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PARTE V

EPÍLOGO

(Kalki, el Vengador)


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CAPÍTULO XVI

KALKI, EL VENGADOR


La última Encarnación de Aquél-Quien-regresa —el último Hombre “contra el Tiempo”— tiene muchos nombres. Toda gran fe, toda gran cultura, más aún, toda forma auténtica (viva u obsoleta) de una Tradición tan antigua como la caída del hombre (y como el anhelo subsiguiente por el Paraíso terrenal perdido). Le ha dado uno. A través de los ojos del Visionario de Pathmos, los cristianos contemplan en El al Cristo “presente por segunda vez”1: no ya un humilde predicador de amor y perdón, sino el Líder irresistible de los “Jinetes blancos” celestiales destinados a poner fin a este mundo pecaminoso y establecer “un nuevo Cielo y una nueva tierra”; un nuevo Ciclo de Tiempo. El mundo mahometano Le está esperando bajo los rasgos del “Mahdi”, a Quien Alá enviará “al final de los tiempos” paro aplastar todo mal a través del poder de Su espada —“después de que los judíos se hayan convertido una vez más en los dueños de Jerusalem” y “después de que el Demonio haya enseñado a los hombres a prender fuego incluso al aire que respiran”2. Por otra parte, en casi todos los países de Europa, la Tradición popular ha saludado a Aquel-Quien-regresa tanto en la forma de un rey desaparecido que retorna, como en el Alma misma de un Ejército mítico y oculto: en Alemania, como el


1 “Deutera Parousia” —“Segunda presencia” (de Cristo)— es la expresión girega para “el final del mundo”.
2 Esta tradición se retrotrae en el Islam hasta el siglo XIV. En Persia, el Duodécimo Imán —que desapareció misteriosamente, para regresar al final de los tiempos— ha sido identificado con el “Mahdi”.

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Emperador Federico Barbarroja, que un día saldrá de la cueva en la que ha estado dormido desde hace siglos, salvará a su pueblo y lo dirigirá a una gloria sin precedentes: en Dinamarca, como Holger Danske, de la montaña de Kronborg; en Polonia, como “la Hueste Durmiente” de las historias populares; en Hungria, como “Atila”, que un día ha de reaparecer a la cabeza del “Ejercito de Csaba” y aplicar la venganza divina sobre los malvados e impartir justicia;.... mientras que las viejas religiones solares de América Central le dibujan como el dios radiante y blanco Quetzalcohuatl, retornando con gloria y poder —como el Sol ascendente— desde más allá del Océano Oriental. Y los millones de hindostanos le han llamado desde tiempo inmemorial y continúan llamándolo “Kalki”, la última Encarnación del Poder sustentador del mundo: Vishnu: Aquél Quien, en el interés de la Vida, pondrá fin a este “Kali Yuga” o “Edad de las Tinieblas” y abrirá una nueva sucesión de edades. Yo le he llamado en este libro por su nombre hindú, no para mostrar una erudición que estoy lejos de poseer, sino simplemente porque no conozco ninguna otra Tradición en la que los tres tipos de la existencia manifestada —“sobre el Tiempo”, “contra el Tiempo” y “en el Tiempo”— que he intentado evocar y definir en estas páginas, tengan en forma tan obvia su equivalente en la concepción trinitaria básica de la Divinidad en Sí misma, y en la que (como consecuencia de esto) el Hombre “contra el Tiempo” esté, en todas sus encarnaciones sucesivas, pero especialmente en la Ultima, considerado de forma más elocuente —y más lógica— como el Hombre divino par excellence.

Unas pocas palabras clarificarán este punto.

La bien conocida Trinidad hindú —Brahma, Vishnu y Shiva, tan magistralmente evocada por el arte hindú— es cualquier cosa menos la combinación de tres “dioses” inseparables en uno; más aún, es cualquier cosa menos el triple aspecto de un Dios trascendente y personal. Simboliza algo

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mucho más fundamental, a saber, la Existencia en su integridad: manifestada y no-manifestada; concebible, más aún, visible y tangible, y más allá de cualquier concepción. Pues la Existencia —el Ser— es la única cosa divina. Y no hay Divinidad fuera de Ella; y nada fuera de la Divinidad.

“Brahma” es la Existencia in und für sich —en y por Sí misma; el Ser no manifestado, y por tanto fuera del Tiempo y sobre el Tiempo; el Ser, más allá de la concepción de la mente ligada al Tiempo, y por consiguiente, imposible de conocer. Es significativo que “Brahma” no tenga ningún templo en la India —o en cualquier otra parte. No se puede rendir culto a Aquello que ninguna conciencia ligada al tiempo puede concebir. Uno puede, a lo sumo, a través de la actitud adecuada (y también a través de las prácticas ascéticas adecuadas), fundirse en Ello; trascender la conciencia individual; vivir “sobre el Tiempo” —en el Presente absoluto, que no admite un “antes” ni un “después”, y que es la Eternidad.

“Brahma” —su propio Ser más profundo y el del mundo, experimentado al nivel de la Eternidad— es Aquello que todo hombre “sobre el Tiempo” busca realizar: el estado positivo de “paz, paz perfecta”; de paz no a través de la no-existencia, sino a través de la liberación de la esclavitud del “antes” y del “después” así como de todas las “parejas de opuestos”.

“Vishnu” —el Sustentador del Mundo— es la tendencia de todo ser a seguir siendo igual y crecer (y procrear) en su propia semejanza; la fuerza de Vida universal como opuesta al cambio, y por consiguiente a la disgregación y a la muerte; el Poder que liga a este Universo ligado al tiempo a su Esencia eterna —que liga a todo ser manifestado a la Idea de ese ser, en el sentido que un día iba a dar Platón a la palabra “Idea”.

Todos los hombres “contra el Tiempo” (todos los centros de acción “contra el Tiempo”, en el sentido cósmico de la palabra) son “encarnaciones de Vishnu”. Todos ellos son —en mayor o menor medida— “Salvadores del mundo”: fuerzas de

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Vida dirigidas contra la corriente descendente de cambio irresistible que es la corriente misma del Tiempo; fuerzas de Vida tendentes a llevar al mundo de regreso a la eterna Perfección original; a esa proyección gloriosa de lo No-Manifestado que comienza todo Ciclo de Tiempo.

