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CAPÍTULO VII
EXPLOTACION, MENTIRAS Y SUPERFICIALIDAD
“. . . no se muere por negocios, sino por ideales”.
Adolf Hitler
(Mi Lucha I, Capítulo V)
El objetivo del hipermétrope judío internacional era lograr que Inglaterra proclamase la guerra a Alemania el 3-9-1939 para aniquilar al Nacional-socialismo. Alemania le suponía no otra cosa sino el origen y desarrollo de esa filosofía sociopolítica en extremo peligrosa. Alemania sin el Nacional-socialismo no era rival para él, aun cuando llegara a ser tan poderosa. Eso lo sabía el judío. Experiencia durante siglos simplemente le había enseñado bien que nada había sido más sencillo que vivir a costa de arios puros, en tanto que no se hubiese despertado en ellos una conciencia racial. “Cuanto más puros, más ingenuos”, pensó cuando, como era de costumbre, contemplaba cerca de él la generosidad innata de los arios como estrechez de inteligencia. No los temía mientras se les tuviera entretenidos. Pero la filosofía peligrosa ya había despertado a la mayor parte de Alemania. Y Alemania también comenzaba a despertar a los arios en otros países al llevar la agitación a todo el complejo racial ario. Por este motivo debía ser aplastada, de forma que el judío pudiera ambicionar ser en adelante el perfecto parásito en Europa y América como el señor de todo el mundo mediante su control sobre el sistema monetario internacional. La ofensiva del judío sobre Alemania —ya con anterioridad a la guerra mediante su propaganda— no tuvo otro significado.
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Pero el objetivo del ario corto de miras en Inglaterra o dondequiera que fuese, que llega a ser aliado del judío contra los paladines de su propia raza, era completamente otro. O bien era un idiota sentimental que contribuyó a salvar a sus israelitas favoritos de las “garras” de las “bestias” nacional-socialistas, o bien de lo contrario . . . sencillamente tenia celos del bienestar de sus hermanos alemanes, celoso de sus fábricas productivas, del ejército reedificado, de su influencia creciente, de sus soberbias “autopistas”, de las casas limpias, espaciosas y soleadas de los trabajadores alemanes con las cocinas modernas y los geranios en las repisas, de sus jardines llenos de niños sanos, de su juventud en marcha y sus impresionantes días del Partido, celoso de su alegría y vitalidad —por el hecho de que tener algo por lo que levantar la mirada, saber amarlo y algo por lo que poder vivir, mientras que el resto de Europa y la mayor parte del mundo nada tenía. Y odiaba a los felices alemanes y al “Übermenschen”1 que había llevado a su Pueblo semejante riqueza y felicidad.
Fue víctima de sí mismo (el ario inglés). Pues el judío había olvidado decirle que así era y también que por ser su aliado obtendría solo una pequeña ganancia por la derrota de Alemania, pues la ganancia principal, la ganancia permanente al fin y al cabo sólo podía desembocar en los bolsillos del “pueblo elegido por Dios”, que explotarían no sólo a Alemania, sino de igual manera a Inglaterra y América —mejor aún, al mundo entero— sobre las ruinas del odiado régimen nacional-socialista. Si lo hubiera comprendido el ario inglés y también el francés, no habrían combatido tan gustosos a sus hermanos alemanes. A menos que su odio alimentado por celos hubiese sido incluso mayor en ellos que su instinto de autoconservación; sin embargo —en un sentido más amplio— era también la loca sumisión a los “valiosos” judíos de centro-Europa frente a toda otra culpa por este odio.
1 Superhombre.
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Algunos de los arios que combatieron a Alemania durante la guerra son menos tontos y cínicos que otros. Fui presentada a uno de estos. Un francés que ahora desempeña un puesto de importancia en una de las fábricas alemanas en territorio del Sarre (encontrándose ahora bajo el control de los franceses), y que jugó un papel activo en la resistencia francesa durante la guerra. Me confesó que despreciaba la democracia puesto que era monárquico; y seguramente no albergaba ilusiones sobre el cristianismo y las iglesias cristianas. En cuanto a los judíos expresó delante de mi su opinión sobre ellos con una broma: “Seguramente no estuvieron en las cámaras de gas que vuestros soldados utilizaron en Alemania”, me dijo, “deben haber sido incubadoras. Desde entonces, nunca se ha visto tantos judíos en toda la zona como después del final de la guerra”1. Rompí en carcajadas, pues la ocurrencia era realmente graciosa. Más estaba asombrada por oírselo a un miembro de la resistencia. Realmente a este hombre tan amable, que había encontrado por un conocido común, me lo figuré como fervorosa nacional-socialista como si hubiese venido directamente del siglo XVII. Pero tuve que pensar que había ido algo lejos para agradar a una señora.
“Dejemos cualquier broma aparte”, dije después de haberme reído. “Si verdaderamente siente así sobre la democracia y los judíos como lo expresa, ¿por qué nos combatió en todo el mundo como un loco durante la guerra?”. “Jamás hemos combatido al Nacional-socialismo”, respondió el hombre con gran sorpresa mía; “lo dijimos sólo a los tontos que lo hacíamos —con ello los ganábamos para nosotros”. “¿Qué combatió?”.
“A Alemania”.
“Después de 1933”, dije, “no se puede disociar Alemania del Nacional-socialismo”.
“Tal vez. Lo siento mucho. Un ese caso, el Nacional-socialismo debió pagar el castigo por ello, ya que fue alemán”.
“No le puedo comprender”, dije, “la Weltanschauung nacional-socialista sobrepasa a Alemania y a nuestro tiempo. Es —o debería
1 Un cantautor francés ha publicado esta broma.
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ser— la concepción de todo ario que es consciente de sus privilegios y orgulloso de su raza. Si se ha comprendido esto entonces no se puede combatir al hombre que ha dado tal concepción a su nación, aunque esa nación sea la suya y la ame. Adolf Hitler ha convertido a Alemania una tierra sagrada a los ojos de todo ario valioso en el mundo. Si dice que no odia nuestra filosofía, ¿cómo pudo levantar su mano contra Alemania?”.
“Porque era demasiado rica y poderosa, y por consiguiente demasiado arrogante”, dijo el francés, “porque sus industrias aventajaban ampliamente a las nuestras, su Pueblo era tan sano, fuerte, disciplinado, guerrero, con muchísimos hijos, y sencillamente habría sido nuestro amo si no la destruimos a tiempo; porque sus ejércitos habían dejado fuera de combate a Francia y arrollaron en toda Europa; porque guiarían a la Europa unificada, tendrían asumido el control permanente y los franceses habríamos ocupado sólo un sitio de tercera clase”.
Contemplé al hombre llena de sorpresa. Me había dado el informe exacto sobre los objetivos de la guerra de Francia, el informe que en efecto me habría dado cualquier alemán. “Au moins”, dije y cité a Racine, “voilá un ayeu dépouillé d’artifice!1. ¿Por tanto hubiera deseado acaparar para sí la dirección en Europa, verdad?”.
“Sobre todo deseábamos nuestro país para nosotros mismos”, respondió el francés.
“Pero en realidad lo dieron a los judíos; como usted mismo reconoce. ¿No hubiese progresado mucho mejor que ahora una Europa unificada bajo la fuerte protección de Hitler, aun cuando su Pueblo no hubiese ocupado el primer puesto? ¿Tiene ahora el primer puesto? ¿Puede usted esperar tenerlo mañana? ¿Puede esperar Inglaterra misma volver nunca a tenerlo? ¡Espero que no!. ¡Hubiese impuesto contra el iluminado Führer de nuestra época un castigo divino sólo por ello! ¡Son ustedes, el continente entero, unos locos, ruines y cortos de vista”, dije indignada en mi retrospección sobre el pasado reciente y la reflexión sobre esa demencia colectiva que la Segunda Guerra Mundial representaba a mis ojos.
1 “Al menos”, dije y cité a Racine, “¡he aquí un antepasado desprovisto de engaño!”.
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La respuesta que vino ahora era por su simplicidad extremadamente cínica, sonaba casi infantil —trasladada en boca de un hombre de cuarenta y cinco años: “Hitler no era francés”, dijo el francés.
Sí, dije, y tampoco inglés, sino un genuino apasionado alemán. Y como vosotros, gente mezquina y estrecha de miras, no le pudisteis perdonar lo que tanto amó a su Alemania; como no le pudisteis perdonar el haber moldeado una parte esencial de su propio Pueblo y al mismo tiempo haber sido uno de los arios más grandes de todos los tiempos, os volvisteis contra Él. Vosotros mismos preferisteis destruir vuestras propias tierras en vez de contemplarlas salvadas por un alemán. Preferisteis darlas a los judíos que os odian, en vez de a Él, a Hitler, que os amaba, y haberle ensalzado a la jefatura del renacido Occidente; preferisteis vuestras pretensiones insignificantes y egoístas, vuestros sueños de seguridad particular —cada viejo Estado en sus viejos estrechos límites— que renunciar por causa suya; vuestra fe ingenua como ingleses, franceses, polacos, noruegos, rusos, griegos, en que vuestra existencia individual es más valiosa que la unidad de administración, que la creación de una humanidad más elevada en el doble sentido de la palabra antigua: en el sentido de “nórdico” y en el de “noble”. ¡Locos criminales, a los que nunca se podrá perdonar!.
“Le admiré”, prosiguió el francés cuando habló del Führer. “Pero no le podía seguir tras el comiendo de la guerra; no al coste de la independencia de mi país. ¡Si hubiese sido un francés entonces le hubiera seguido a todas partes ciegamente, a donde me hubiese guiado!”.
Recordé de golpe mi feliz hogar en Calcuta al finalizar 1940, cuando justamente Grecia había entrado en la guerra. Mi marido vino a mi y dijo: “Los griegos desconciertan ahora a los italianos, pero antes o después tendrá que intervenir el ejército alemán. Mussolini es el aliado del Führer, y Mussolini debe ser respaldado. Llegará a ser una dura contienda, y puede ser que todo el país resulte destruido. Cuando así sea, ¿estarás todavía en nuestro bando?”.
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Levanté los ojos hacia él bastante decepcionada por haber podido tener tan poca confianza en mi y hacerme semejante pregunta.
“Naturalmente”, dije. “¿Por qué me preguntas? ¿Por qué dudas? ¿No soy tan fiel al Führer como cualquier otro?”. Y le demostré mi actitud. “Por mucho que los hombres a la cabera del actual gobierno griego digan o hagan, sin embargo lo cierto es que el Nacional-socialismo ha despertado otra veza la vida esos eternos ideales arios de perfección (comentando por la perfección corporal), —y eso de manera maravillosa— que habían sido los ideales de Grecia desde que las razas arias se establecieron allí con el triunfo del Apolo nórdico sobre la Python, para expresarla historia con palabras mitológicas. Ten la seguridad de que jamás sacrificaré lo eterno a lo transitorio; los valores raciales a los nacionales tradicionalmente estrechos y antiguos, los arios a los limitados griegos, ingleses o indios. Me pongo de nuestro lado —del lado del Führer— suceda lo que suceda”.
