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CAPÍTULO XI
NUESTRO TRABAJO CONSTRUCTIVO
“Porque lo que aquí debía proclamarse era una nueva Weltanschauung y no una consigna electoral nueva”.
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Adolf Hitler
(Mi Lucha I, capítulo IX)
“El Nacional-socialismo es una Weltanschauung que se encuentra en la más rigurosa oposición al mundo actual del capitalismo y a su satélite marxista y burgués”.
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Gottfried Feder
(“El programa del N.S.D.A.P. y sus principios ideológicos fundamentales”)
Sobre las arcadas jónicas de la “Biblioteca Gennadios” en la Atenas moderna, se puede leer en mármol tallado de Pentelicus las palabras: “Helenos son todos los que participan en nuestra cultura”. No lo recuerdo y no tengo aquí en prisión la posibilidad de descubrir que internacionalista griego de la antigüedad ulterior escribió esta frase absurda. Pero estoy casi segura que se trata de la declaración de uno de los muchos —demasiados— pensadores indolentes del periodo alejandrino o quizás hasta del romano, que son nombrados injustamente filósofos, los denominados filósofos del época en el que la Grecia pagana ya se encontraba en decadencia. Ningún griego de los días clásicos habría sido tan cándido de creer que cada ser humano, suponiendo que pudiera hablar griego, recitar poesías griegas, mostrar costumbres griegas y haber aceptado el gusto griego, podía ser llamado heleno. Hasta los griegos brutos e incultos, pero inteligentes y viriles lo supieron mejor en los días más oscuros de la historia del pueblo griego —en los días de la dominación turca—; pues fueron cualquier cosa menos decadentes. Por desgracia no es la Grecia
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clásica sino la internacionalista, la levantina y brillante, pero la enervada Grecia del helenista, la Grecia que influenció en Roma, y en tiempos posteriores a través de Roma, en Europa. Desgraciadamente se agregó a esta malsana influencia una aún más funesta, esto es, la del cristianismo. Aún más funesta, digo, porque en la nueva religión fue no solo divulgada la doctrina falsa de las mismas posibilidades de todos los hombres, sino confirmada y santificada a base de una pretendida autoridad sobrenatural.
No hay motivo para extrañarse que Europa, que había perdido su piedad sin perder su necedad, comenzase otra vez a buscar en el decadente ideario helénico las palabras apropiadas para esa inspiración igualadora bajo cuya influencia había estado merced al cristianismo. América imitó a Europa en proporciones acrecentadas.
De entre todas las sentencias de los antiguos pensadores griegos que los superdemócratas del Nuevo Mundo encontraron la más apropiada para colocarla sobre las columnas de la biblioteca del centro arqueológico que fue dirigido por ellos, es exactamente la que recordé al principio de este capítulo. Probablemente es un presentimiento y al mismo tiempo un “estimulo” para su manera de sentir; de las profundidades de un pasado que no está muy lejano pero que a los ojos de una colectividad —mezcolanza de apenas doscientos años así parece, les inspira la voz de un griego— parlante internacionalista (que puede haber sido todo menos un griego puro, si él vivió en el tiempo que presumo): “Sí, suponiendo que él estuviese familiarizado con las obras de Homero, Esquilo y Platón, entonces hasta un yankee llegaría a ser un heleno” (poco más o menos como si un polaco o un armenio, incluso un judío que se ha establecido en USA, habla inglés, lee periódicos, novelas americanas y gusta de películas americanas, se hace americano. ¿Por qué no?). Es la cultura la que fija la nacionalidad. En otras palabras, es aquello que se conoce y que se está habituado a pensar lo que determina lo que se es.
El cristianismo —como una religión del más allá que se basa en la revelación— fue el primer paso. Ha fijado la idea que lo que uno
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El Führer de los Arios
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cree, al final determina lo que se es. Dicho exactamente: la concepción cristiana ha eclipsado la comunidad cultural misma por la idea de la solidaridad universal a través de dogmas morales y metafísicos. Cada hombre, suponiendo que él crea en la salvación a través de Jesucristo con todas sus complicadas deducciones, debiera ser tratado —al menos en la teoría— por ese motivo como cualquier otro hombre que créelo mismo; esto llega al extremo de que puede casarse o puede dejar casarse a sus hijos con la familia de otro hombre, cualquiera que pueda ser su raza o estado de salud. La cultura deviene en segundo lugar. Pero digo: “sólo en teoría”; pues para la mayoría de la gente subsiste una “comunidad cultural” verdadera o supuesta, que es un elemento muy importante en la igualdad democrática. Las uniones de fe entran en consideración entre los hombres religiosos como una parte de la unión cultural.