“Shiva” —el “Destructor”— es la tendencia de todo ser a cambiar, a morir en todos sus aspectos presentes y pasados. El es Mahakala —el Tiempo Mismo; el Tiempo, que arrastra al Universo a su inevitable ruina y (más allá de ello) a una no menos irresistible regeneración; a la Primavera de una nueva Edad Dorada, y de nuevo, despacio pero firmemente, a la degeneración y a la muerte, en una sucesión sin fin de Ciclos de Tiempo, siendo cada uno de ellos un ciclo individual, paralelo a todos los demás, pero sin semejarse a ningún otro anterior o posterior a él.

Todos los auténticos grandes hombres “en el Tiempo” —hombres tales como Genghis Khan o, más cercano a nosotros, Stalin— reflejan algo de su terrible majestad También los más grandes hombrescontra el Tiempo” —en la medida en que todos ellos deben poseer (en mayor o menor grado) las cualidades de carácter que son en especial aquéllas de los hombres “en el Tiempo”; las cualidades en las que se basa la eficiencia de la violencia organizada. Pues Shiva no es sólo el “Destructor”: El es también el Creador —“el Bueno”1; “el Positivo”—, en la medida en que toda creación posterior está condicionada por el cambio, y finalmente por la destrucción de aquello que anteriormente estuvo allí. El está —al igual que la Esencia del cambio destructivo; al igual que el Tiempo— dirigido hacia el futuro. La alegría cósmica y salvaje de Su Danza en mitad de las llamas, al fina! de cada sucesivo Ciclo de Tiempo, es tanto la alegría de la destrucción como la de la Creación nueva y perfecta. Tanto es así que uno no la puede distinguir de la alegría de los héroes “contra el Tiempo”, Encarnaciones de Vishnu. Todos éstos también son, tal como dije antes, hombres “sobre el Tiempo”. Una típica figura histórica “sobre el Tiempo” —Buda— ha


1 La palabra “Shiva” significa “el Bueno”.

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sido, de hecho, clasificada como una “Encarnación de Vishnu” por parte de los hombres sabios de la India; y hay precisamente, en el grito de triunfo atribuido a él en su lecho de muerte —“¡Ahora nunca, nunca más, volveré a entrar en un útero!”—, algo de la exultante intoxicación de la Danza cósmica de Shiva. Y por otra parte, Shiva Mismo —el Tiempo personificado— está también “sobre el Tiempo” (por extraño que esto pueda parecer a la mente puramente analítica). El es el gran Yogi, cuya cara permanece tan serena como el cielo azul mientras Sus pies llevan el compás del ritmo furioso de la Danza de Tandava, en mitad del humo y las llamas de un mundo que se desmorona.

En otras palabras, Vishnu y Shiva, el Sustentador del Mundo y el Destructor del Mundo, la Fuerza “contra el Tiempo” y el Tiempo Mismo —Mahakala— son Uno y lo mismo1. Y ellos son Brahma, la Existencia eterna, la Esencia de todo lo que es. Ellos son Brahma manifestado “en el Tiempo” (y automáticamente también “contra el Tiempo”) y sin embargo eterno. El arte hindú ha simbolizado esta verdad metafísica en la figura de Hari-Hara (Vishnu y Shiva en un cuerpo) y en la famosa Trimurti: el triple rostro de Brahma- Vishnu-Shiva.

En el Universo manifestado tal como nosotros lo experimentamos a nuestra escala, ningún ser viviente encarna mejor esa idea triple y completa de la Existencia —la eterna Ley universal del cambio constante lejos de la Perfección original, de la incansable aspiración e incesante esfuerzo por regresar a la misma, y la inefable paz interior de la Eternidad, inseparable de Aquélla— que el perenne y siempre recurrente Hombre “contra el Tiempo”; Aquél-Quien-regresa, edad tras edad, “para destruir a los malhechores y establecer sobre la tierra el Reino de la Justicia”2.


1 Sri Krishna, Encarnación de Vishnu, dice en Bhagawad-Gita: “Yo soy el Tiempo eterno, Yo, el Sostenedor, Cuyo Rostro gira en todas las direcciones”.
2 Bhagawad-Gita, IV, versos 7 y 8.

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El hombre “en el Tiempo” apenas tiene alguna de las cualidades de Vishnu, o tal como yo las he denominado, cualidades “Sol”.

El hombre “sobre el Tiempo” apenas tiene alguna de las cualidades “Rayo” de Shiva, el destructor.

El hombre “contra el Tiempo” —el Kshattriya excepcional que vive en la Eternidad, mientras actúa en el Tiempo de acuerdo a la doctrina aria, proclamada sobre el Campo de Kurushettra, de la Violencia desapegada— tiene la fidelidad de Vishnu al divino modelo original de la Creación, la sagrada furia destructiva de Shiva (con vistas a una Creación posterior) y la insondable serenidad de Brahma, que es, repito, la serenidad de los tres: paz eterna más allá del rugido de todas las guerras en el Tiempo.

Sin embargo, ningún héroe “contra el Tiempo” ha expresado nunca, en ningún Ciclo de Tiempo, ese triple aspecto de la Divinidad inmanente con absoluta adecuación, salvo el último. Y ninguno fue permanentemente victorioso (en la medida en que nada es permanente en la existencia ligada al Tiempo) —es decir, victorioso durante al menos unas pocas miríadas de años—, salvo el último. Su trabajo fue, o bien roto desde dentro, tras un lapso de tiempo increíblemente corto —asegurándose, a lo sumo, una supervivencia puramente nominal al coste de compromisos siempre mayores con las fuerzas de desintegración—, o bien fue aplastado desde el exterior tras una lucha desesperada contra esas fuerzas crecientemente eficientes. Es como si, a lo largo de los incontables milenios de todo sucesivo Ciclo de Tiempo, desde el final de la Edad Dorada en adelante, la Divinidad buscase su expresión en un nuevo Orden Mundial, fiel al modelo eterno, a través de la acción de Líderes inspirados de las razas más grandes de la tierra, y nunca pudiera hacerlo así hasta final. O mejor, es como si “el final” pudiera ser definido como el momento histórico en el que la Divinidad inmanente, es decir, el Alma del Universo, vuelve a ser capaz de

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expresarse en un auténtico Orden Mundial, a través de la acción del único gran Individuo “contra el Tiempo” plenamente victorioso.

