, Atenism and Egyptian Monotheism”; edic. 1923, pág. 20.

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se trataba realmente de la raza más joven de la tierra. Pero en cualquier caso —y estaba destinada a permanecer así— era joven en apariencia. Creía en la preponderancia de la Acción sobre la sed de los Desconocido que está más allá. Se sentía segura en su propia vitalidad así como en su misión divina. Y veneraba a la Luz como la más gloriosa expresión visible de la Energía que es Vida en Sí misma, y al Sol como Fuente de Luz y de Vida. Y los reyes aliados de Egipto que mantenían ahora el dominio sobre la tierra de Mitania, dentro de la gran curva del Eufrates superior, controlando aún lo que un día iba a ser conocido como Asiría1, pertenecían a esa raza predestinada (al igual que los reyes de Babilonia de los últimos quinientos años2).

El matrimonio del rey con la hija de Artatama iba a emparentar —por primera vez según nuestro conocimiento— a dos mundos que hasta aquel entonces habían coexistido sin toparse salvo en guerras ocasionales: el “mundo conocido” liderado por Egipto, con sus estrechas y remotas conexiones en el tiempo y en el espacio (el antiguo Egipto, hasta los días predinásticos; la Creta minoica, con sus dos mil años de pasado; la Sumeria inmemorial, y la civilización pacífica afín del Valle de Indus), y .... el mundo ario de aquel entonces, de insospechadas edades pasadas y futuras, desde las tribus germánicas, con su adoración solar y estelar de varios siglos de antigüedad3, hasta la India Sánscrita. El resultado inmediato —que iba a ser experimentado al cabo de unas pocas décadas, tras una llamarada de esplendor— fue el desastre, tanto para Egipto como para el reino de Mitania (al que un Egipto debilitado no podría proteger por más tiempo del creciente poder de sus vecinos). El resultado eterno fue, en la persona del nieto de la pareja real, un solitario y efímero pionero de esa Edad Dorada (del siguiente Ciclo de Tiempo) que todavía estamos esperando: un Niño de


1 R. H. Hall: “Ancient History of the Near East”; edic. 1936, pág. 260.
2 Los reyes de la dinastía Kasita.
3 Wilhelm Teudt: “Germanische Heüigtümer”; edic. 1929, pág. 38 y siguientes.

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la Luz viviendo “sobre el Tiempo” —“en la Verdad, por siempre y para siempre”—, Akhenatón, el Fundador de la famosa Religión del Disco.

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Seis veces había hecho Thotmose IV su petición en vano. Lo sabemos gracias a una carta dirigida por Dushratta, rey de Mitania y nieto de Artatama, a Akhenatón1. Mitania era un reino pequeño; nada que pudiese compararse con el poderoso imperio egipcio. Pero, ¿es qué acaso no merecía la pena mantener la sangre aria dentro de su pureza? ¿es qué no era ella más valiosa que el trono de Tebas y toda su gloria? No es posible encontrar otra explicación al repetido rechazo del rey Artatama a dar a su hija en matrimonio al monarca más poderoso de su tiempo.

Sin embargo, la amistad de los poderosos es dulce —dulce ... y útil. Y un Destino, más fuerte que el deseo de complacer al faraón —o que la conciencia de que era una buena política la de complacerle—, estaba presionando firmemente a Artatama a aceptar; a someterse, en el interés de un algo desconocido. Y “tras la séptima petición, el rey de Mitania dio a su hija al rey de Egipto”2. La nueva reina abandonó su nombre ario y adoptó uno egipcio más acorde a su nueva posición —Mutemuya, o “Mut en el velero sagrado”3—, siendo mencionada en los monumentos como “Princesa hereditaria, Gran Señora que preside sobre el Sur y sobre el Norte”4. Nada se conoce acerca de su personalidad y de su influencia real. Sólo se puede


1 Ver Winckler: “Die Thontafeln von Tell-el-Amarna”; n° 24, pág. 51. La carta está —estaba, hasta 1945— archivada en Berlín.
2 Sir Wallis Budge: “Tutankhamon, Amenism, Atenism and Egyptian Monotheism”; edic. 1923, pág. 20.
3 Sir Flinders Petrie: “History of Egypt”; edic. 1899, Vol. II, pág. 174.
4 Sir Wallis Budge: “Tutankhamon, Amenism, Atenism and Egyptian Monotheism”; edic. 1923, pág. 20.

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vislumbrar que se sentiría atraída en su nuevo hogar por los antiguos Dioses solares de Anu, o de On, que un día los griegos llamarían Heliópolis —por Ra-Horakhti de los Dos Horizontes; por Atem o Atón, el Disco ardiente—, más parecidos a sus nativos dioses arios Mitra y Surya que al exaltado dios tribal de Tebas, Amón. Su contribución real e intangible a la historia posterior de Egipto (y del pensamiento religioso) reside sin embargo en el hecho de que dio a luz al rey Amenhotep III —Amenhotep el Magnífico—, que, independientemente de su interés o falta de interés en los asuntos filosóficos, era medio ario.