Mas si el cristianismo nunca logró unir a todos los hombres y mezclar a todas las razas sobre la base de la fe común en el mundo del más allá —cuando por ejemplo hasta hoy no estuvo en condiciones de romper el límite al color de la piel en los países donde existe— así con todo, su influencia lenta y permanente ha tenido éxito para lograr eso que muchos de los que creen en la igualdad por medio de la cultura, hacen extensivas estas creencias a toda la humanidad y también a las razas visiblemente más innobles, y dan con ellas a estas la posibilidad, más tarde o más temprano, de tener una “cultura común” con los arios. Bajo esta actitud antinatural se encuentra en el fondo la manía deplorable de educar según modos europeos a los indígenas de la mayoría de los pueblos coloniales no arios. Y reitero: Probablemente ningún hombre de sangre aria mismo pudiera ser convertido a la fe —como nuestros demócratas y comunistas— de que todo pueblo (lo mismo que raza) “mediante educación” puede aceptar la cultura moderna de Europa occidental, si el cristianismo no hubiese preparado el subconsciente durante siglos. Esto ocurrió debido a que se enseñó a los padres que todas las “almas” son iguales a los ojos del dios cristiano, y que cuentan las almas, no los cuerpos.
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El hecho es que para la ley civil, como también en el caso de los hermanos de fe, para la ley religiosa, cualquiera puede casarse con cualquiera en cualquier parte del mundo —excepto en determinada India de las castas vivas, en comunidades primitivas en las que predominan severos “tabus” sexuales, en los países en los que existe un límite eficaz al color de la piel— demuestra solo cuan poderosamente las grandes religiones internacionales de la igualdad —el cristianismo y el Islam, que tienen su origen en el judaísmo— prepararon la base para el moderno punto de vista democrático, cuyo resultado lógico a fin de cuentas es el comunismo. El griego antiguo, democrático y cosmopolita, para él que el helenismo significa precisamente sólo la cultura helenística, desprendido de la nacionalidad y raza helenística, nunca habría “avanzado” hasta ese extremo. Jamás habría admitido que por ejemplo, un chino (puede ser también civilizado en alto grado a su manera) o un africano “puedan participar en la cultura griega”, por muy bien que pudieran recitar a Homero de memoria. Y se habría espantado a cerca de los matrimonios que hoy acaecen en la Europa moderna. La humanidad ha ido fuertemente a pique desde la influencia del judaísmo —por el cristianismo en todo el mundo, por el Islam en el Oriente Medio y Cercano y en África— y ha contribuido en una medida nunca vista a la disolución posterior más amplia de las fuerzas decadentes ya existentes. Pero la raíz de la decadencia se halla en la actitud que se expresa en la frase arriba indicada —es decir, en la actitud que se encuentra en la infravaloración y la falta de respeto general del fundamental factor físico en la cultura, como también en la nacionalidad. Lo que se conoce y se entiende habitualmente por pensar y hacer, en manera alguna determina lo que se es. Al contrario, es el fondo físico el que determina las orientaciones intelectuales y morales y la acepción verdadera de lo que se piensa y hace, y también elige lo que es para conservar o para olvidar. Más que el entorno económico y geográfico es el fondo físico, la herencia total de los antepasados, la raza, la sangre.
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El fundador del Nacional-socialismo dijo eso en primer lugar para recordar al mundo esta verdad olvidada pero de suma importancia, para destruir la ilusión peligrosa que había extraviado la conciencia occidental desde el ocaso del paganismo clásico; para marcar a fuego la locura de un ensayo cualquiera, para “germanizar” a arios que no son de origen alemán puro (dejamos aparte a los no arios), y para anunciar que “lengua y usos no pueden reemplazar la sangre” a pesar de 2400 años de falsa doctrina1.