Ese último gran Individuo —una mezcla absolutamente armoniosa de lo más agudo de todos los opuestos; igualmente “Sol” y “Rayo”— es Aquél a Quien aguardan los fieles de todas las religiones y los portadores de prácticamente todas las culturas: Aquél de Quien Adolf Hitler (a sabiendas o no) dijo en 1928: “Yo no soy él; pero mientras nadie se adelante a prepararle el camino, lo haré yo”; Aquél a Quien he llamado por Su nombre hindú, Kalki, en razón a la verdad cósmica que su nombre evoca.

* * *

El mundo Le ha estado esperando desde hace cientos de miles de años.

Todo Hombre “contra el Tiempo” Le ha anunciado (de forma consciente o inconsciente), y ha preparado el camino para su llegada. La más joven gran raza de nuestro Ciclo de Tiempo sobre esta tierra —la aria— se está despertando para portarlo con plena conciencia y orgullo. Y el más heroico y más idealista de todos sus Líderes, Adolf Hitler, el Anterior-al-Último Hombre “contra el Tiempo” —más heroico que cualquiera de los anteriores, puesto que luchó contra la presión decadente de muchos más siglos—, mucho más idealista que el Ultimo mismo, puesto que, al contrario que éste, no iba a cosechar sino desastre—, se sacrificó a si mismo, y a su pueblo en general, para darle a El (a partir de los pocos supervivientes fieles) compañeros de armas en la última y decisiva batalla.

Y los signos de los tiempos proclaman que un día en que El —Kalki— aparecerá está próximo.

Aparecerá cuando todas excepto la última y más dura de las aristocracias naturales arias —sus escogidos compañeros de armas—

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hayan tomado definitivamente el camino del abismo. Y todos, excepto los pocos escogidos, van a tomar rápidamente ese camino.

* * *

Un signo cada vez más claro de fatalidad puede ser observado en el impactante crecimiento de la población del globo año tras año1; especialmente en el crecimiento de las razas más bajas y en la rápida bastardización de las más altas, y en la resultante caída acelerada del conjunto de la humanidad al nivel de un enorme rebaño irreflexivo.

En otra parte del presente libro ya he mencionado este hecho como uno de los más característicos de la avanzada Edad Oscura. En la Edad Dorada —simbolizada en la Tradición Cristiana en el muy anterior mito del “Jardín del Edén”—, extremadamente pocas personas, pero todas divinas, vivían en un mundo delicioso, cubierto (donde el clima lo permitía) con una vegetación exuberante que nadie destruía, y lleno de animales bellos, libres y amigables, a los que nadie mataba o dañaba. Sin embargo, con la aparición de la que he denominado la superstición del “hombre”, expresión del más antiguo egoísmo y vanidad del hombre —es decir, bajeza—, que le aisló de la armoniosa hermandad de las criaturas vivientes y provocó su caída del estado de existencia de la Edad Dorada, el hombre dejó de ser el recto rey de la Creación para convertirse, gradualmente, en su tirano y, cada vez más —a medida que se suceden las miríadas de años y se hunde en la Edad Oscura—, en su torturador. Y su rebelión contra la divinidad de la Naturaleza le condujo, junto a la anterior, a despreciar el gran propósito de la Naturaleza. Una búsqueda torpe de placer individual indiscriminado le hizo indiferente a la llamada de la superhumanidad y se degradó cada vez más. Ahora, al final de la


1 He mencionado en este libro la trágica advertencia de Hans Grimm (ver su libro “Warum? Woher? Aber Wohin?”, pág. 107-108, 206 y siguientes).

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Edad O scura, la imagen del Edén está completamente invertida. Sobre la superficie de este infortunado planeta, que está perdiendo con alarmante rapidez el manto de bosques que antaño fue tan amplio y espeso; de este infortunado planeta, donde todas las especies de criaturas salvajes y orgullosas —la aristocracia del mundo animal— ya han sido o están siendo exterminadas a una velocidad no menor —asesinadas hasta la última—, se percibe un enjambre crecientemente ofensivo y firmemente expansivo de tristes (cuando no decididamente feos), vulgares, tontos e indignos mamíferos bípedos. Y cuanto más indignos son, más rápidamente procrean. Los enfermos y estúpidos tienen más hijos que los sanos y brillantes:, las razas inferiores, y la gente que no tiene raza en absoluto, procrean decididamente más de un cien por cien que la raza aria; y los abiertamente corrompidos —afligidos tanto por enfermedades hereditarias como por sangre racialmente indefinible— son, la mayor parte de las veces, terriblemente fértiles.

Y no hay nada que no se haga por animar ese loco crecimiento numérico y esa constante pérdida cualitativa. No hay nada que no se haga por evitar que mueran los enfermos, los tullidos, los monstruos de la naturaleza, los no-aptos al trabajo y los no-aptos a la vida. Se “prolongan” tanto como sea posible las vidas de los incurables. Se infligen torturas a miles de animales sanos, encantadores e inocentes, para que hombres deficientes, a quienes la Naturaleza de todas formas ha condenado a muerte, puedan durar unos pocos meses o unas pocas semanas más; para que puedan ser parcheados, o se les dé artificialmente una ilusión de vitalidad mientras continúan siendo una carga para los sanos. Y ello, independientemente de quienes sean: simplemente porque son “seres humanos”. Hospitales y asilos —descritos bruscamente como tales, o bautizados amablemente como “hogares”— están llenos de semejantes desechos de la humanidad, viejos y jóvenes .... mientras que los sanos (física y moralmente) se convierten en

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insanos a través de las condiciones de vida impuestas sobre ellos por una falsa civilización: a través del trabajo sin alegría y de las casas sobrepobladas; carentes de intimidad; carentes de ocio; a través de inoculaciones obligatorias y comida innatural inteligentemente publicitada; a través de una música de masas frenética, por no hablar de una propaganda de masas que asesina el alma y reblandece el cerebro exaltando valores innaturales. Hospitales y asilos son, tras los mataderos, uno de los rasgos más depresivos del avanzado “Kali Yuga” o Edad Oscura: aquella que automáticamente provocaría la mayor repugnancia en el corazón de un hombre fuerte del principio de esta edad, por no mencionar a uno proveniente de la precedente “Dwapara Yuga”, y a fortiriori proveniente de una Edad más remota, si semejantes hombres pudieron regresar en la forma en que una vez fueron.