Mi esposo —hijo de la más antigua nobleza aria del Lejano Oriente, que había mantenido puro el sistema de castas— estaba contento y dijo: “Lo sé. Pregunté solo para ver que respondías”.
Le relaté este suceso al francés.
“Usted es indo-europea, yo soy exactamente un francés”.
“Si usted y sus conciudadanos, los ingleses y todos los demás arios no se sienten como sinceros indo-europeos (arios) sobretodo lo demás”, dije, “y no aceptan el orden actual tal como es, entonces se desplomarán en una decadencia paulatina, se rejudaizarán, se convertirán en bastardos y perecerán. La verdadera filosofía sociopolítica indoeuropea, el Nacional-socialismo, es la única fuerza que hubiera podido salvarles y que hoy mismo puede salvar eso que es valorado de ser salvado en Francia como en los demás países arios. Pero naturalmente pueden elegir la ruina. Ya, en efecto, han escogido la decadencia”.
“Tal vez tenga razón”, añadió finalmente. “Pero debe reconocer que es difícil para nosotros, como usted dice, tener que elegir entre la hegemonía alemana o el yugo judío . . . , mientras sus camaradas alemanes tienen sólo que preferir su propia dominación a la de los judíos para ser perfectos nacional-socialistas”.
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“Tendrá que estar de acuerdo con que”, dije, “los alemanes son en conjunto arios más puros que los franceses. Nadie que tenga ojos puede negar esto. Además son el Pueblo del Führer”.
“Admito que mi opinión, filosóficamente hablando, ni están firme, ni especialmente tan abnegada como la suya”, puso en claro finalmente el hombre. Reí.
“Es realmente una cosa hermosa que un antiguo resistente francés pueda contar esto a una nacional-socialista en 1949, ¿verdad?”, dije.
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Pregunté al hombre si parecía estar tan dispuesto a decir la verdad sobre lo que piensa del desmantelamiento de las fábricas alemanas. “Eso es una cosa magnífica”, respondió. “¿Qué?”. “Seguro”, dijo el francés, “cuantas más fábricas sean demolidas aquí en Alemania, cuanto más sea paralizada por nosotros la industria alemana, tanto más crecerá la producción de la industria francesa en proporción a la alemana, y con mayor razón tendrán las mercancías francesas una probabilidad para inundar el mercado internacional en vez de las alemanas. Cualquiera de las otras potencias de ocupación piensa para su provecho de la misma manera que nosotros, aunque no encontrará mucha gente en actitud más elevada, que tan sinceramente y sin rodeos haya hablado sobre ello como yo lo he hecho
“¿Califican eso noble y justo en círculos democráticos?”. “Eso es justamente negocio”, respondió el francés. “El negocio nunca es honrado y sin cero. Negocio se llama hacer dinero a expensas de los rivales, eso es todo. Pero naturalmente no se puede contar esto a los tontos, de lo contrario no querrían interpretar más tiempo este papel. Ante ellos se habla justamente de “democracia” para darles una ilusión, para entretenerles un rato con ello; pero en realidad ayudan al capitalismo de su país y hacer más ricos a aquellos. Se habla por eso de combatir la bestia fascista —de forma que se puede
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encauzar su estúpido furor contra los rivales, países peligrosos y adinerados. Negocio . . . la guerra misma no es otra cosa”.
Me repugnaba; pues sabía que el hombre decía la verdad.
“¿Le gusta tal cosa?”, le pregunté sin ocultar mi desprecio.
“Se quiera o no así es el mundo —al menos así ha llegado a ser hoy”, respondió el francés.
“Su mundo, el mundo degenerado, feo y corruptible, que teníamos la intención de vencer”, dije, “¡no nuestro!”. Recordé y cité las palabras del Führer: “Los hombres no mueren por negocios, mueren por ideales”. “Nosotros nacional-socialistas moriremos por ideales”, puse de relieve. “Esos que nos combatieron, nos combatieron sólo a causa del negocio como usted mismo reconoce —y por el negocio de otras gentes; por el negocio de vuestros capitalistas que engañaron a la gente. ¡Cuán asombroso!. Tenemos toda la razón para odiar a los judíos. Ellos son los enemigos naturales de todo aquello que nosotros representamos. ¿Tero ustedes? ¿Por qué debían menospreciarlos? —si usted realmente lo hace, como sostiene. ¿Tienen ustedes poco en común con ellos a pesar de su otra buena sangre? ¿No son sencillamente ellos también hombres de negocios, como usted mismo?”.
“Ellos son nuestros competidores comerciales”, dijo el francés. “Para nosotros, ellos son los parásitos que succionan la sangre vital de las más nobles razas del mundo”, dije. “Nuestras preocupaciones son diferentes, como también nuestros ideales”.
Me despedí del francés después de haberme felicitado de que sacase a la luz (en el supuesto que necesitase eso) el verdadero modo de ser de esos que actualmente ocupan Alemania y persiguen el Nacional-socialismo.
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Efectivamente “negocio” —en este caso singular una palabra cortés para denominar al pillaje— es la tónica de los aliados en Alemania y el secreto que se encuentra tras todas las medidas no autorizadas de las fuerzas extranjeras, y estas medidas, directas o indirectas, se demuestran desde el brutal embargo del patrimonio personal alemán hasta el reciente Estatuto del Ruhr.
Solo los costes de la ocupación, que desde 1945 crecían permanentemente, devoraban en la zona británica una tercera parte del total del impuesto general que había sido pagado por el Pueblo alemán en 1947 —y sobre el 40% tras la revalorización de la moneda de 19481. Este robo generalizado en ningún caso está sólo circunscrito a esta zona. Los costes de ocupación franceses son en proporción hasta más elevados, ya que el número de invasores (y sus familias) que se han establecido en Alemania es más extenso en comparación al número de alemanes que habitan la zona. Según un comentario del General Hepp, el director del departamento de información del gobierno militar francés en Baden-Baden, durante una conferencia de prensa en diciembre de 1948, aun a estas alturas fueron confiscadas 22.263 casas completas y 25.475 casas, en parte2. En Baden-Baden solo, donde la potencia de ocupación había tomado prácticamente toda la propiedad del Gran Hotel3, han sufrido las empresas alemanas, ya privadas o estatales, una pérdida por encima de los veinte millones de marcos a pesar de la indemnización, de la que la mayor parte se perdió por la reforma monetaria del año 19484.
Todo esto es prácticamente nada en comparación a otras formas de pillaje completo y sistemático, por el cual los aliados robaron en el este y el oeste de Alemania, desde que pusieron sus pies en el país: como la demolición de una gran cantidad de fábricas, la incautación o “inspección” de aquellas fábricas que se pararon, así
1 Véase el Neue Volkszeitung de Dortmund, del 13 de diciembre de 1948.
2 Según un reportaje en el Allgemeinen Zeitung de Mainz, el 23 de diciembre de 1948.
3 Véase “Badische Neueste Nachrichten” de Karlsruhe, el 29 de diciembre de 1948.
4 Véase el mismo periódico, cuyo reportaje aparece en “Revue de la Presse Rhénane et Allemande”, 3er. año, nr. 52.
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como también de aquellas empresas privadas o públicas de las que depende toda la vida económica del país (como por ejemplo las de los consorcios de buques en el Alto Rin)1, la apropiación de las mercancías alemanas sin pretexto alguno, la política indecente de tala de bosques enteros, y a finales de 1948 el Estatuto del Ruhr. En el fondo, el espíritu director de esas confiscaciones y controles, así como el de la ocupación de parte de las potencias invasoras no es para nadie un secreto. Todas ellos tienen la finalidad de mantener para siempre a Alemania bajo la dominación económica de los vencedores desde 1945. Los periódicos alemanes sin embargo no se arriesgan a criticar abiertamente a los ladrones del gobierno militar de la zona en la que son publicados. Por razones obvias, la acusación contra la potencia de ocupación de una zona se encuentra sólo en los periódicos de otra. En ese caso (excepto en el supuesto de los controlados diarios rusos que critican la política de los aliados occidentales, o que desde los periódicos de la zona occidental critican a los rusos) es siempre una acusación muy suave y cortés con el deseo proclamado con franqueza de ver dominada la existencia por “auténticos principios democráticos” (los diarios deben mostrar, aunque se les concedió la pretendida libertad, que han “comprendido su lección”, o en caso contrario . . . en seguida serán prohibidos y según el artículo 7 de la Ley n° 8 del Estatuto de ocupación, conforme al cual yo misma fui apresada aquí, ser perseguidos por ello, ya que intentan vivamente contener al espíritu nacional-socialista).
Así critica por ejemplo, el “Main-Post” de Würzburg en su edición del 24 de diciembre de 1948 el embargo de varias empresas navieras en el bajo Rin por los franceses, así como la ocupación francesa de muchos grupos empresariales de los que algunos tienen su cuartel general en la zona británica y americana2. Realizaron esta medida en Württemberg y en una gran parte de Baviera, supeditados en su abastecimiento de carbón a la gracia y la buena voluntad
1 Véase “Main-Post” de Würzburg, el 24 de diciembre de 1948.
2 El periódico menciona algunos de los bien conocidos consorcios afectados: Franz Haniel, Duisburg-Ruhrort, Rhenania Rheinschiffahrt, Homburg; Harpener, industria minera, sección navegación; Linden, compañía naviera; Klöckner industria y la firma de cigarrillos Reemtsma.
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de la compañía de navegación francesa1. Las fábricas que producen los ladrillos ignífugos —un artículo de gran trascendencia en el cubrimiento de altos hornos— deben exportar sólo sus productos a la Lorraine y mermar con ello la competividad en detrimento de la industria alemana del Ruhr2. Además, el mismo diario declara que esta medida siempre había estado preparada minuciosamente desde el momento de la capitulación. Desde entonces la compañía naviera francesa de equipos marítimos y buques tenía tomada la margen izquierda del Rin. Una empresa naval alemana con su sede principal en Mainz fue autorizada para confiscar los barcos y transferirlos a compradores franceses. Las compañías francesas privilegiadas canjearon su capital en la época de la reforma monetaria al tipo de diez marcos del Reich por ocho marcos alemanes y pudieron ganar así un capital de 12,8 millones de marcos alemanes3. Toda la provisión de carbón del Palatinado y de Württemberg está en manos de la “Unión Charbonnière” (Unión del carbón), que ejerce una presión creciente en toda la tierra bávara. La compañía intenta ahora ganar mercados más lejanos en Karlsruhe y en Heilbronn.
La supresión de las grandes explotaciones industriales no tiene otra meta que dejar derrumbarse el poder económico que Alemania todavía posee, así como activar el de las rivalizantes minas de carbón francesas, de la industria del hierro y acero, para fortalecer el puño de Francia sobre la economía de todo el territorio entre el Rin, el Main (Meuse), el Mosay el Mosela —como indica el periódico arriba mencionado.