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Amenhotep III se casó con unos de los caracteres femeninos más destacables de la antigüedad, Tiy, hija de Yuaa y de Tuau, o Tuaa.

Yuaa, si bien era un sacerdote de Min, el milenario dios egipcio de la fertilidad, era un extranjero “del norte de Siria”, o para ser más precisos, de Mitania1, la tierra de la reina Mutemuya y cuya aristocracia dirigente era, al igual que el rey, aria, independientemente de la mezcla de sangre semita e hitita que tuviera el grueso de su población. Sir Flinders Petrie sostiene que era uno de los numerosos príncipes aliados o vasallos que habían sido educados en la corte egipcia. No se sabe si la madre de la reina Tiy, Tuau o Tuaa, quien de acuerdo con la mayoría de eruditos era de estirpe real, era de sangre totalmente egipcia o de sangre parcial o totalmente mitaniana. “En una carta enviada por Dushratta, rey de Mitania, a Akhenatón, Tiy es mencionada como ‘mi hermand’”2, lo que


1 Sir Flinders Petrie: “History of Egypt”; edic. 1899, Vol. II, pág. 183.
2 R. H. Hall: “Ancient History of the Near East”; edic. 1936, pág. 201. También Arthur Weigall: “Life and Times of Akhenatón”; edic. 1923, pág. 26.

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indicaría que ella misma era, al menos a través de uno de sus padres, de sangre real mitaniana.

Mucho se ha escrito1 acerca de la influencia probable de los muchos mitanianos que vivieron en la corte egipcia —y en particular en la “casa de mujeres” de Amenhotep III— sobre la educación del joven príncipe que iba a ascender al trono como Amenhotep IV y que se haría inmortal bajo el nombre de Akhenatón. Yo me he esforzado en otro libro2 en mostrar lo difícil que es probar tal influencia, y he recalcado que la concepción de Akhenatón de un Divinidad cósmica opuesta a los muchos dioses de Egipto fue el resultado de su propia intuición directa, más que el de cualquier influencia externa: así sucede siempre con las ideas de los genios. La verdad es que la Religión de Atón —el Disco Solar—, a la que Sir Flinders Petrie juzgó “apropiada para nuestros tiempos”3, es el claro ejemplo de la creatividad aria dentro del marco del antiguo Egipto. Es así, sin embargo, no tanto porque su Fundador fuera, o pudiera haber sido, influenciado por personas que tenían una perspectiva aria (ya fuera por sus madrastras mitanianas o por su madre), sino porque seguramente él mismo era medio ario cuando no más: una mezcla de la vieja sangre de los reyes de Tebas con aquella de la noble raza del Norte predestinada a dar al mundo, junto con la filosofía heroica de la Acción desinteresada, el atractivo del pensamiento lógico y de la investigación desinteresada —el espíritu científico.

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1 Por Sir Wallis Budge, Arthur Weigall y otros.
2 En “A son of God”, editado en 1946; páginas 25, 26 y 27. También en “Akhenatón’s eternal Message”; edic. 1940, pág. 214.
3 Sir Flinders Petrie: “History of Egypt”; edic. 1899, Vol. II, pág. 214.

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Nació en el adorable palacio de Charuk, en Tebas, aproximadamente en el año 1395 A.C.1 —unos mil trescientos años después de que las últimas huellas del deshielo de la era glaciar hubiesen desaparecido de Alemania; doscientos años antes de la guerra de Troya; más de mil cien años antes del nacimiento del emperador hindú Asoka, al igual que él, un mensajero de la paz; dos mil años antes que el Profeta del Islam, cuya fe, monoteísta como la suya, pero de un carácter totalmente distinto, iba a ser un día la fe de su reino; más de dos mil quinientos años antes de Genghis Khan, el personaje más claramente “opuesto” a él en la historia; y tres mil trescientos años antes que el nacimiento del Hombre “contra el Tiempo”, Adolf Hitler, quien aceptando la Ley de la Violencia, que Akhenatón ignoró, iba a tratar de construir sobre su única base posible el reino de la Verdad al que este último había aspirado.


1 Ver Sir Flinders Petrie: “History of Egypt” (Vol. II, pág. 205). Otros eruditos establecen la fecha de su nacimiento unos pocos años más tarde (ver Arthur Weigall: “Life and Times of Akhnaton”; también Wallis Budge: “Tutankhamon, Amenism, Atenism and Egyptian Monotheism”).