¿Pero por qué hablar de hospitales y asilos? Las calles están llenas de desechos de la humanidad, al menos llenas de bastardos y de subhumanos. Sólo se tiene que mirar a las caras que uno ve en los autobuses abarrotados, o en los cines, salas de baile y cafés de las grandes ciudades, e incluso de las pequeñas, incluso en el campo, en cualquier parte, salvo en aquellas tierras en las que la raza dominante está relativamente pura. Es una visión despreciable; un mundo despreciable; un mundo puesto al revés; un mundo en el que el gato medio o el perro medio son, como tales, inmensurablemente más sanos, más bellos —más perfectos— que un hombre medio o una mujer media y a fortirioi que el gobernante medio post-1945; más cercanos al arquetipo ideal de su especie que lo que jamás van a estar al arquetipo ideal del hombre, obra maestra de Dios, la mayoría de los seres humanos de hoy, y especialmente los líderes oficiales (y ocultos) del “mundo libre” de hoy —el Presidente Eisenhower (o mejor, Mr. Baruch); Churchill: Mendes-France, etc. (no digamos ya sus más obedientes sirvientes Konrad Adenauer, Theodor Heuss y compañía).

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¡Si al menos los feos subhumanos fueran capaces de tener pensamientos elevados —o simplemente de tener pensamientos—, eso ya sería algo! Pero no lo son. Y sus líderes son peores que ellos, no mejores. Cierto, todos ellos hablan de “libre pensamiento”; hablan de ello, y escriben sobre ello. Critican a sus anteriores amigos (los comunistas) por “matar el pensamiento individual”. Sin embargo, son ellos mismos los primeros en carecer tanto de libertad de juicio como de individualidad. Todos ellos tienen las mismas opiniones; y el mismo ideal. Sus opiniones son las de la prensa gobernante. Su ideal es “progresar en la vida”, es decir, ganar dinero y “ser feliz”, lo cual significa: disfrutar de comida sabrosa, ropa atractiva, alojamientos provistos de las últimas comodidades, y en adición a todo ello, tan a menudo como sea posible, un poco de bebida, un poco de música ligera, un poco de deporte, un poco de hacer el amor. Quizás, ellos se llamen cristianos —o hindúes, o cualquier otra cosa. Pero con independencia de qué religión puedan profesar, su fe es superficial. Nada, absolutamente nada suprapersonal —y a fortiriori, suprahumano— les interesa. La única cosa por la que rezan, si es que rezan en absoluto, es por “paz”; no la inasaltable paz interior de los Mejores (de la cual ellos no tienen ni la más difusa experiencia), sino la paz en el sentido de ausencia de guerra; la prolongación indefinida de un “status quo” que les permita pensar en el pequeño placer de mañana sin el temor del peligro mortal de hoy; paz, gracias a la cual ellos, imperturbados —así lo esperan—, puedan pudrirse en mitad de ese creciente confort que el progreso técnico les asegura; paz, gracias a la cual ellos esperan seguir siendo (o hacerse gradualmente) felices —en la manera en la que los cerdos son felices cuando tienen plenitud de comida y paja limpia donde echarse.

El progreso técnico acelerado es, junto con la degeneración humana acelerada, un rasgo absolutamente importante de la avanzada Edad Oscura.

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Es —o parece ser— el “triunfo del hombre” sobre la Naturaleza. Y es interpretado y exaltado como tal por los subhumanos, tanto más orgullosos de ello en cuanto que no tienen otra cosa —ninguna cultura viva y real; ningún trabajo desinteresado o saber— de la que enorgullecerse. Es —o parece ser— la “prueba” de la superioridad del hombre sobre todos los otros seres sensibles; la “prueba” de su superioridad en bloc, independientemente de la raza, pues .... un negro es capaz de conducir un automóvil, ¿no es verdad?. Y existen doctores judíos muy inteligentes. Persigue o fortalece la milenaria superstición del “hombre”, que reside en la raíz de toda decadencia. Es, o parece ser, el camino a la “felicidad” universal; el ideal de esos crecientes millones —y pronto, miles de millones— que no tienen ideal alguno. De hecho, ayuda a los poderes gobernantes de la Edad Oscura, los hábiles agentes de las fuerzas de desintegración, a mantener a las masas bajo su control. Pues, por paradójico que pueda parecer, las masas que saben leer y escribir son más fáciles de esclavizar que las masas que no pueden hacerlo, y nada es tan fácil de someter y de oprimir que las masas que consideran sus radios, televisores y espectáculos cinematográficos como necesidades indispensables de la vida (los hombres modernos “contra el Tiempo” conocen esto tan bien como los hombres “en el Tiempo”, sólo que ellos no disponen de los inagotables recursos financieros de estos últimos).

El progreso técnico, en todos los campos en los que no implica automáticamente crueldad hacia el hombre o el animal (o la planta1), no es algo malo en sí mismo. En realidad, no es él el que produce la Edad Oscura. La Edad Oscura es producida por la caída de todos los hombres salvo una extrema minoría al nivel de un rebaño sin cerebro (y sin corazón), y al mismo tiempo, por su crecimiento incesante en número. Y el progreso técnico es una maldición sólo en la medida en que es el instrumento más poderoso en las manos de aquellos que, directa o indirectamente, animan ese crecimiento indiscriminado y, consecuentemente, persiguen esa mentalidad


1 La destrucción de bosques, por ejemplo.

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de rebaño (aun cuando no se lo propongan de forma explícita); en las manos de los doctores que mantienen con vida a lo débil, deficiente y mestizo, y no hacen nada por prevenir que tales seres nazcan de nuevo; en manos de los políticos “en el Tiempo” que, precisamente porque todos ellos comparten —al igual que los doctores— la milenaria superstición del “hombre” y la felicidad individual del hombre a cualquier coste, están opuestos a cualquier selección sistemática con vistas a la supervivencia y bienestar de los más sanos, no digamos ya a la selección racial sistemática con vistas a la supervivencia y dominio de una rotunda aristocracia biológica humana.

Como he dicho anteriormente, el progreso técnico y sus maravillas podrían ser puestos de forma igualmente sencilla al servicio de una filosofía decididamente “centrada en la vida” y “contra el Tiempo”; de una doctrina aristocrática de calidad personal y racial, como el Nacional Socialismo, si los exponentes de tal doctrina pudiesen mantenerse en el poder en esta avanzada Edad de las Tinieblas —cosa que no pueden.