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La fundación de la nueva Alemania tal como Adolf Hitler la fijó se puede admirar en las pocas palabras del cuarto de los veinticinco famosos puntos, que conservan “en una cascara de nuez” la totalidad del programa del Partido nacional-socialista: “sólo podrá ser ciudadano delatado quien es miembro de la Nación. Miembro de la Nación podrá ser sólo quien sea de sangre alemana, sea cual fuere su confesión religiosa. Por consiguiente ningún judío podrá ser miembro de la Nación”2.
Hasta entre los primeros nacional-socialistas mismos muy pocos comprendieron que la grandiosa revolución había tenido su origen el 24-II-1920 en una impresionante manifestación multitudinaria en el patio de la cervecería en Munich, cuando el Führer manifestó por primera vez estas palabras en público. Cuatro años más tarde debió escribir en “Mi Lucha”: “La misión del Nacional-socialismo no está en el establecimiento de una monarquía o en la consolidación de una república, sino en la creación de un estado germánico”3.
De hecho era esta no sólo la primera vez en la historia del Pueblo alemán que se exponía la noción de un auténtico estado germánico, sino que fue, que yo sepa, la primera vez en la evolución
1 Adolf Hitler, “Mi Lucha” II, Cap.2.
2 Punto 4° del programa.
3 Adolf Hitler, “Mi Lucha” I, Cap.12
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del mundo que se proclamaba el concepto de un estado nacional de cualquier tendencia, con pleno conocimiento de las deducciones prácticas y filosóficas y con pleno saber de su significación. Era seguramente la primera vez que la creación de un estado así era querido conscientemente para el bienestar de una población aria prácticamente igual (que si no sólo eran hombres germánicos o nórdicos puros, si cuando menos comprendía hombres de troncos arios). El antiguo sistema de castas indio que está erigido sobre los mismos principios raciales que el régimen alemán, fue concebido para el desenvolvimiento armónico de muchas razas que viven en un país gigantesco bajo la dominación intencionadamente política como también espiritual de una pequeña minoría totalmente aria. El único otro Pueblo moderno y civilizado, bastante similar, cuyas religión y tradición innatas —se unen el culto a los ancestros, culto a los héroes y culto al sol— guiaron la formación de un estado nacional propio son los japoneses, que no son arios en absoluto.
En la antigüedad el asunto racial fue mucho más acentuado de lo que jamás fue desde la decadencia; porque los gérmenes del ocaso todavía no estaban definitivamente asentados. Conciencia racial, a diferencia de conciencia cultural, era algo que verdaderamente existió. Nadie podía, por ejemplo, participar en los Juegos Olímpicos si no era capaz de probar que era de sangre helena. Ni uno sólo, visto “heleno” por la cultura, habría sido admitido —menos aún que en la India, donde hasta hoy en día un hombre de la casta más innoble (o uno que vive absolutamente fuera de las castas) no es admitido en el interior de un templo hindú o en una sala de fiestas “sólo para brahmanes” cualquiera que sea la “cultura” a la que pertenezca. No obstante, ni siquiera en esa época estaba fijada la idea de la totalidad racial como fundamento de la vida nacional —como factor predominante tanto en la cultura como en la política—.
En el lejano norte el ario estaba prácticamente solo en toda su pureza; la posibilidad de mezcla era demasiado lejana, demasiado inconcebible para experimentar este peligro. En el área mediterránea ya estaba mezclado en gran escala con los elementos minoicos y etruscos,
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con los indígenas civilizados de Europa del sur de la época prehelénica y prerromana. La sangre pura ya no significaba, visto objetivamente, lo que aún si lo hacía en el mundo nórdico, de donde antaño habían venido los helenos y sus dioses viriles —Ares el guerrero, el rubio Apolo y otras personificaciones de fuerza y belleza, amor y vida—.
En la India, donde estaba sólo, en medio de muchas tribus fértiles que física y culturalmente se diferenciaban por completo de él, pronto descubrió el ario que su única esperanza de supervivencia se hallaba en la conservación sistemática de la conciencia racial y en la pureza de la sangre, como un principio y un deber. Lo descubrió y obró en consecuencia, ya que se encontró “entre la espada y la pared”; porque sintió que era para él un asunto de vida o muerte.