Este es sólo un ejemplo de muchos. El periódico berlinés “Der Tagesspiegel”4, que logró la licencia de los americanos, critica en su artículo de la primera página del 21 de diciembre de 1948 la política depredadora de los franceses con palabras no menos claras, aunque
1 “Main-Post”, Würzburg, del 24 de diciembre de 1948, reproducido en “Revue de la Presse Rhénane et Allemande”, 3er. año, n° 52.
2 id.
3 id.
4 “El Espejo del día”.
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corteses1. Resulta sencillo pero es aburrido enumerar la larga lista de diarios alemanes de la zona británica y de otras que hacen lo mismo. En cuanto a los periódicos alemanes de Berlin y de toda la zona este que tienen la licencia de los rusos, no vacilan en acusar a los aliados occidentales de convertir Alemania en una “colonia” y caracterizan todo el Estatuto de ocupación —ya decir verdad con razón— de Alemania occidental como una artimaña para “esclavizar” al Pueblo alemán para siempre2. Naturalmente se olvidan de hablar (o mejor, no están autorizados a hablar de ello) de la no menos sistemática y total explotación de la propiedad alemana por los rusos, y de todas las disposiciones rusas que dan como resultado una no menos perfecta esclavización del Pueblo alemán en la zona este —por no hablar de los extensos territorios del país de los que fue expulsada toda la población alemana.
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Pero las dos formas de robo que desde el comienzo del tiempo de la ocupación seguramente más tomaron a mal los alemanes y que todo alemán debe contemplar hoy como una hostilidad abierta, ¡son el saqueo de las fábricas y la tala en gran escala emprendida con los bosques del país!.
Se debe conocer algo del elevado patrón de instrucción técnica del trabajador alemán, de su interés genuino y su orgullo por su trabajo diario para entender cuanto amargor retienen en el corazón millones de alemanes contra los aliados por esta política ruin de ladrones que han continuado desde 1945, y aun hoy continúan en todas las zonas. Aunque sus órdenes eran cumplidas por el único temor a contemplar el resurgimiento de una Alemania poderosa y guerrera en un pasmoso corto tiempo del verdadero montón de escombros
1 En “Revue de la Presse Rhénane et Allemande, 3er. año, n° 52.
2 “Tägliche Rundschau”, Berlin, 31 diciembre 1948.
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actual, así no obstante, contemplaría su política como criminal. ¿Pues qué clase de derecho tienen para mantener siempre en el fondo a una gran nación sólo porque posee una gran eficacia y poder militar? ¿Quiénes son que sólo ellos en el mundo debían estar armados y preparados para la guerra y bajo ningún concepto debían ceder a sus vencidos?. Pero ni siquiera esto es el asunto. La actitud de los vencedores en esta explotación como también en otras cuestiones, está caracterizada por la “política de competición económica”, por citar las palabras de otro periódico alemán1, que precisamente fueron escritas en relación con un acto de saqueo de una fábrica. Esto es cierto no solo respecto a fábricas de armamento, sino a otras muchas fábricas cuya producción se decida enteramente a fines pacíficos —como por ejemplo, “Hellig, Morat y Cia” en Freiburg, especializada en la fabricación de instrumentos médicos y fisiológicos, que también fue desmantelada2.
Por otro lado los alemanes observan —ahora limitados en la acción, pero no en el pensamiento y el sentir— algunos sucesos con saña acritud acumulada cuando por ejemplo, los obreros tienen que demoler sus fábricas a las que están vinculados. Una y otra vez acontecen casos en los que los trabajadores con la orden de demoler las fábricas, se sublevaban categóricamente a desmantelar las máquinas pieza por pieza, ya que mientras estuvieron en sus manos fueron signo de su prosperidad. Recientemente, en enero de 1949, los once mil trabajadores de la “Bochumer-Vereins-Fabrik” enviaron un telegrama al presidente de los EE.UU., Sr. Truman, en el que insistían en no tomar parte en la destrucción de su herramienta de trabajo, ni siquiera bajo presión militar. La frase extensa del telegrama es significativa: No se puede pedir de nosotros que derribemos nuestra propia casa y que a nuestra población creciente den para comer montones de piedras y chatarra. Ningún verdadero alemán querrá ensuciar sus manos contribuyendo a la destrucción de nuestras fábricas3.
1 Händelsblatt, Düsseldorf, 2a semana de enero de 1949.
2 id.
3 “Revue de la Presse Rhénane et Allemande”, 4° año, n° 2.
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Palabras orgullosas y emotivas que no fueron solo palabras; pues cerca de una semana después comenzó ante el tribunal militar británico de Bochum la vista oral contra algunos trabajadores del consorcio Sulzbach que se revelaron a derribar la fábrica “Bochumer”.
Es fácil imaginar los sentimientos de estos hombres que fueron llevados ante el tribunal por no querer echar una mano en la destrucción sistemática de la economía de su país; para lo cual fueron forzados a mano armada por codiciosos capitalistas extranjeros. Muchos millones de trabajadores alemanes de toda la Patria habrán vuelto la vista a aquellos días gloriosos desde el fondo de su corazón, en los que aclamaban al Führer, al iniciador de su prosperidad, y en los que el Führer había dado personalmente la mano a ellos y a sus felices hijos. Si en aquellos días algunos no asintieron de todo corazón al Orden Nuevo, si durante la guerra algunos no se lo permitieron por dejarse embaucar por la propaganda anti-nacional-socialista y esperar grandes bienes de la democracia, como los que nuestro cariñoso Hitler les hubiera podido dar, ¡cómo habrán lamentado ahora su error!.
La destrucción de los soberbios bosques de Alemania es incluso más trágico que el derribo de sus fábricas. Por muy valiosas que puedan ser las máquinas altamente perfectas, los árboles vivos son siempre aun más valiosos. Estas criaturas de la fertilidad siempre invariable de la naturaleza no pueden ser reemplazadas ni con la habilidad del hombre, ni con un par de años, ni siquiera con ayuda de una cantidad de dinero cualquiera. Hace años expresé en otra obra lo que en realidad mantengo sobre la deforestación visto desde el criterio general humano, sin al mismo tiempo tomar en cuenta el de la ganancia económica1. El derribo de árboles debe emprenderse con gran precaución y en la escala más reducida posible (cada árbol talado debe ser sustituido por uno nuevo), y además solo cuando sea absolutamente necesario para la subsistencia; de lo contrario, persisto en denunciar públicamente a la tala —allá donde y cuando suceda—
1 “Acusación contra la humanidad”, nueve capítulos sobre los derechos de las plantas. El libro no fue editado aun.
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como un crimen contra la majestad y belleza divina de la naturaleza.
A lo largo de innumerables generaciones ha ocurrido en reiteradas veces que los árboles fueron talados con irreflexión vergonzosa para fines humanitarios vanos —por ejemplo, a causa de una comodidad o satisfacción momentáneas sin que los hombres rindieran cuentas de lo que hicieron. Lo que sucedió aquí, en Alemania, más por parte de los aliados, tiene aún mayores tintes desastrosos. Aquí se trata no solo de una mera repetición de un atentado inexcusable y depredación imperdonable a gran escala como raras veces se ha sufrido, sino también de un doble crimen: en primer lugar contra la naturaleza misma y después contra el Pueblo alemán que por lo menos en el oeste —y sobretodo tras la admirable educación nacional-socialista que recibieron sus discípulos— es la nación que más entiende y ama la naturaleza; la nación en la que la antigua veneración aria al árbol ha echado las raíces más fuertes.
No se necesitan estadísticas aburridas para quedar persuadido de la dimensión del desastre. Únicamente se precisa hacer un recorrido por la Selva Negra —por ejemplo, al viajar de Baden-Baden hasta abajo en el Titisee— y mantener los ojos abiertos. En incontables lugares a lo largo del Main se ve a derecha e izquierda, nada más que superficies vacías de kilómetros de distancia en las que son visibles los tocones de árboles caídos, tocones de miles de árboles caídos. Esto es lo que los franceses denominan “des coups à blanc”1, la deforestación de una región de bosques hasta que ni un sólo árbol queda en pie, hasta que la zona antaño poblada de vegetación viva se ha convertido en una superficie lisa. Todo este “coup à blanc” se puede recorrer a pie, horas y horas, sin ver en él un sólo árbol erguido. No es cierto que tales superficies peladas solo se pueden encontrar a lo largo de las orillas del Main hacia el sur. Hay también muchas superficies desoladas en el Innern de la Selva Negra. El contraste del campo exuberantemente verde que hasta ahora permaneció intacto, dejando paso a las superficies desoladas se manifiesta
1 “unos tiros al blanco”.
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mucho más desgarrador. Ello evoca el primer verso de una muy conocida poesía francesa, “L’enfant”, en la antología “Les orientales”1, de Victor Hugo: “Les Turcs ont passé la; tout est ruine et deuil”2.
Pero no, aquí no son los turcos, son sólo los propios franceses —y los ingleses en la zona británica donde el gran bosque sagrado, el Harz, ha sufrido no menos que la Selva Negra en el sudoeste de Alemania; y los americanos y los rusos que han ocasionado las mismas destrucciones en todo el país, desde Prusia oriental que ahora es un desierto, hasta abajo en las ciudades destruidas de Alemania central y de la comarca del Danubio. Los turcos no habrían ejecutado el trabajo tan concienzudamente.
No son sólo la Selva Negra, el Harz y los bosques del norte de Alemania. Donde siempre se vaya se debe ver las colinas sin el antaño manto verde maravilloso de los bosques vivos. Las extensas superficies forestales que todavía hoy se pueden avistar y que uno debe imaginarse extendidas sobre las terribles superficies vacías, contribuyen a hacerse una idea de cuan bella debe haber sido Alemania (si no se la ha visto anteriormente) antes del derrumbamiento de 1945. Los aliados simplemente desfiguran el país por afán de lucro, quizás también lo deforman por placer —por lo demás son muy ruines por hacerlo.
Dondequiera que uno vaya , cuando por ejemplo se viaja en ferrocarril o se tiene que esperar en una estación a causa del enlace, se ve, no, se debe ver sencillamente —un vagón tras otro cargados con madera; troncos enteros cargados horizontalmente uno sobre el otro, o trozos de madera relativamente pequeños, erguidos, embalados uno junto al otro. No sucede una vez, dos veces, muchas veces, sino cada día, durante toda la mañana, tarde y noche. De tal suerte parece como si los árboles —esos árboles que los alemanes tanto amaban y de los que estaban tan orgullosos— fueran todos deliberadamente talados a conciencia y llevados a otro lugar.
1 “El niño”, en la antología “Los orientales”.
2 “Los turcos han pasado por allí; todo es ruina y duelo”.
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Los alemanes nada pueden decir al respecto y nada hacen contra ello; sólo el espectáculo diario de ese pillaje sistemático les colma de justa ira. Únicamente saben que han perdido la guerra, que están desarmados y no pueden armarse de nuevo, en tanto que las potencias ocupantes tengan el país en sus manos. No han perdido la guerra por su culpa —la mayoría de ellos fueron fieles a su deber y han soportado de todo— sino por la de los adversarios de los nacional-socialistas, de los traidores que ayudaron a las potencias unidas del este y el oeste para aniquilar el estado nacional-socialista. Al ser derrotados deben sufrir ellos y el país mismo. ¡Vae victis! ¡ay de los vencidos!.