La razón por la que no pueden no es la de que allí existan trenes eléctricos y planchas eléctricas, aparatos de radio y televisión, aviones, máquinas lavadoras, “cerebros electrónicos” y toda clase de comodidades mayores y menores, productos de la habilidad técnica, sino porque la abrumadora mayoría de la humanidad en esta Edad —el cada vez más numeroso y estúpido rebaño de todas las razas, en proceso de bastardización general— está contra todas y cada una de las sabidurías aristocráticas. La razón es la de que los millones y millones —pronto miles de millones— de subhumanos se sienten amenazados en su sueño de “felicidad” porcina, más aún, en su no menos porcina existencia, por cualquiera que encarne semejante sabiduría “contra el Tiempo”. La razón es la de que los crecientemente poderosos agentes de las fuerzas de la muerte, líderes naturales de esta Edad, usan la radio, el cine, la televisión y todos los medios técnicos que el dinero puede asegurar, para excitar al

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rebaño irreflexivo contra lo Mejor, mientras hacen todo cuanto pueden, por medio de la publicidad de comodidades cada va más extraordinarias, para mantener la mente adormecida del hombre medio lejos de cosas más elevadas —lejos de toda aspiración “contra el Tiempo”; lejos de todo criticismo agresivo contra los dogmas fundamentales de la Edad Oscura, y en general, lejos de todos los problemas impersonales hasta que su somnolencia finalice en el sueño definitivo de la muerte.

No es —¡con toda seguridad!— el progreso técnico como tal el que impacta de forma tan profunda a los futuros compañeros de armas de Kalki (o a los padres de éstos), esos aristócratas naturales de la raza humana más joven, a quienes he descrito como “lo Mejor”. Es la notoria disparidad entre la perfección de los modernos logros técnicos considerados como “medios” y la indignidad de los fines a cuyo servicio están puestos; es el contraste entre esa maravillosa inteligencia aria, que permanece y brilla detrás de prácticamente todos los descubrimientos de la ciencia moderna, de todas las invenciones de la técnica moderna, y la firme degeneración creciente de las multitudes subhumanas que disfrutan los productos de su ingenio creativo en la vida diaria, es más, que a través del mal uso de ellos, se están hundiendo cada vez más profundamente en esa “felicidad” sin cerebro y sin alma —repito: esa “felicidad” porcina— que es el ideal de nuestros tiempos.

Ese ideal es el único perseguido, bajo una forma u otra, y de manera cada vez más clara en el transcurso de los siglos, por todos los típicos líderes “en el Tiempo” de la Edad Oscura; en particular, por el más eficiente de todos los agentes de los Poderes Oscuros durante los últimos dos mil cuatrocientos años (al menos), y especialmente durante los últimos trescientos o cuatrocientos años: el judío internacional.

La Edad Oscura avanzada del presente Ciclo de Tiempo es el reino del judío —del elemento negativo; el inverso a los valores eternos por el bien de los “humanos”, y finalmente, por el de su

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propio interés egoísta; el reino del “destructor de cultura”, tal como Adolf Hitler señaló tan certeramente; del milenario “fermento de desintegración”. Es natural que los “fermentos de desintegración” deban hacerle cada vez más activos —cada vez más vivos— a medida que un Ciclo de Tiempo se acerca a su final.

* * *

Es —o fue, durante un tiempo muy largo— una creencia ampliamente extendida entre los cristianos que cuando los judíos se conviertan una vez más en los dueños de Palestina, su “Tierra Prometida”, el “fin del mundo” —es decir, el fin del presente Ciclo de Tiempo— no estará lejos. Los mahometanos también ven en ese mismo acontecimiento una de las señales que anuncian el advenimiento del largamente esperado “Mahdi”1. Gracias a la firme política projudía de Inglaterra, los judíos tienen en Palestina, desde 1938, un Estado de su propiedad. Si la creencia colectiva de muchas generaciones de hombres, tanto en Occidente como en el Cercano Oriente, corresponde a alguna realidad (y así sucede en gran medida con las creencias colectivas de esa naturaleza), entonces el gran final debe estar cerca. La existencia de ese extraño Estado israelita —al mismo tiempo ultramoderno e increíblemente arcaico— es un “signo extra de los tiempos” o, mejor, el símbolo de una realidad muchísimo más poderosa y peligrosa, que constituye el “signo” real. Y esa realidad no es otra que la presión creciente de la garra del judío sobre el mundo entero.

La verdad sobre el Estado Judío en Palestina sigue siendo aquélla que Adolf Hitler ya había comprendido —en parte a través de su conocimiento del Movimiento Sionista, en parte a través de su intuición del enemigo natural de la humanidad aria— y expresado catorce años antes de su fundación, a saber, que los


1 Ver la primera página de este epílogo.

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judíos nunca pretendieron vivir en su país independiente (que es, en cualquier caso, demasiado pequeño para contener a todos ellos), sino que simplemente querían “cuarteles generales protegidos —cuarteles generales con derechos soberanos, libres de la interferencia de otros Estados— para su organización internacional de engaño; un lugar de refugio para bribones que han sido detectados, y una escuela superior para bribones en formación ....”1. En otras palabras, Palestina bien podría ser el centro místico —y práctico— de la judería mundial, pero el peligro judío no tiene “centro”. Está en todas partes, y tanto más difícil de combatir en cuanto que la mayoría de las personas o bien rehusan verlo o rechazan como “inhumanos” los únicos métodos a través de los cuales podría ser neutralizado.

No se necesita leer los famosos “Protocolos de los Sabios de Sión” o el discurso más reciente que el rabino Emanuel Rabinovitch pronunció en Budapest, el 12 de Enero de 1952, ante el “Consejo de Emergencia de los Rabinos Europeos”2, para quedar convencido del doble esfuerzo mundial de los judíos: por una parte, reducir el nivel biológico de todas las razas no-judías, especialmente de la aria, y por la otra, colocarse en todas las posiciones clave de la vida económica, política, cultural y espiritual de las naciones dirigentes. Es, por el contrario, la realidad obvia de ese doble esfuerzo —la presencia del judío internacional (o de organizaciones enteramente bajo su control) detrás de todos los movimientos “espirituales”, “culturales” o políticos, o de corrientes de pensamiento que permiten, animan, o conducen lógicamente a la mezcla de razas; detrás de todos o prácticamente todos los asuntos “literarios”, “artísticos”, comerciales o médicos, cuyo objetivo es animar la perversidad sexual y toda clase de vicios, proporcionar diversiones estúpidas o perseguir el amor de la especulación vacía; en una palabra,


1 “Mi Lucha”, edic. 1939, pág. 356.
2 Publicado gracias a Einar Aberg, Norrviken, Suecia.