Magnánimo y tolerante por naturaleza, imparcial, benévolo frente a las cosas extrañas —todo menos soberbio; a pesar también de todo lo que sus enemigos pudiesen decir en contra de él —el ario parece que nunca despertó a una conciencia racial total hasta que no entendió que “se encontraba acorralado”.
La primera vez en Occidente —la primera vez en el mundo, en un país predominantemente ario— Adolf Hitler ha despertado en el hombre ario ese sentimiento de peligro y devuelto la olvidada visión sana de la vida de los antepasados; él le permitió entender a pesar de 2400 años de doctrina falsa, que la sangre y no una “cultura” artificial adquirí da además de una moralidad artificial aceptada, fija la unión verdadera entre los hombres, que toda cultura y moralidad fuera de la propia esencia racial no tienen raíces y por consiguiente significado —simplemente no existen. Él se mantuvo audazmente contra la corriente descendente del tiempo— contra ese proceso de descomposición lento e inmemorial que con mediocridad ha legado la historia humana; le hizo frente en un tiempo en que se evidenciaba este proceso más intenso, es decir, contra el final de un gran ciclo histórico —así estableció nuevamente el orden de valores natural y eterno, que Dios sabe hacía cuanto tiempo se conservaba en el sentimiento y las costumbres de los hombres, y proclamó que el nuevo
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estado alemán no debía edificar en comunidades de cultura, religión o tendencias de fe e intereses de cualquier clase que no hacen caso de la raza, sino al contrario, sobre la comunidad racial sin tener en cuenta la religión —sin tener en cuenta todo lo demás. Eso fue efectivamente una revolución, el comienzo de un orden realmente nuevo. Incluso aún más; eso fue, como ya dije, un llamamiento a la resurrección, el único llamamiento posible a la resurrección: “¡Alemania despierta! ¡Levántate, ahora, puesto que por fin estás exenta del abraco de los poderes de la muerte que planean tu destrucción (pues saben bien que mientras tu estés viva no pueden dominar el mundo sino con amenazas). Levántate y asume el mando sobre las razas arias recién nacidas!”.
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Para todos los que comprendían se estaba dirigiendo una llamada de resurrección, no sólo a Alemania, sino a todos los pueblos nórdicos de sangre pura, más allá de las fronteras técnicas del Reich; en relidad era un llamamiento a todos los pueblos del tronco “indoeuropeo” —del “indo-germánico”, como dicen en Alemania— para sacudirse el yugo de las filosofías perjudiciales que se les impuso lo mismo por orientaciones políticas, religiosas o culturales, como por el espíritu astuto, hábil, pacientemente destructivo y celoso del judaísmo. Nuestro “¡Alemania despierta!” significaba por tanto: “¡Arios despertad! “. Más aún, excedía la frontera del noble arianismo; fue también una llamada a todas las razas dignas de amarse, que son valiosas para amarse con honores bajo el sol, y a las que la naturaleza ha predestinado para dominar alejadas de su propia comarca. Fue un llamamiento a todos para abandonar la enseñanza absurda de la igualdad mediante una “cultura común” con la que el judío ha infectado a Occidente, y por su parte Occidente ha infectado a todo el mundo; y valió para seguir a la nueva —y sempiternamente antigua-doctrina
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de la armonía en la desigualdad y la diversidad, a la pureza de la sangre, y a la independencia de la cultura de cualquier nivel en la jerarquía natural de las razas; se trataba de la obediencia frente a la voluntad del sol, “que colocó a cada hombre en su sitio e hizo diferente a los hombres en aspecto, en color y lenguaje”1, de la realización del deber singular que estaba predestinado a cada uno por la divinidad. Era la llamada a la nueva formación de todo un Estado con una base nacional y racial, conforme al espíritu y las necesidades del Pueblo, y cuya prosperidad consiste en ser su guardián y vigía.