A pesar de todo . . . por esas destruidas superficies forestales, “muertas”, por ese recorrido vacio en el que no quedó árbol alguno ya se puede ver que emergen otra vez hojas verdes nuevas en el costado de muchos tocones, retoños tiernos que aparecen entre las raíces, árboles nuevos que van creciendo por cualquier sitio entre los antiguos al sol radiante, nutridos por el seno de la tierra invencible.
Se recupera la fresca hierva verde o las plantas trepadoras con flores blanquirosadas que se veían tan a menudo en las grietas de los muros ahora quemados y destruidos, en las ruinas de todas las ciudades alemanas. Aquí como allí, de nuevo se despliega la vida. Ninguna potencia de ocupación puede matarla. Aquí y allá se impone otra vez la naturaleza paciente después de la muerte que habían traído los hombres insignificantes, los agentes de las fuerzas de la muerte sobre la nación.
Al mismo Pueblo alemán le brota ya la voluntad de vivir —que es el comienzo de la nueva organización, que es el principio del triunfo— en medio de la amargura de la derrota.
Bajo la supuesta sumisión, bajo la adaptación simulada a los pretendidos principios de los vencedores, bajo la desnazificación que a disgusto y solo aparentemente por razones prácticas permitieron imponer sobre si, ¡velan y esperan los alemanes, el Pueblo de Hitler en lo más íntimo de su alma!.
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“Esperamos la chispa”, me dijo en octubre de 1948 uno de los nacional-socialistas más íntegros que conozco del territorio del Sarre.
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Esa disposición, esa espera, esa impaciencia bajo el yugo se mostraron hace poco en la reacción unánime de los alemanes contra el Estaturo del Ruhr, contra la última planificación de las potencias ocupantes —la mejor oportunidad para el saquear continuamente a Alemania, manteniéndola siempre en el fondo.
¿Qué encierra el Estatuto del Ruhr?. Todos los alemanes lo saben perfectamente. Sí, vale aquí el esfuerzo de repetirlo para aquellas gentes angloparlantes del vasto mundo1 que pudieran haberlo olvidado en el día en que en realidad este libro salga a la luz. Fue decretado por los aliados occidentales en diciembre de 1948 en Londres: un cuerpo administrativo internacional en donde los alemanes tendrán de nuevo un gobierno al estar representados por medio de tres delegados —como también Francia, los EE.UU., Gran Bretaña y los países del Benelux— en la distribución de carbón, coque y acero, de la que una parte estará destinada al consumo propio por los alemanes en tanto que el resto debe ser exportado. Este consejo de administración tendrá además el derecho de examinar la utilidad económica de estos productos. Cuando finalice el tiempo de ocupación posiblemente este consejo asumirá el poder que actualmente está en las manos de los gobernadores militares; los mismos que excluyen a los antiguos nacional-socialistas en la readquisición de las sociedades y en la dirección del sector industrial2. Codo a codo con la autoridad internacional fue creado un comité aliado (esencialmente con funciones económicas) para la “seguridad militar”, cuya tarea sería “inspeccionar el desarme y la desmilitarización de Alemania”.
1 Esta obra fue escrita originalmente en inglés: “Gold in the furnace” y editada en Calcuta en 1953.
2 “Genfer Zeitung”, en la 1a semana de enero de 1949; reproducido en “Revue de la Presse Rhénane et Allemande, 4° año, n° 1.
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Sería el deber de estas autoridades imponer restricciones y limitaciones a la industria alemana1. El servicio de la seguridad militar será probablemente trasladado en el futuro próximo a Coblenza o a Bad Ems. El comité internacional del Ruhr entrará en funciones sólo tras la terminación de la ocupación militar.
No se precisa ser político para reconocer al instante que este nuevo dictado es cualquier cosa menos una solución para la reconstrucción de Alemania mientras no dé garantías legales a sus vecinos2. Se necesita simplemente ser medianamente inteligente para distinguir que esto no puede ser una medida para la colaboración “pacífica y amigable” entre los países de Europa occidental. Es un documento ignominioso que rubrica (en opinión de los aliados, para siempre) no solo el destierro de Alemania a la línea de los poderes de 3a categoría, sino a la de una colonia real de las democracias occidentales, a un Estado en el que el nivel de vida real de los hombres ya no dependa más de su capacidad de rendimiento o de sus propias leyes sociales, sino de la votación de los rivales económicos alemanes3.
Tres características fundamentales del Estatuto del Ruhr deben tener como consecuencia nuestra atención sobre todo: 1. Que limita la producción de carbón y acero en las principales regiones industriales alemanas y controla el uso de estos bienes dentro y fuera del país; 2. Que tiende a suprimir por medio de la seguridad militar cualquier posibilidad de un nuevo despertar del espíritu nacional-socialista, es decir, que tendrá políticamente bajo control a Alemania; y 3. Que estas dos brutalidades contra la nación alemana deben ser válidas permanentemente (estos es al menos lo que desean los aliados). El primer punto significa para nosotros no menos que la liberación oficial de la explotación organizada por bandas de vencedores occidentales del 45; en los puntos segundo y tercero se trata posiblemente del ensayo para impedir que estos productos pudan
1 “Le Monde”, 1a semana de enero de 1949, reproducido en “Revue de la Presse Rhénane et Allemande”, 4° año, n° 1.
2 “Bulletin de la Semaine”, “Revue de la Presse Rhénane et Allemande”, 4° año, n° 1.
3 Prof. Ludwig Erhard, en “Der Spiegel”, de Hannover, 8 de enero de 1948.
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ser terminados algún día.
La producción de acero del Ruhr no solo jamás puede exceder de 10,7 millones de toneladas, sino además conforme al artículo 14 del Estatuto del Ruhr (por mencionar solo un ejemplo), la nueva administración internacional debe distribuir el producto de aproximadamente siete mil empresas alemanas entre los diferentes países compradores. El Ruhr abastece con el 80% la exportación de materias primas. La nueva administración internacional está facultada no sólo para fijar la cantidad mínima en carbón, coque y acero para el consumo en la industria alemana, sino también para determinar el procedimiento de la exportación alemana, y se la permite por ejemplo en cuanto al acero, el prohibir de improviso la exportación de todos los artículos protésico-dentales alemanes, de un ramo comercial rico que aportaría divisas. Es por esta razón que los representantes de las potencias de ocupación —dando por hecho que todos están de acuerdo— tienen en la práctica la posibilidad de cortar toda tendencia exportadora alemana que pudiera poner en peligro su propia situación económica. Junto con el poder de control sobre la exportación alemana, la autoridad internacional como árbitro, también puede parar todas las relaciones económicas entre Alemania y los países escandinavos, España, Italia y el sudeste de Europa. Por eso también los aliados occidentales pueden usar la exportación del Ruhr como un medio de presión muy eficaz en materias de política exterior1.
Para hacer más indudable la dependencia absoluta y constante de Alemania, los consorcios alemanes deben dar cuenta a intervalos precisos de sus negocios a las autoridades internacionales, que mientras por último tienen acceso libre a todas las fábricas.
Si esto no significa un desvalijamiento minuciosamente planeado, entonces me pregunto que debió ser si no.
Naturalmente —como siempre en las democracias occidentales eses un saqueo sin pretextos, sin disculpa alguna (ni siquiera tienen dignidad para ser ladrones de manera franca y abierta). La disculpa
1 “Der Spiegel”, Hannover, 8 de enero de 1949.
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es la usual —la usada, aburrida y enfermiza que llenaba los discursos de los aliados, sus discusiones y la prensa europea desde el final de la 1a Guerra Mundial: la seguridad de Francia. Ahorca, encadena, debilita, amarra al suelo a los fuertes por naturaleza —los sanos, los de raza pura, guerreros, los dinámicos y los más capaces— de modo que los débiles por naturaleza puedan sentirse seguros cuando menos; somete a los representantes de una humanidad viril de manera que unas pocas flores de la decadencia puedan florecer con comodidad en medio de las muchas malas hierbas de la mediocridad, en el estiércol viscoso y blando de la tranquila corrupción. Esto es todo el genio, toda la justificación de la democracia y su secreto; ambos, los arios degenerados y los muy poco “intelectuales” de las razas inferiores, repiten con alborozo sus doctrinas de la igualdad y sus consignas “anti-nazi” para ganarse a todo el mundo como dóciles camellos, y ¡siempre de nuevo “se bajan los pantalones”!. Esto es también el significado verdadero de la seguridad francesa en esta asociación, esto y nada más1.
Pero la seguridad es solo una excusa. El motivo autentico que se encuentra tras el Estatuto del Ruhr de 1949 es exactamente el mismo que en 1923 se encontraba detrás de la ocupación del Ruhr por los franceses: pillaje; en el lenguaje democrático “negocio”. Los demócratas dicen lo mismo cuando dejan de hablar en la jerga-propaganda. El periódico económico parisino “L’echo de la Finance” lo expresa, en efecto, de una manera más agradable y apropiada: “Son especialmente las posibilidades industriales de nuestros antiguos enemigos las que nos causan malestar. Si mañana la industria del acero alemana nos expulsase del mercado europeo, no sería posible asegurarnos más divisas, que tanto necesitamos. No es tanto el ámbito militar como el económico en el que nos tendremos que medir desde ahora con nuestros antiguos enemigos”2. Aquí es expresado
1 Es interesan te notar aquí lo que “Der Abend”, periódico berlinés autorizado por los americanos, cuenta a este respecto en al primera semana de enero de 1949: Se habla siempre de la seguridad francesa pero se olvida que se cambiaron de sitio las fronteras francesas en el plazo de los tres últimos siglos, y cada vez más hacia el este. ¿Quién habla de la seguridad de Alemania?. Las todavía no nacidas jóvenes generaciones fueron sacrificadas al complejo de seguridad francés.
2 “Revue de la Presse Rhénane et Allemande”, 4° año, n° 2.
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con claridad. El Estatuto está dirigido por hombres de negocios, no por locos sentimentales.
¿Es un milagro cuando un diario alemán califica el Estatuto del Ruhr de “una puesta en práctica del Plan Monnet que prevee un trasplante de la producción del acero del Ruhr al Lorraine”1, e incluso un periódico socialdemócrata como “Der Telegraf” de Berlin que escribe que el control que está previsto para el territorio del Ruhr desanima a las fuerzas democráticas alemanas, las hará poco dignas de crédito y llevará de nuevo al radicalismo al ancho sector del Pueblo alemán?2. ¿Es entonces un milagro que la malvada trama fuese denunciada oficialmente por el órgano rector del Partido socialdemócrata mismo como “una solución momentánea”, por cuya eliminación luchará el partido con todas sus fuerzas?.