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disminuir el nivel físico, intelectual y moral del individuo; y junto con ello, el número (y la influencia) siempre creciente de judíos (o de hombres completamente bajo control judío) en la finanza mundial, en la industria mundial y en la política mundial—; el hecho de que, quienquiera que demuestre ser plenamente consciente de ese esfuerzo y estar plenamente dispuesto a combatirlo, “no llegue a ninguna parte”; es el hecho notorio de que realmente nada sucede en este feo mundo post-1945 sin la orden o el permiso de los judíos, lo que refuerza, al menos en nosotros, la convicción de que tanto los “Protocolos de los Sabios de Sión” como el reciente discurso de Rabinovitch son documentos genuinos. Tan genuinos como la mucho más antigua Biblia y el mucho más antiguo Talmud, que también proclaman a los judíos como “el pueblo elegido de Dios”.

Tal vez allí resida el completo significado del ascenso y de la temporal victoria y dominio mundial de los judíos como un “signo de los tiempos”; está basado sobre una mentira; está durando a través de una mentira; es el rasgo más lógico de la avanzada Edad Oscura, que es, cada vez más, la Edad de las mentiras.

La verdad es que no hay otro “Dios” que la divinidad inmanente e impersonal de la Naturaleza —de la Vida; el Ser universal. Ningún dios tribal es “Dios”. Los dioses tribales son más o menos divinos, en la medida en que encarnan y expresan una mayor o menor alma colectiva divina. Yahveh, el dios tribal de los judíos, es tan poco divino y tan negativo como ellos mismos —ellos, el típico elemento humano negativo de nuestro Ciclo de Tiempo. A través de sucesiones de mentiras, los judíos, durante los últimos tres mil años, y especialmente durante los últimos dos mil cuatrocientos años, han estado dirigiendo una campaña de intensidad creciente para la inversión de los eternos valores naturales —es decir, una campaña antiverdad— con vistas a su propia exaltación. Ellos, a través de la boca de sus profetas y “filósofos”, han proclamado a Yahveh “Dios de todos los

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hombres”; posteriormente, han ocultado tantas como pudieron de sus repugnantes características gracias a una inteligente explotación del mito de Cristo por parte de Pablo de Tarso y otros judíos, medio judíos1 y griegos judaizados; de la misma forma, han acentuado de nuevo la vieja, muy vieja negación de la unidad del Reino de la Vida y han proclamado a “todos los hombres” diferentes en naturaleza del resto de las criaturas —y por consiguiente por encima de las leyes generales de la Vida— con el fin de afianzar la falsa enseñanza de que “una sangre” fluye en las venas de “todas las naciones”, y asesinar la idea (y el instinto) de una jerarquía racial natural ordenada por Dios. Han predicado la humildad, la misericordia y el pacifismo (a todos, salvo a su propio pueblo) con el fin de privar a la joven y guerrera raza aria de su vigor, con el fin de asesinar su sano orgullo. Ahora, de forma más ferviente que nunca, están animando a los adolescentes a burlarse de los “prejuicios nazis”, a despreciar la pureza de la sangre y a casarse fuera de su raza (si es que ése es el impulso del “amor individual”), para que así la raza pueda desaparecer, estimulándoles en la perdición, tanto a través de la vieja superstición del “hombre” bajo sus varias formas modernas, como a través de toda la atmósfera de sutil corrupción en la que literalmente se ha hundido el mundo post-1945.

Deben ganar —y ganarán— durante el tiempo en el que estamos. De otra forma, aún no sería el Final. Deben ver —y verán— su sueño —su sueño inmemorial de fácil dominación sobre una mezcolanza pacífica y “feliz” de millones y siempre sus millones de seres bastardizados, a los que su largamente dibujada acción desintegradora ha convertido en aún más despreciables que ellos— a un pelo de su completa materialización. De otra forma, la medida de iniquidad —la medida de falsedad— no estará


1 Timoteo, el fiel seguidor de Pablo de Tarso, era medio judío.
2 Ver los “Hechos de los Apóstoles”, Capítulo 17, versículo 26.

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completa. Y no seria aún el tiempo para que Kalki —el Vengador— viniera.

* * *

No estoy cualificada para aventurar pronósticos políticos precisos. Además, todo este libro tiene poco que ver con eso que la gente ordinariamente entiende por “política”. Hay historia, sin duda, y por consiguiente también política, pero política considerada desde un ángulo cósmico, desde el cual los acontecimientos en curso y los hombres que permanecen tras ellos aparecen bajo una luz inusual.

Aquellos que están en contacto diario y directo con las realidades sociales, económicas y militares que están, ya mismo, moldeando el futuro inmediato, no pueden decir nada acerca de ese futuro, pues no saben nada. Y yo sé incluso menos que ellos acerca de acontecimientos precisos, es decir, acerca de los detalles del camino que el mundo está tomando. Pero conozco el camino. Lo conozco porque ese conocimiento no es el propio de políticos, psicólogos, economistas o expertos militares, sino precisamente aquél de las personas que observan la historia, pasada y presente, y que viven la historia de nuestros tiempos desde el punto de vista cósmico. No hay nada en el campo de los documentos, muy poco en el campo de las estadísticas, que “pruebe” la validez de lo que digo. El futuro lo confirmará o no. Todo lo que puedo hacer constar ahora, en favor de mi criterio, es que se corresponde con todas las formas de la Tradición única no-escrita, la cual yo conozco. Es ortodoxo a la luz de la Tradición —ortodoxo en la medida en que puede serlo una interpretación.