Como ya dije, poca gente fue consciente en aquellos tiempos —tan poca como hoy— de la universalidad y eternidad del Nacional-socialismo. Sin embargo algunos lo fueron. El Führer mismo lo fue, como lo demuestran diversos párrafos de “Mi Lucha”, que en resumidas cuentas hacen alusión a las leyes de la naturaleza como la piedra fundamental de nuestra Weltanschauung: “. . . que ellos (los hombres) deben agradecer su más elevada existencia, no a las ideas de unos ideólogos alienados, sino al conocimiento y aplicación sin miramientos de las férreas leyes naturales . . .”2, “. . . nuestra nueva concepción, que corresponde por entero al significado original de las cosas . . .”3.
Algunos pocos de sus partidarios alemanes y extranjeros fueron conscientes del significado del Nacional-socialismo, así como algunos de los no arios inteligentes que encontré. En 1941 me dijo un japonés que vivía en Calcuta: “Contemplamos su Nacional-socialismo como el Sintoísmo de Occidente”. Quien desde siempre ha estudiado la antiquísima religión de Japón, el Sintoísmo o “el camino de los Dioses”, especialmente en su nueva forma política lograda en el siglo XVIII por pensadores y patriotas como Motoori e Hirata ha estar ya impresionado por el significado de esta exposición tan aparentemente singular (uno de mis artículos sobre el Sintoísmo —que fue desgraciadamente recortado por el editor, perdiendo por ello una
1 Largo canto al sol del rey Ekhanaton, aprox. 1400 años antes C.
2 Adolf Hitler, “Mi Lucha” II, Cap. 2
3 Adolf Hitler, “Mi Lucha” I, Cap. 11
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gran parte de su contenido esencial— apareció en la revista “Nueva Asia”). Lo que aquel hombre deseaba decir —según su saber— es que era la primera vez que una gran nación del Occidente cristiano fijaba un final al espíritu anti-nacional del cristianismo, ¡no, aún más!, se sacudía el espíritu anti-nacional de todas las filosofías que habían predominado en Europa desde el desmoronamiento de la antigüedad pagana (con la única excepción de la filosofía de Nietzsche) —y gracias a su divina inspiración regresaba atrevida a una doctrina de sangre y suelo; y esa doctrina era esencialmente muy parecida a la filosofía que el orgulloso país del sol naciente nunca a abandonó a pesar de todas las influencias internacionales.
¡Sí, nuestros valientes aliados del Lejano Oriente, ojalá, hubiésemos ganado juntos esta guerra!. Habríais contenido por completo al mundo mongol, vosotros, el pueblo de caballeros de Asia, la nación de Tojo y Yamagata, y sobre todo de Toyoma. En todo occidente —incluso en Rusia y en la América vencedora (USA)— habrían estimado la palabra del Führer como ley y su genio como manantial de inspiración divina. Aquel brahmán extraordinariamente inteligente que se hubiese entregado por completo a nuestra idea —que hubiera dejado desembocar la flexibilidad en la falta de conciencia de Oriente respecto las virtudes arias de sus antepasados— al contacto más estrecho entre Berlin y Tokio, habría tomado bajo su protección la India y Surasia. Este era el mundo que anhelábamos —el gran mundo por el que soñamos durante la guerra. Ello hubiese supuesto sin duda alguna, la hegemonía indiscutida de Alemania. Esto es exactamente lo que no deseaban los arios no alemanes aunque ello hubiera significado posibilidades ilimitadas a un mejor desarrollo libre y sano de la humanidad aria allá dondequiera que se encontrase; no, una evolución libre y sana para todas las razas valiosas, cada una “en su sitio”. Hubiera significado vida y resurrección como obsequios del Führer. Y digo, mientras repito aquí una de mis declaraciones ante mis jueces en Düsseldorf el de abril de 1949, yo, una de las seguidoras del Führer no alemanas: El hombre y la nación que trajeron al mundo tales regalos ten tan todo el derecho para dominar.
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Los arios que les envidiaron por este derecho han traicionado la causa de su propia raza.