Si esta vileza de parte de los “aliados democrático-occidentales” puede recordar en algo hasta los jefes del S.P.D.3 que son alemanes, le dejo a cualquiera imaginarse que efecto debe haber tenido esta ignominia sobre la mayoría del Pueblo alemán —y sobre esa inteligente y fiel minoría aria fuera de Alemania— que desde 1945 debe guardar silencio: los nacional-socialistas.
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Como ya he expuesto arriba, el plan de saqueo permanente de Alemania es completo, o más bien, además se apoya en perseguir al Nacional-socialismo y extinguirlo para siempre.
Pero la gente no debió hacerse ilusiones sobre los verdaderos motivos por los que este plan se organizó —o el modo y manera en que sirve de base para la completa persecución de nuestra Weltanschauung desde y ya antes de 1945. No son de modo algunos humanitarios como la gente sencillamente cree. Son economizadores.
1 “Westdeutsche Zeitung”, de Düsseldorf informado por “Revue de la Presse Rhénane et Allemande”.
2 “Revue de la Presse Rhénane et Allemande”, 4° año, na 1.
3 Partido Socialdemócrata de Alemania.
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Están muy ocupados en como pudiéramos haber tratado a los pobres judíos-mimados. Por otro lado, están muy poco o nada ocupados con el modo y manera conque el Nacional-socialismo sacó a Alemania de la servidumbre política y económica tras la 1a Guerra Mundial y la convirtió en potencia de primer orden en Europa. Si no hubieran realizado los odiados “nazis” este prodigio bajo la dirección de Adolf Hitler, si no hubiesen hecho de la hambrienta, indefensa y desmoralizada Alemania de 1920 la insigne de 1940 —rica, triunfante, irresistible— entonces nada hubiera importado sobre cuántos parásitos inútiles hubiesen sido gaseados (después de largas investigaciones escrupulosas de notables historiadores —sobre todo del extranjero— hoy se sabe que en Alemania y también en el este, jamás fueron gaseados los judíos. La autora de este libro todavía no lo sabía en 1949). El inteligente hombre de negocios de las democracias de corazón tierno se habría desentendido de eso; y los locos sentimentales que integran los soldados de las “fuerzas anti-nazis” no lo sabrían. La prensa, la radio y los cines no les habrían informado. El crimen imperdonable del Nacional-socialismo es a los ojos de nuestros perseguidores haber hecho grande a Alemania. El único sentimiento que impulsó a los dueños momentáneos de la desgraciada Alemania a emprender medidas para la destrucción del Nacional-socialismo era el miedo a que la Alemania aniquilada, en medio de las ruinas y de la desesperación, pudiera resucitar otra vez bajo la música del Horst-Wessel-Lied. Saben lo que más tarde o más temprano sucederá. Todavía hacen todo lo que está en su poder para impedirlo de manera que aun podrán saquear el país un poco más. Esto es todo el secreto de sus disposiciones: en la desmilitarización permanente, en la vigilancia continua por los aliados y en la exclusión constante de los nacional-socialistas de todos los puestos importantes.
Los judíos nos odian en realidad a causa de todo aquello por lo que abogamos. Son los que nos odian por las razones más naturales y vitales; y por eso mismo nos odian con mayor razón. Son los que nos odian personalmente a todos y cada uno de nosotros, los
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que son capaces de llevar a cabo cualquier atrocidad contra todos y cada uno de nosotros. Esta es la razón por la que se les pone, por los enemigos de Alemania, como nuestros perseguidores directos en las sesiones del tribunal de los llamados “criminales de guerra”, como torturadores en los campos de exterminio “anti-nazi”. Nadie hubiese podido realizar este trabajo tal como ellos.
Los comunistas —si no son también a la vez judíos— nos odian por causa de nuestra filosofía, pero sin la intervención de ese vehículo corporal donde se materializa la sangre de una raza que hace al odio implacable. Nos odian como los cristianos odian a los paganos (o tenían la costumbre de odiar cuando aún eran cristianos), y no como los ratones odian a los gatos. La masa media-“anti-nazi” en el oeste nos odia sin saber porqué; porque ha leído cien mil veces por escrito que somos monstruos, ¡¡¡por lo tanto debe ser cierto!!!.
La gente inteligente que tiene algo que decir en la persecución del Nacional-socialismo en la Alemania ocupada nos odia porque nuestra filosofía está indisolublemente unida a la grandeza de esta Patria. En realidad es a Alemania a la que odian, al país menos judaizado entre las grandes naciones arias de Occidente; al Pueblo que por su naturaleza debiera dirigirlos, en tanto que en cambio es su rival más temido (¡incluso en la derrota!).
Reprochan a Alemania una y otra vez nutrir un “nacionalismo peligroso”. ¿Qué se puede decir sobre su propio nacionalismo que no se basa sobre el derecho de un Pueblo sano para buscarse más espacio vital, sino en la exigencia de una impecable hermandad de gentes de negocios para llenarse los bolsillos? ¿Qué no sucederá con su chauvinismo —nunca mejor dicho— que es nutrido de manera regular y abnegada por el dinero del judío internacional?. Porque tras los rivales patriotas franceses, británicos y americanos de Alemania en la lucha en torno a la supremacía industrial, económica y en definitiva política, que odian y persiguen al Nacional-socialismo como poder dirigente camino de la grandeza, está de nuevo el judío internacional que odia —como hombre de negocios y como judío—
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a Alemania debido a su capacidad técnica y a su conciencia racial. Es el “adversario del nazi” más amargo, perseverante y poderoso de todos, que se aprovecha del miedo patriótico y la codicia económica de los arios contra en Nacional-Socialismo, al tiempo que esos renegados arios que controlan la Alemania ocupada utilizan para sí el odio, la crueldad y el fanatismo “anti-nazi” del judío simple para acabar físicamente con los “peligrosos” nacional-socialistas alemanes porque de todos modos saben que jamás podrán vencer su espíritu para siempre.
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Esta gente que ahora está ocupada con hacer de Europa occidental un lugar seguro para sí, no solo son ladrones insaciables sino también y sobre todo mentirosos. No dicen: “Somos ladrones”. ¿Quién haría ya eso?. Cuando algunas veces lo reconocen entre ellos o ante gente frente a la que no temen opinar —como por ejemplo ese francés del que reproduje una conversación conmigo al comienzo de este capítulo— así lo hacen, pero no ante el mundo; pues ello les despojaría del favor de esos bobos de los que hay millones, y esos en las democracias modernas tienen el mismo derecho de voto que cualquier otro hombre o mujer. Según parece estos bobalicones se han resignado con las circunstancias actuales e incluso aun califican de útil el robo en la Alemania ocupada.
Lo denominan “garantía de la seguridad”, de la “paz”, de la “justicia” y remedan las voces de los periódicos matutinos que por su parte reflejan los intereses de los capitalistas que confían en ella para montar la riqueza continua de su país —y la suya propia— sobre el empobrecimiento incesante de Alemania. Deben indicarlo así en adelante. Con tal motivo tienen que ser inventadas disculpas para justificar ambas: la explotación misma y al persecución indispensable del Nacional-socialismo. Cuanto mejor está organizado el pillaje tanto más inteligentes son los embustes que sirven con el fin de excusarle.
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Ya he dicho lo que mantengo así como todo nacional-socialista, sobre las intenciones tenaces de la democracia occidental de limitar el rendimiento industrial de Alemania en aras de la seguridad de Europa, especialmente la de Francia. Otras palabras suaves para el robo que se emplean en la jerga democrática referente a los intereses alemanes son “reparación” y “justicia”. Esta “justicia” se confirma particularmente en la compra de todo bien que fue vendido a nacional-socialistas por los judíos que abandonaron Alemania bajo el régimen nacional-socialista. La gente que adquirió los bienes pagó por ellos no siempre a un precio tan alto como los judíos hubiesen deseado, pero pagó. Ahora los judíos han vuelto. Ahora los nuevos amos obligan a las autoridades militares, sus humildes criados, a devolver todo gratis: las casas, la tierra u otra propiedad por las que les habían pagado dinero. Esto se llama “reparación”. Lo mismo sucedió con un gran número de objetos que en el transcurso de la guerra fueron pagados y adquiridos como botín de guerra en los países ocupados (¡sin disculpas hipócritas!). Según declaraciones oficiales francesas sólo en Francia y hasta junio de 1948, llegaron a ser devueltos objetos por valor de doscientos millones de dólares (ocho mil millones de francos en el tipo de cambio de 1938, cuarenta y dos mil millones de francos ahora, o ciento veinte mil millones de francos si se tiene en cuenta en qué proporción se han elevado hoy los precios en Francia) a sus antiguos propietarios y sin ninguna indemnización a quienquiera que siempre fuera su propietario en Alemania1. También “reparación”.
Pero hay todavía disculpas mucho mejores que estas; por ejemplo las explicaciones que me dio amigablemente uno de los altos oficiales de la “Bureau de l’information” en Baden-Baden durante mi primera entrevista con él, el 9-10-1948. ¿La masacre brutal de la Selva Negra?. ¡De verdad una necesidad muy desagradable!. No solo una necesidad para la cartera de los franceses; no solo una “justa” reparación
1 “Wirtschaftszeitung”, Stuttgart, 8.1.1949 —reproducido en “Revue de la Presse Rhénane et Allemande”, 4° año, n° 2.
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por los daños que había causado los cuatro años de ocupación alemana, sino una necesidad en interés de los árboles mismos. Una enfermedad, así me contó el francés, ha afectado a un gran número de árboles en diferentes regiones forestales. Así se cayeron estos árboles enfermos y los árboles de alrededor . . . , para impedir una propagación de la enfermedad. Con otras palabras, los franceses han realizado la tala masiva de esos árboles a lo largo de toda la Selva Negra y donde ahora se distingue una comarca completamente desolada con millares de tocones solo para “salvar” el glorioso ornamento vivo de Alemania. ¡Realmente muy amables de su parte!. Mas causa una extraña impresión cuando se afirma después de todo que tal “amabilidad” fue necesaria en todos los grandes bosques del país, y también que la rápidamente propagada enfermedad se presentara ante todo después que las fuerzas de ocupación la hubieran diagnosticado.
Por lo que se refiere a los comentarios del mismo francés sobre el desarme en las fábricas alemanas, exceden estos en tan astuta ingeniosidad a todo lo nunca antes o después visto. Indudablemente los franceses y sus aliados habían derribado innumerables fábricas debido a “su seguridad” y también se habían llevado consigo máquinas productivas como aportación para la “indemnización de guerra”. Pero los alemanes no se enojaron en realidad por eso; al menos no los industriales alemanes. ¡Al contrario, simplemente en el fondo de su corazón estaban demasiado contentos por deshacerse de las viejas máquinas en la esperanza de que muy pronto estarían en situación de reemplazarlas por nuevas y modernas!. ¿El enfado de la gente?. ¿La negativa de los trabajadores a ayudar al desmantelamiento de sus fábricas?. Sólo una vergonzosa propaganda tuvo la culpa de ello.
Como complemento huelga añadir . . . , que los gobiernos militares de las fuerzas de ocupación en sus escasas informaciones en los periódicos alemanes, siempre que pueden desmienten públicamente sus incautaciones, sus gastos por la ocupación y sus métodos de saqueo1.