La Tradición no nos ha dado la fecha del último retorno de Aquél-Quien-regresa. Ni nos ha dado los medios para calcularla. La Tradición no es ni historia ni astrología. Sin embargo, de acuerdo a los signos que he mencionado, la última encarnación de las Fuerzas “contra el Tiempo” en nuestro Ciclo

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de Tiempo —Kalki— debe aparecer pronto. Vendrá cuando todo parezca irrecuperablemente perdido: cuando no quede nada de la auténtica Raza Escogida —la aristocracia natural aria— salvo un puñado de hombres y mujeres silenciosos e ignorados, no obstante conscientes, inamovibles y activos—, hombres y mujeres del tipo de aquellos que he descrito al final del último capítulo de este libro. Ahora, todo parece realmente perdido sin esperanza alguna. Tal como el rabino Emanuel Rabinovitch declaró en 1952, “el objetivo por el que los judíos hemos estado pugnando desde hace tres mil años” —a saber, la dominación pacífica sobre una “feliz” tierra bastardizada, en la que el “enemigo más peligroso” (el opuesto polar) de la judería, es decir, el ario, será (en las propias palabras del rabino) “nada más que un recuerdo”— “está al alcance de nuestra mano”. Y los pocos hombres que ya son más que hombres —los partidarios más duros de la perenne Fe de la Luz y de la Vida en su forma más reciente— están esperando; esperando a reconocer a su propio amado Líder, Adolf Hitler, en el irresistible Guerrero apocalíptico que va a vengar tanto a él como a su pueblo —a sus camaradas y a ellos mismos. El Guerrero divino está avocado a venir pronto.

Es imposible decir “dónde” aparecerá El. Desde los lejanos días de la caída del hombre, todos aquellos que le han estado esperando le han considerado como un exponente de su fe particular y de su propio pueblo. Los judíos mismos —que tienen los motivos más sólidos de todos para temerle— se han apropiado del mito inmemorial, anunciando su advenimiento y distorsionándolo —invirtiéndolo, en la manera en que invierten toda verdad— en el dogma de un Mesías judío, para favorecer su propósito. Los fundadores judíos y judaizados del Cristianismo —Pablo de Tarso y los otros— han construido, alrededor de la misteriosa persona de Jesús (cuyo origen real es desconocido), una filosofía totalmente perniciosa —centrada en el hombre, antirracista, antinatural—, mezclando, con habilidad asombrosa,

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el mesianismo judío y el viejo mito cósmico del Dios que muere y se eleva de la muerte. Lo hicieron así para dar a los judíos, el elemento negativo par excellence, la apariencia de una misión positiva de salvación, es decir, para hacer que los valores negativos aparezcan como positivos, y los positivos como negativos —¡los hijos genuinos del “Padre de las mentiras”, cosa que realmente son! Pues, cualquiera que sea la noción destinada a portarle, una cosa es segura: Kalki no trazará su origen, directa o indirectamente, a partir del pueblo judío. Ninguno de los inspirados hombres de acción “contra el Tiempo” lo hizo jamás. El Ultimo tampoco. Además, El no nacerá entre ninguna de las razas más antiguas, que han tenido sus siglos de belleza y gloria en las edades que residen irreversiblemente detrás nuestro, y que ahora están (a pesar de renacimientos aparentes —falsos nacionalismos”, malas copias de los de las naciones arias) en absoluta y definitiva decadencia.

De acuerdo a las leyes del desarrollo en el Tiempo, que son aquéllas de la lógica de la historia, Kalki, el Vengador, el Redentor final, sólo puede pertenecer a la raza más joven de nuestro Ciclo de Tiempo: la aria. Pues es la raza más joven y dinámica de cualquier Ciclo de Tiempo la que proporciona el “puente” a la siguiente: la Vanguardia escogida que tendrá el envidiable privilegio de vivir en ambos Ciclos de Tiempo; que luchará la última batalla de las Fuerzas de la Vida en el mundo perdido y experimentará la perfección del mundo recién nacido (o mejor, regenerado), ese glorioso estado de existencia de la Edad Dorada —la Divinidad en carne y sangre— que, hoy en día, en la Edad de las Tinieblas, no logramos concebir ni tan siquiera en nuestros sueños más elevados. De la raza más joven y dinámica de cualquier Ciclo de Tiempo vienen, si no todos, sí al menos el mayor número de sus últimos héroes “contra el Tiempo” (es decir, aquellos de sus últimos sesenta o setenta siglos). En cualquier caso es destacable que todos los “avataras” humanos o Encarnaciones terrenales de Vishnu mencionados en

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la Tradición hindú —cinco del total de nueve que pertenecen al pasado— son considerados como “Brahmanes” o “Kshattriyas”, es decir, arios. Está dentro de la lógica de la Tradición que el “décimo” y último —Kalki— deba nacer también como un miembro de la raza privilegiada.

¿Acaso no será El otro que Aquél a Quien he descrito como el Anterior-al- último Hombre “Contra el Tiempo” —Adolf Hitler—, regresando con poder sobrehumano? No hay razón por la que no deba ser así, suponiendo que el inspirado Líder todavía esté vivo, y suponiendo que el mundo esté maduro para el gran Final dentro de su tiempo de vida (lo cual no seria en forma alguna un milagro, habida cuenta del ritmo de decadencia establecido por doquier después de 1945). La terrible experiencia de la derrota a través de la traición, y la visión de la degradación sistemática de su pueblo a través de medios mucho más sutiles y mortales que las ridiculas normas y regulaciones “desnazificadoras”, serían probablemente suficientes para despertar las cualidades “Rayo” del Führer hasta que queden balanceadas con sus cualidades “Sol” y le conviertan en un hombre nuevo —infinitamente más implacable de lo que lo fue anteriormente.

Pero si incluso no es así —incluso si Adolf Hitler está físicamente muerto, tal como creen un creciente número de sus leales—, aún se puede decir justificadamente, considerando las cosas en su esencia, que “Kalki” será él regresado. Pues “Kalki” será todos los Hombres “contra el Tiempo” regresados. Será el exponente de todo aquello por lo que cada uno de ellos luchó en vano contra la crecientemente poderosa corriente de decadencia —la corriente misma de la historia—; el exponente de ese eterno Orden cósmico, cuya proyección terrenal es el “Reino de la Justicia” mencionado en el Bhagawad-Gita. El será tanto Aquél Quien habló al guerrero ario Arjuna —y a todos los guerreros arios— en el Campo de Kurukshettra, como Aquél Quien habló al pueblo alemán —y a todo individuo ario

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racialmente consciente— desde el Hofbr äufestsaal, desde el Luitpold Arena y desde el Reichstag alemán. Pues los dos son el mismo: Aquél que regresó, y Aquél que regresará de nuevo.

Y Kalki estará más cercano y más infinitamente conectado con el último gran Hombre “contra el Tiempo”, Adolf Hitler, que con ningún otro de los muchos anteriores. Pues El —el Ultimo—, tal como he señalado al principio de este estudio, no es ningún otro que Aquél de Quien el Führer habló cuando, con esa infalible intuición cósmica que lo eleva tan por encima de los políticos más inteligentes de la Edad Oscura, le dijo a Hans Grimm en 1928: “Sé que debe aparecer algún hombre capaz de dar una solución final a nuestros problemas. He buscado ese hombre y no he podido descubrirlo en ningún lugar. Y éste es el porqué me he encomendado a mí mismo hacer el trabajo preparatorio; sólo el trabajo p reparatorio más urgente, pues yo mismo sé que no soy él. Y sé también lo que me falta (para serlo)”1.

El es Aquél. Y El continuará, en medio de las circunstancias más desesperadas, la antigua —perenne— Lucha contra la corriente descendiente del Tiempo —la Lucha que aparentemente, pero sólo aparentemente, ha interrumpido el desastre de 1945— y la llevará a un final victorioso por unas pocas miríadas de años; hará del sueño de Adolf Hitler, a través de medios que eran aún impensables durante (o antes de) la Segunda Guerra Mundial, una realidad notoria durante unas pocas miríadas de años.

Los medios no pueden ser predichos pues las cosas habrán cambiado por entonces. Las cosas están cambiando —y la ciencia de la guerra, progresando— cada día. Sin embargo, una cuestión está más allá de toda duda como rasgo principal de todo recurrente “gran Final”: “Kalki” actuará con una dureza sin precedentes. Contrariamente a Adolf Hitler, El no perdonará ni a uno solo de los enemigos de la Causa divina: ni uno solo de sus


1 Hans Grimm: “Warum? Woher? aber Wohin?”, edic. 1954, pág. 14.

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abiertos oponentes, pero tampoco ni uno solo de los tibios, de los oportunistas, de los ideológicamente heréticos, de los racialmente bastardizados, de los insanos, de los demasiado humanos; ni uno solo de aquellos que, en cuerpo, en carácter o en mente, portan el sello de las Edades caídas.

* * *

Como he mencionado anteriormente, sus compañeros de armas serán los últimos nacional socialistas, los hombres de hierro que habrán superado victoriosamente la prueba de la persecución y, lo que es más, la prueba del aislamiento absoluto en mitad de un mundo triste e indiferente, en el que ellos no tienen lugar, quienes están enfrentándose al mundo y desafiándolo a través de cada gesto, de cada insinuación —de cada silencio—, y de forma cada vez más numerosa (en d caso de los más jóvenes), sin tan siquiera el sostén del recuerdo personal de los grandes días de Adolf Hitler; aquellos a quienes he llamado “dioses en la tierra” y padres de otros tales. Ellos son los que un día restituirán todo aquello por lo que han sufrido los hombres “contra el Tiempo” en el transcurso de la historia, al igual que ellos mismos, en beneficio de la verdad eterna: los Camaradas vengadores a quienes los Cinco Mil de Verden1 llamaron en vano dentro de sus corazones en la hora de la muerte, a orillas del Río Aller, rojo de sangre; aquellos a quienes los millones de 1945 —los muertos, los torturados y los desesperados supervivientes— llamaron en vano: aquellos a quienes todos los derrotados luchadores “contra el Tiempo” llamaron en vano, en cada fase del gran Combate cósmico sin principio, contra las Fuerzas de desintegración, eternas al igual que las Fuerzas de la Vida.


1 Los cinco mil caudillos alemanes decapitados en el mismo día del año 787 d.C. por orden y en presencia de Carlomagno (y de un número de dignatarios de la Iglesia Cristiana).

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Son el puente a la superhumanidad de la que ha hablado Nietzsche; el “Ultimo Batallón” en el que Adolf Hitler ha puesto su confianza.

Kalki los conducirá, a través de las llamas del gran Final, al amanecer de la nueva Edad Dorada.

Y todo comenzará de nuevo: la sucesión de Edades, en el mismo orden invariable, sometidas a las mismas Leyes invariables; la inevitable reaparición de la decadencia, cuya semilla está contenida en todas y cada una de las manifestaciones en el Tiempo; la Lucha “contra el Tiempo”, y finalmente, la caída al abismo —a pesar de aquélla— por millonésima vez. Y un nuevo gran Final, y un nuevo comienzo radiante, y un nuevo Ciclo de Tiempo —una y otra vez. No hay un Final definitivo.

* * *

Queremos confiar en que el recuerdo del Anterior-al-Último y más heroico de todos nuestros Hombres “contra el Tiempo” —Adolf Hitler— sobrevivirá, al menos en canciones y símbolos, en la larga Edad de Perfección terrenal que Kalki, el Ultimo, va a abrir. Queremos confiar en que los Señores del nuevo Ciclo de Tiempo, hombres de su propia sangre y fe, le rendirán honores divinos por medio de ritos llenos de significado y llenos de potencia, bajo la sombra fresca de los interminables bosques renacidos, en las playas, o sobre las cumbres invioladas, de cara al Sol ascendente.

Pero incluso si no es así, él, al igual que sus predecesores divinos, vivirá aún a lo largo de las edades en la conciencia fiel del Universo, cuyo ritmo de vida él simboliza. Aún, la larga y cada vez más intensa, y finalmente casi desesperada aspiración “contra el Tiempo”, que caracteriza a todo recurrente Ciclo de Tiempo tan pronto como la decadencia se ha establecido de forma lo suficientemente obvia

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como para ser sentida, será, cada vez, una expresión nueva de ese mismo anhelo en pos de la Perfección manifestada por la que él lucho y perdió; un nuevo y extenso grito cósmico proclamando que él tenía razón a pesar de todo. Y aún toda posterior Edad Dorada por venir —todo sucesivo Amanecer de la Creación— será la materialización viviente de su sueño más elevado; un posterior himno de gloria, proclamando, cada vez por miríadas de años, que él —EL— ha ganado una vez más.










Finalizado en Hannover, en el Equinoccio de Primavera, el 21 de Marzo de 1956.