1 El gobierno militar francés ha negado haber confiscado buques de 300.000 toneladas en el alto Rin (Allgemein Zeitung; Mainz, 30.12.1948.
También el General Bishop ha demostrado las cuentas del Dr. Weitz como incorrectas, las cuales indican los gastos por la ocupación. Sin embargo él da por convenir que los gastos de ocupación constituyen el 20% de todos los gastos del Estado del año —desde el 1 de abril de 1947 hasta el 31 de marzo de 1948— ya decir verdad con exclusión de todos los gastos que se refieren a reparación, sustitución, desarme, prisioneros de guerra y desplazamientos de personas (Rheinische Zeitung, 3 de enero de 1949, reproducción de “Revue de la Presse Rhénane et Allemande, 4° año, n° 1).
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Los aliados proyectan justificar con mentiras sus saqueos en la Alemania ocupada. Emplean sin embargo aun mayores mentiras, verdades a medias y la ocultación absoluta de la verdad para tener así un pretexto adecuado en la persecución del Nacional-socialismo.
Detrás de todo está la idea principal de hacernos parecer a los ojos del mundo entero como monstruos fanáticos y crueles.
Para alcanzar esta meta muestran de entrada a nuestros enemigos —o en todo caso intentan mostrarle— que ellos mismos son demócratas y siempre lo han sido (hasta en la guerra) y como gente decente, apacible y amable son completamente incapaces de llevar a cabo jamás brutalidades como las nuestras.
Por eso deben esconder todos los hechos —¡qué “vergonzoso”! — que pudieran probar lo contrario. Así a priori no puede ser dicha o escrita una palabra sobre sus crueldades —y no fue dicha jamás una palabra sobre lo que tuvo lugar en las cámaras de tormento de Ham Common, alejadas un par de millas de Londres, y en cámaras de tormento semejantes en otros lugares de todos los países democráticos como también en la Rusia soviética, en el transcurso de la guerra; tampoco una palabra sobre los diversos horrores que también fueron cometí dos durante la guerra sobre los al emanes por la hez de la humanidad, que como muchos honrados franceses mismos reconocen formaba la mayor parte de la Resistencia francesa; ni una palabra, por ejemplo, sobre los canallas que habían capturado a doce oficiales alemanes a los que ataron juntos y prensaron lentamente hasta la muerte entre los dientes de hierro de una gigantesca prensa de uvas en una localidad en el interior de Francia
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de nombre Oradour; ni una palabra sobre las crueldades de todo género que fueron cometidas sobre nacional-socialistas en general por judíos bajo vigilancia británica, americana y francesa tras la guerra en los campos de exterminio “anti-nazi” en Alemania occidental o por los rusos en Alemania oriental y en el Lejano Oriente; ni una palabra sobre Darmstadt, Schwarzenborn, Hersfeld y Dachau, después que estos fueron tomados por los aliados, ni sobre Galgenberg cerca de Bad Kreuznach, ni sobre el campo 2288 de Bruselas y sobre otros lugares de hambre y de malos tratos bajo mando aliado dentro y fuera de Alemania después de la capitulación. ¡Ay aquel que se aventura a sacar a la luz tales hechos!. El oficial británico que me informó sobre los horrores del campo del hambre 2288 fue obligado a renunciar en su puesto y debió abandonar el territorio ocupado porque había mantenido su honradez al informar a las autoridades dirigentes acerca de ello.
El paso siguiente es insistir en cada acto violento de nuestra parte, ya en la guerra o en la paz, naturalmente exagerándolo, y al mismo tiempo no mencionar conscientemente hasta que punto fueron permitidas y justificadas tales brutalidades al contemplarlas como castigo o revancha por crímenes abominables de parte de los enemigos.
El fusilamiento de rehenes en los países ocupados por Alemania durante la guerra es uno de los temas más conocidos de la “propaganda anti-nazi “. Los “pobres” rehenes no habían hecho nada para que fueran fusilados. Admitido. ¿Pero por qué se procedió así?. ¿Cómo, por ejemplo, fue súbitamente fusilado un soldado alemán completamente inocente —nadie supo por quien— mientras daba pacíficamente un pequeño paseo por un jardín público tras la puesta del sol? ¿Fue esto justo?. Si fue justo —y si ello era la guerra— ahora ¿por qué el muchacho que lo había hecho no tuvo el valor para adelantarse y darse él mismo por vencido en vez de tolerar que una docena de inocentes fuese fusilada en su lugar?. ¿Eran verdaderamente “inocentes” los hombres que los alemanes capturaban en las calles según su parecer?. ¡No!. Eso correspondía a la realidad sólo en casos
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excepcionales en los que el ataque reiterado por parte de la población amargaba a las autoridades alemanas locales; por regla general, entre los rehenes se encontraba de gente que se sacaba de las cárceles donde ya estaban detenidos por sus probadas actividades de oposición. ¿No era completamente natural que en tales circunstancias debían sufrir por las acciones cometidas por sus camaradas cuando estos no estaban dispuestos a sufrir por sus propios hechos?.
Que yo sepa en la actual Alemania ocupada no se han cometido acciones semejantes del enemigo contra los representantes de las potencias de ocupación aliadas. ¿Pero hubieran ocurrido si el gobierno militar de cada potencia de ocupación no hubiera matado un número de rehenes para mantener de nuevo su autoridad?.
Algunas veces hubo represalias que fueron ordenadas por los alemanes en los países ocupados. ¿Pero por qué se ordenaron?. Me limitaré a citar solo un ejemplo de ello que ya es tan elocuente en sí mismo que todo comentario al respecto sería superfluo —el ejemplo de la extinción de la población de Oradour en la Francia central, un suceso mostrado hasta la náusea por los enemigos del Nacional-socialismo por el todo mundo como una atrocidad “nazi” fundamental (oí de ello por primera vez en la India; luego en Islandia en 1947 vi las ruinas de Oradour entre las actualidades que fueron exhibidas sobre una pantalla antes de la película principal en un cine de la “Alliance Française”. Pero ya en 1946 se me había informado en Francia de la verdadera atrocidad que fue perpetrada en el pueblo de sobra conocido). Ya lo he mencionado arriba: doce oficiales alemanes habían sido triturados en una gigantesca prensa de uvas hasta la muerte bajo el alborozo diabólico de unos doscientos o trescientos espectadores. Primero fueron machacadas sus piernas ya que estaban en pie y todavía algunos vivían cuando por fin los dientes de hierro se cerraron sobre su tronco acabando con su martirio. Esos doce hombres no habían sido escogidos en particular para tan horrible destino porque hubiesen hecho algo a los habitantes del lugar o a otros franceses. Fueron torturados por ninguna otra razón que la de ser oficiales de las fuerzas armadas alemanas
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—odiados “nazis”. ¿Es en ese caso algo extraño que el pueblo fuese exterminado tras esta atrocidad?. Hubiera sido una vergüenza si no se hubiera efectuado esto. Se sabe de las represalias tremendas de los británicos contra los indios a causa de los excesos durante la guerra de independencia india en 1857, o incluso hace muy poco tiempo durante las acciones perturbadoras de los últimos veinte años. Si los indios hubieran tratado así como los franceses trataron a esos alemanes inocentes, no a doce oficiales sino aun único soldado británico, el ejército británico hubiera acabado no sólo con un pueblo sino con una provincia completa.
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Pero seguramente la más conocida de todas las acusaciones parciales que se han dicho contra los nacional-socialistas es la de que han “perseguido a los judíos”. Esos “pobres judíos”, todos cándidos como corderos, todos bienhechores de la humanidad, gente amigable, honrada, inteligente, desinteresada —pueblo propio de Dios; ¿qué otra cosa pueden ser? — fueron víctimas indefensas de nosotros, “monstruos despiadados”. En esta mentira (¡pues es una mentira!) se oculta una propaganda “anti-nazi” universal que fue establecida implacablemente con el fin no solo de predisponer en contra nuestra a millones de personas del pueblo sencillo que era indiferente frente a la política, sino también a un número muy grande de antiguos admiradores de nuestro régimen en todos los países fuera de Alemania. El hecho de que la mentira es una parte de la verdad (como lo son todas o la mayor parte de las grandes mentiras) hizo su efecto tanto más eficaz y duradero.
Indudablemente combatimos al judaísmo y todavía hoy lo hacemos. Combatir al judaísmo y perseguir a los judíos suena casi lo mismo. Sin embargo no es lo mismo. Hemos combatido al judaísmo y hoy todavía lo hacemos como autodefensa; en defensa de toda la
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humanidad aria. No es cierto que odiemos a los judíos “por ninguna razón en general” o por viles celos económicos (como mantienen un gran número de adversarios del “nazi”) o debido a su “talento”. ¡No!. Si hubieran seguido en su sitio y hubiesen llevado una existencia nacional honrada en su propio país como otras razas (o hasta en países de otros pueblos, si hubiesen podido conquistarla en un combate honrado; la mayoría de las razas han buscado en uno u otro tiempo de su historia una nueva patria) entonces, así lo sostengo, no hubiesen sido mencionados en general en la literatura nacional-socialista. Por ejemplo, no mencionamos a los árabes, aunque junto a los judíos, vistos racialmente, son semitas. Pero los primeros son luchadores, los últimos parásitos de este continente. Por ese motivo como los judíos son peligrosos y según parece parásitos natos —pues nunca han sido otra cosa desde que existen— se plantea siempre, antes o después, un “problema judío” allí donde se establecen. Por este motivo, tarde o temprano se debieron emprender tanto en el antiguo Egipto o en la moderna Alemania, medidas contra ellos en defensa de la propia raza o razas, a cuya costa viven y logran. Por esta razón, como paladines de la humanidad aria hemos hecho tanto hincapié en la lucha por liberar a Alemania y a todas las naciones arias del astuto yugo judío. Esto no es persecución de judíos. Esto es sólo la defensa del Pueblo ario en su Patria contra la penetración nociva de una raza parásita extranjera. Fuimos despiadados —y debemos serlo— en esta lucha. Así se es siempre si se defiende la propia vida. Esta es la lucha en la cual está en juego la supervivencia de las razas arias. No, nunca fuimos crueles aunque, como ya dije, podamos haber sido duros. La acusación que fue aducida en contra nuestra por todo el mundo de que ocasionamos a los judíos dolores premeditados por el único motivo de haber nacido como tales, es una mentira que clama al cielo dando voces. Muchos —en realidad demasiados— judíos vivían libres y felices en el Tercer Reich. Aquellos que abandonaron Alemania, la abandonaron con todos sus bienes desgraciadamente. He encontrado a algunos de ellos en Londres. Emplean su riqueza en atizar el odio contra el Nacional-socialismo.
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Ahora que nada tienen que temer se ufanan en ello. Aquellos que permanecieron libres en Alemania después de cierto tiempo debieron portar una “estrella de David” amarilla, de manera que se les podía reconocer en seguida al primer vistazo aunque no lo pareciesen por su fenotipo externo. ¿Por qué contemplaron tan ignominiosa esta identificación?. No lo sé. Deberían haber estado alegres de poder llevar su propia estrella. ¿O son conscientes y se avergüenzan ellos mismos en el fondo de su corazón de ser judíos?. Esto casi pudiera sospecharse. Yo personalmente estaría alegre si nuestros enemigos que ahora están en el poder me mandasen llevar una Swástika. Estoy de hecho muy disgustada al respecto, ya que no me permiten al menos llevarla aquí en público en Alemania.
Los judíos que fueron internados en los campos de concentración estaban todos allí por un motivo mayor que él de haber nacidos judíos únicamente. Como todos los alemanes, polacos o checos que estaban allí internados, de uno u otro modo habían actuado o habían impulsado propaganda contra el régimen nacional-socialista. Fueron todos tratados como elementos enemigos incorregibles —ya efectivamente o no conspiradores directos— bajo un gobierno fuerte y recto que sabe lo que quiere y con que cometido llegó al poder.
Asistían conscientes a la construcción de ese glorioso resurgente arianismo que ambicionábamos a costa de enormes sacrificios en el camino. Debimos darles unas palmaditas en la espalda, liberarles y decirles: “¡Trabajad tanto como os agrade contra nosotros, vosotros viejos muchachos, ello no nos preocupa!”. En el transcurso de mil años en un mundo racialmente consciente, habrían aceptado la cría limpia en unión con un sistema educativo complementario práctico a todos los hombres y mujeres del Nacional-socialismo, como algo natural de su responsabilidad; si esta lucha actual, vista en su superioridad histórica, se hubiera presentado como la fundación heroica de una civilización firmemente ordenada, entonces a lo mejor habríamos procedido así. Pero actualmente no, no dentro de los diez primeros años tras nuestra subida al poder, tampoco en el plazo de la segunda, de la tercera o incluso de la décima década. No
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nos lo podríamos permitir. Ningún movimiento joven se puede permitir soportar resistencia. Significa para el movimiento una cuestión de vida o muerte.
Pero lo repito: aunque sin compasión, nunca fuimos crueles. De vez en cuando pueden haber ocurrido casos de brutalidad individual. ¿Quién lo pone en duda?. Todo partido que tiene centenares de miles de miembros debe contener forzosamente algunas personas que por naturaleza sean crueles. Pero si de tal suerte ese era el caso dentro de aquel contexto, esa gente fue brutal a pesar de que era nacional-socialista, no porque era nacional-socialista, aun cuando nuestros enemigos mantengan lo contrario. Todo acto brutal intencionado era duramente castigado tan pronto como llegaba a descubrirse por su parte. Esto me dijo, aparte de otras cosas, una mujer que desempeñó un puesto de importancia en la dirección de cinco KZ sucesivamente en el Tercer Reich, y que por ese motivo se hacía responsable de lo que afirmaba; una mujer que además sabía muy bien lo poco que le gustaba a mi corazón la forma en que fueron llevados a cabo tales hechos y que fue prevenida ampliamente contra ellos; no tenía el menor motivo para esconder la verdad delante de mi. Si aquí reitero que lo que he conocido como verdad, de ninguna manera lo hago para así disculpar a mis superiores a los ojos de los demócratas. Nuestro derecho a dominar se halla sólo en nuestra fuerza corporal y moral —en el valor racial y personal—, no en el “lavado de imagen”. No. Si repito lo que sé como verdad, lo hago solo así en aras de la verdad. De hecho nada me importa lo que los demócratas y comunistas —y la gran mayoría apolítica de la humanidad— piensen de nosotros. Por otra parte señalamos las mentiras que integran la esencia de toda propaganda “anti-nazi” por la única razón de ser mentiras.
No desmentimos que hubiera cámaras de gas en los campos de concentración del Tercer Reich. Estas cámaras de gas tuvieron que cumplir funciones técnicas de género diverso y jamás fueron destinadas para extinguir vidas humanas (¡véase los conocimientos de investigaciones durante años por investigadores extranjeros, eruditos
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como el profesor Paul Rassinier, profesor Faurisson, profesor Richard Harwood, etc.!)1.
Gracias a las mentiras de nuestros enemigos, nuestros crematorios han llegado a ser mundialmente famosos. La incineración —el modo vetusto y típicamente ario de tratar a los muertos— fue puesta en práctica por el gobierno nacional-socialista para todos en Alemania entera, no sólo para los reclusos de los KZ entre otros. En Inglaterra como en muchos lugares hubo crematorios por todas partes —y los hay todavía hoy—. En cada KZ hacían faltas crematorias especiales para el caso de que hubiesen un número elevado de ejecuciones. Y donde existieron crematorios, lo que nuestros enemigos continuamente olvidan decir es que fueron para los muertos, nunca para los vivos. Mantener que los internados que fueron condenados a muerte eran arrojados vivos al horno es la mentira más escandalosa que existe —y nuestros enemigos lo saben igual que nosotros. Nadie, fuese judío o no, fue cremado vivo por orden de autoridad nacional-socialista alguna. Una cosa así hicieron una vez las iglesias cristianas (y probablemente lo harían otra vez si disfrutasen del mismo poder ilimitado que en el siglo XVI). Lo que nuestros enemigos pueden decir siempre; nuestra esencia se encuentra lejos de dedicarnos a tales horrores. Yesos que cocinada adrede esta sopa de mentiras han divulgado sobre todo el mundo para difamar al Nacional-socialismo, esos que hoy en día han ganado una guerra con tales armas, son tanto más cobardes miserables y criminales cuanto que ni siquiera tienen la disculpa de ser judíos. Reitero: si algún subordinado hubiese arrojado a un judío vivo al fuego habría obrado de motu propio y no por una orden, y cuando esto se hubiese descubierto habría sido castigado con severidad extrema. Lo sé por gente que durante años ha trabajado en más de un KZ y que está más que segura de mi fidelidad imperturbable hacia nuestro Sistema para decirme la verdad, como siempre le gusta hacer. Pero, ¿por qué dilapidar el tiempo para demostrar la falsedad fundamental de toda propaganda “anti-nazi” cuando uno o dos hechos serían suficientes?.
1 Paréntesis introducido probablemente por la traductora al alemán Lotte Asmus o por la autora en una revisión de su obra varias décadas después.
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En enero de 1949 se me mostró en un número de la revista ilustrada “Look” un artículo que reflejaba la supuesta vida de la señora Ilse Koch, la mujer que fue acusada de haber hecho pantallas con la piel de las internadas muertas en los KZ. Incluso si ello fuera cierto, ni siquiera veo, dicho de paso, el porque contemplarlo como un crimen tan grande que debiera castigarse con el cautiverio de por vida. Las pretendidas internadas, que estaban muertas al fin y al cabo, no se encontraban allí con la finalidad de poseer su piel precisamente. Pero, ¿es cierto, realmente cierto?. La revista americana mostró fotografías de piel tatuada con la que pretendidamente la señora Loch debió haber fabricado sus pantallas. Muchas de estas pieles estaban adornadas por imágenes de mujeres que llevaban sombreros. Bastante curioso —ya debo decirlo—: todas estas pieles marcaron la moda de 1920. Toda la gente que presumiblemente tenía este tipo de adorno murió entre 1940 y 1945. Lo repito: es curioso. Toda la historia parece un inteligente engaño propagandístico. Pero es difícil, muy difícil elaborar tal sarta de mentiras sin que alguna insignificancia no delate antes o después la naturaleza de todo el plan.
Esto parece todavía más impúdico con el ejemplo de la película falsificada que presuntamente debía presentar los horrores del KZ alemán de Buchenwald. En Kassel —donde todo alemán adulto se vio obligado a contemplar la famosa película— un médico de Göttingen que contempló la película se vio a sí mismo sobre la pantalla entre las víctimas. Nunca había estado en Buchenwald y no podía acordarse del suceso por él que hubiera podido aparecer allí. Por esto nombró a unos colegas para que examinaran la película a fin de aclarar el misterio. Se trataba de un trozo de la película que se filmó tras el ataque aéreo sobre Dresde el 13-2-1945, donde de hecho el médico había trabajado1.
Ahora bien, esto fue relatado por un periódico católico. Lo que se pueda decir en favor o en contra de los católicos, una cosa si que es siempre cierta: nunca persona alguna puede mantener que la iglesia
1 Katholischer Herold, el 29.10.1948.
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católica haya abogado por el Nacional-socialismo. Al contrario, como ya dije al comienzo de este libro, es ella junto con los comunistas el enemigo más amargo y consecuente del Nacional-socialismo y no tiene por este motivo el menor interés en evidenciar las mentiras de nuestros enemigos. Y sin embargo cuando las demuestra, y por cierto tan enérgicamente como se puede reconocer en el reportaje arriba mencionado, es porque así ha de hacerlo ya que realmente fueron sobrepasados los límites aceptables de la mentira.
Pero la ironía más amarga e indignante no se halla solo en la maquinación de las mentiras que precisamente he mencionado, sino en el hecho de que los inexistentes “horrores nazis” de la película falsificada fueron tomados de las escenas de los horrores verdaderamente auténticos de los aliados, filmados por ellos mismos. Un ataque aéreo salvaje de los bombarderos británicos y americanos sobre una ciudad abarrotada de refugiados para la que no había una protección más adecuada (debido a las grandes multitudes); un ataque aéreo con veintisiete mil seres muertos y cerca de treinta mil heridos según los cálculos oficiales de aquel tiempo. Si no es una ofensa a la más elemental decencia humana, ¿qué debió ser si no?1.
Muchas otras mentiras parecidas pueden descubrirse como por ejemplo la bien conocida acusación en nuestra contra de haber sido los autores de aquellas tristemente célebres ejecuciones en masa de polacos en Katyn. Creemos que los rusos son los autores. Este suceso ya ha sido objeto de interminables controversias y después de los desvergonzados argumentos de falsedad democrática que precisamente he citado, apenas es preciso repetir aquí los argumentos de nuestra causa. Personalmente pienso que no importa mucho quien lo hizo. Los demócratas nos han atribuido la culpa del “asesinato de Katyn” sólo porque los rusos —ante los que ahora tienen miedo— eran entonces sus “caballerosos aliados”. “Caballerosos aliados” nunca pueden celebrar una “matanza” o recurrir a ejecuciones en masa;
1 Digo según los números oficiales; pues en realidad murieron cerca de quinientos mil civiles en Dresde en el ataque aéreo.
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nunca oficialmente en todo caso. Pero aunque debieran ser los culpables tienen que ser “justificados” . . . siempre a costa del enemigo. Si mañana los propios demócratas-occidentales, nuestros perseguidores de hoy, llenos de miedo con la noticia del avance del rodillo ruso se estremeciesen hasta la médula y buscasen nuestra ayuda, entonces podrían probar en seguida al mundo la confusión práctica de esa verdad. La “matanza de Katyn” se convertiría de la noche a la mañana en una atrocidad rusa. Cada uno de nuestros presuntos actos de terror sería atribuido rápidamente a los auténticos autores o si no sería abandonado o “justificado” . . . hasta que nos contemplasen en una unión antinatural con ellos, como no apropiada ya, que no vale la pena, y se diluirían1.
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Calumnia es el arma principal de nuestros enemigos, y sus aliados principales las debilidades e ignorancia humanas. Sin estos “aliados” nada habrían logrado, ni siquiera con ayuda de todo el dinero judío del mundo. El dinero sólo puede comprar hombres débiles y locos. Nada habrían logrado solo con su “humanidad” con la que hoy se pavonean tan alto, porque no les mantendrá. Lo que los pueblos debieran reconocer como “humanidad” de parte de los demócratas euro-americanos en su comportamiento frente a sus adversarios —sobre todo frente a nosotros— es nada más que superficialidad. Ellos no son tan duros como nosotros y no porque sean mejor (son mucho peor) sino porque no creen en aquello en lo que presuntamente se hacen responsables, tal y como nosotros hacemos por nuestra eterna “Weltanschauung”. En cerca de nueve de cada diez personas su presunta cristiandad es nada más que el culto de “intereses comerciales” ocultos —y su democracia es cien por cien parloteo hueco.
1 Ahora en 1952, tres años después de escribir este libro, una comisión ha investigado sobre el “caso-Katyn” por encargo de las naciones libres democráticas, para demostrar que los rusos fueron los culpables —ahora además quieren que nos unamos con ellos contra los rusos, sus en otro tiempo “caballeros aliados”.
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Me han condenado ahora1. Me explican que en la zona rusa hubiera debido calcular una condena a una pena de treinta años de trabajo duro en Siberia, en vez de tres años de cautiverio en Werl. ¡Como si no lo supiese!. Si en un Estado nacional-socialista se me hubiera pedido administrar justicia (suponiendo que yo fuese un juez) en un caso como el mío que en calidad de adversaria se me hubiese hecho culpable por la distribución de diez mil papeletas “anti-nazi” y la pegada de carteles opositores en los lugares más importantes, de tal suerte que no le hubiera echado tres años, ni treinta, le impondría inmediatamente la pena de muerte —máxime si la persona hubiese sido un idealista íntegro como yo lo soy y hubiese hablado ante el tribunal tal como yo lo hice, libre y sin miedo. Pues tal gente es el único enemigo verdadero que desde cualquier punto de vista se oponga al nuestro. Yo tomo en serio a esa gente. Yo sé que se la debe tomar en serio. Lo sé puesto que yo misma soy una persona así. Los comunistas lo saben; pues aún cuando desorientados son al menos sinceros. Los demócratas no lo saben, nunca lo sabrán, no lo pueden saber —no pueden comprender exactamente porque no son sinceros y no toman en serio su causa. Para ellos la idea y el sistema de valores en cuyo nombre nos persiguen son nada más que “política”; y “política” es una parte separada de la vida —no la vida misma. Para nosotros la idea y el sistema de valores por el que somos perseguidos son vida, nuestra vida entera; nosotros mismos y más que nosotros mismos. Es la larga vida de la raza, no, la larga vida del universo infinito lo que da a nuestra vida su significado. El hombre que lo encarna, nuestro más amado, nuestro más venerado Führer —vivo o muerto— es para nosotros no sólo a nivel socio-político en particular sino en todos los campos, no sólo un político, no sólo el guía de un partido sino un hombre vivo, un hombre perpetuo, no sólo el fundador de una fe sino el paladín de la eterna religión de la vida en nuestro tiempo. Para ella y para él ningún sacrifico es grande y ninguna acción es enérgica.
1 Esto y el resto del libro lo he escrito en la prisión de Werl en 1949. El comienzo de este capítulo y los capítulos 4, 5, y 6 los escribí durante mi prisión preventiva.
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Nada ni nadie es un obstáculo para el triunfo del Führer y de la vida que no se pueda apartar sin compasión alguna. Por eso no tememos ante el sufrimiento; ni vacilamos por causar sufrimientos, si fuese necesario.
Los comunistas —aunque nos parezca extraño— sienten de manera parecida por el marxismo a como nosotros sentimos por nuestra “Weltanschauung”. Saben lo que quieren (hablo naturalmente de los inteligentes). Siempre que encontré alguno, especialmente alemán (nunca he encontrado a un comunista ruso verdadero), he respetado su sinceridad y su constancia y he lamentado que estas nobles cualidades no se encontrasen al servicio de un idea más elevada. Le odiaba, pues tal vez cuanto más grande es su valor personal tanto más grande es nuestra pérdida y asimismo el peligro que representa a nuestros ojos. Pero le tomaba en serio. Él me tomaba en serio y sabía bien lo que tenía que esperar de mi bajo otras circunstancias. Los demócratas nunca nos toman en serio hasta que les pisamos la cabeza. Este es el secreto sobre su supuesta “dulzura” y su “humanidad”. Creen que es posible —incluso relativamente fácil— el “desnazificarnos”. Lo intentan; demostrado en muchos casos con métodos de intimidación, pero también en muchos otros mediante corrupción con un “tratamiento amable”. Mediante estos métodos conquistan a los hombres que como ellos no hay que tomarles en serio; tales hombres cuya vida política no es ninguna otra cosa más que ventaja, una carrera recompensada o una emocionante exhibición. Nosotros no los ganamos así. Les descubrimos nuestras intenciones. Cuando no nos toman en serio podríamos sentirnos ofendidos —o divertirnos, según nuestro estado anímico— hasta que nos llegara el momento de mostrar por nuestros actos cuan inocentes fueron nuestros enemigos en imaginarse que podríamos conseguir olvidar y perder.
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Fui detenida aquí en Alemania occidental después de haber arrojado tranquilamente propaganda nacional-socialista por más de ocho meses. Si no hubiera sido por la torpeza de un joven alemán al que se vio junto a mi (y cuya captura tuvo como consecuencia la mía propia), posiblemente hoy todavía estaría en libertad. Se me dijo que no hubiera permanecido libre ocho días en las mismas circunstancias en la zona rusa, y lo creo. Mi trato fue más suave que el que hubiera sido con los comunistas —no porque los demócratas sean “más humanos” que los comunistas sino sólo porque son más superficiales.
La política no importa a los demócratas como importa a nuestros verdaderos enemigos y nosotros mismos.
A uno de los muy pocos cien por cien “anti-nazi” que encontré en Alemania era un hombre —un alemán— que viajó conmigo en el mismo compartimento entre Baden-Baden y otro lugar de la zona francesa. El tren paró varias horas en Baden-Oos. Puesto que prácticamente estábamos solos y además no teníamos nada que hacer comenzamos una conversación. El hombre que nada tenía que temer de mi bajo la protección del gobierno militar francés, tras una conversación de dos horas fue bastante sincero para decirme que yo le recordaba al horrible “modelo de nazi” cuyo aspecto más odiaba en los días de su poder. “He hablado demasiado con la persona equivocada”, pensé. Pero permanecí tranquila y opiné que lo mejor para él sería no andarse por las ramas e indicarme si la ideología que para mi significa todo, verdaderamente era tan repugnante para él como sostenía. Aún agregé que sería mi deber denunciarle en caso de que debiera encontrarle otra vez en una futura Europa nacional-socialista.
La respuesta del hombre fue sumamente democrática. Contestó que odiaba ese “racismo arrogante y provocador” y que no podía comprender como una extranjera podía “deificar” a un hombre “tal” como Adolf Hitler, pues a su juicio tenía todo el derecho a mantener su propia opinión tal y como a él le gustase. Además nada le importaba prescindir su relación conmigo sólo por tener el placer de
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arruinar a una “fanática inofensiva”. Esto fue su franca manifestación de porque no fue a delatarme pese al odio que, como me confesó, guardaba contra mis pareceres; esto y no “humanidad” —“carácter humanitario”. El individuo no me odiaba suficientemente como para abandonar su itinerario acostumbrado sólo por el placer de ocasionarme un mal. No me odiaba lo bastante porque no me tomaba en serio. No podía tomar en serio a ninguno de nosotros ahora que ya no teníamos más el poder y poner así en peligro a él y a su valiosa familia. No amaba bastante su ideología para tomarla en serio, en caso contrario le habría valido la pena perder un tren solo por defender su ideología contra cualquier posible enemigo serio por muy inofensivo que pueda parecer. Los pocos comunistas a los que encontré me habrían denunciado bajo la administración comunista en las oficinas comunistas. Pero odian la forma democrática occidental casi tanto como nosotros. En la zona occidental no tenían un fundamento para enfrentarse conmigo personalmente sino sólo ideológicamente.
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Esta superficialidad fundamental de los demócratas no hace la persecución del Nacional-socialismo en sus manos menos minuciosa, pero si mucho más aborrecible. No se trata para ellos —como en la zona rusa— de la persecución de una fe en nombre de otra, de una verdad en nombre de una idea seria. Es la persecución de la religión de la vida en su forma actual para lograr la puesta en práctica de intereses ocultos del orden más innoble —intereses comerciales—.
Naturalmente se halla mucho más detrás de estos intereses comerciales; a saber, la tendencia irresistible de un mundo degenerado a esperar su decadencia, la loca caída mortal de la Europa judaizada en precipitación creciente. Nosotros, que desde hace mucho
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tiempo hemos superado esa tendencia humana; nosotros criaturas de la luz y de la vida —los renacidos que nos hemos alineado con alegría contra la corriente del tiempo, más allá de las ruinas del hoy y del mañana, sobre la gloria del nuevo comienzo, nosotros, así lo afirmo, los únicos en el mundo que nos interponemos a las fuerzas de la muerte y las hacemos frente, deberemos ser aniquilados si los poderes de la muerte triunfasen para siempre. Esto es la verdadera razón por la que se abatió sobre nosotros la persecución de su parte por todos los lados. Pero en el Este esos poderes invisibles han elegido una ideología falsa como su remedio, que en su forma engañosa impresiona además de a las masas no pensantes, también a un gran número de los mejores hombres y mujeres. En el oeste sabían, por así decirlo, que la combinación de intereses ocultos entre los escasos inteligentes junto con el interés personal, chauvinismo, cobardía moral, hipersusceptibilidad y credulidad de parte de la mayoría, bastaría para influir y mantener en pie la persecución de nuestra sempiterna idea en toda época.
Pero en definitiva nada puede impedir el triunfo de la vida. Nada puede alterar las leyes inmutables que regulan la sucesión de los ciclos mientras devuelvan una era de resurrección después del peor tiempo de disolución.
Algún día experimentaremos —con ayuda de los Dioses, espero— corno los demócratas y hasta los comunistas sentirán lo amargo de no haber matado más de los nuestros. Mientras tanto, el hecho es que la ligereza de nuestros enemigos dejó con vida a algunos de nuestros más ardientes defensores a pesar de su audacia provocadora, una señal de los Dioses, un síntoma de que vive el Nacional-socialismo y en un futuro relativamente próximo debe llegar a ser de nuevo el poder dominante en el mundo ario.
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