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Pero en ninguna parte o casi en ninguna parte cada noble raza está representada en su pureza absoluta más que por una pequeña minoría. Incluso en Suecia donde el tipo germánico —el hombre de gran estatura, bellamente construido, rubio de ojos azules o grises— con mucho es el más numeroso, no se puede decir que él sea el único tipo al que se encuentra allí. Sin duda hay suecos en los que el aspecto físico revela características raciales arias, pero son de todo menos nórdicas. Y lo que vale para Suecia —racialmente, uno de los países más puros del mundo— vale aún más para el resto de Europa. “Por desgracia”, escribe el Führer mismo, “nuestra nacionalidad alemana ya no se basa en una esencia racial homogénea”.1
Todo aquel que ha viajado al menos por el oeste y sur de Alemania debe admitir que él tiene razón. A medida que uno se acerca al sur, escasea el hermoso tipo nórdico —el cual es indiscutiblemente el tipo ario en su mayor pureza—. La verdad es que dondequiera que se establecen los arios en Europa (salvo en Alemania y Escandinavia, donde hasta hace poco la tierra estaba cubierta todavía con hielo)2, encuentran a veces habitantes primitivos como en Inglaterra; de vez en cuando muy civilizados como en Creta o en las islas del Mar Egeo, con los que ya se mezclaron con anterioridad. Pero como hoy se puede observar, los celtas, y más tarde los sajones, se mezclaron mucho menos con la población no aria de Gran Bretaña (a la que expulsaron hacia los países montuosos) como hicieron los helenos y latinos con los minoicos y etruscos del sur de
1 Adolf Hitler, “Mi Lucha” II, Cap. 2
2 Véase “Historia antigua Cambridge” —edición 1942, tomo I: “Todo el norte de Alemania estuvo cubierta con hielo hasta el año 5000 antes C. aprox., Escandinavia del sur hasta el 1000 antes de C. y Escandinavia del norte hasta el 15.000 antes de C.”
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Europa. En cuanto a Alemania, en los días en que Arminio venció a las legiones de Varu su población era de cierto tan homogéneamente racial como hoy. A pesar de todo implica un porcentaje considerablemente elevado de tipos puramente germánicos —muchos de belleza espectacular— y sus elementos, que en rigor, no se pueden denominar como germánicos o nórdicos (lo más como una mezcla entre céltico y nórdico) son empero arios. La mezcla con los troncos mediterráneos no arios (con pre-helénicos y pre-latinos) ha ocurrido sólo en una escala muy reducida y muy tarde en la historia mediante matrimonios ocasionales entre alemanes y sudeuropeos, como también la mezcla con la raza semita, por fortuna. Incluso antes de la ascensión del Nacional-socialismo parecían haber sido en Alemania más escasos los semi —o cuarta parte— judíos, que en el resto de Europa, con excepción de los países escandinavos, de Italia, y debo decir, de Grecia y de los estados balcánicos (Europa oriental en general), donde se miró siempre al judío como a un extranjero —como un extranjero desagradable— al que se soportaba pero no se daba la bienvenida.
Pese a la imperfección en uniformidad racial, sin embargo Alemania fue lo bastante pura racialmente como para apreciar la grandeza del mensaje de Hitler. Y tal vez precisamente a causa de este defecto en homogeneidad racial —y de seguro por la presencia de los judíos entre la población, cuyo despreciable papel fue notorio durante y después de la 1a Guerra Mundial— estaba más dispuesta a dar una respuesta a ello, como cualquier otro de los pueblos nórdicos que hacía mucho tiempo carecían de suerte, que se sienten en peligro real (racial). Naturalmente fue sólo por esto que el Nacional-socialismo tuvo su origen en Alemania, y entre los alemanes —sin contrar algunas excepciones brillantes1— halló sus defensores más entregados, perseverantes e inteligentes. No existió otro motivo. La única gran nación europea que desde hacía dos mil años no sólo vencía al influjo nivelador de la Roma imperial —de la capital que no opuso resistencia al mundo ario—, sino a sus ejércitos en batalla abierta,
1 Hombres tales como Vidkun Quisling, Knut Hamsun, Sven Hedin y algunos otros.
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la única nación que seguramente se opuso al cristianismo con la mayor tenacidad1, cuando no por más tiempo estaba destinada a engendrar los más grandes europeos de todas las épocas y ser la primera nación aria resurgida; la primera nación que sobre su bandera llevaba el símbolo solar sagrado y de nuevo en su corazón el ideal sempiterno del paganismo nórdico. Pero esto no es todo. Era —y es— la meta del Nacional-socialismo regenerar, formar de nuevo la raza mediante una política demográfica sistemática y por medio de una educación especial que se pudo llevar más fácilmente a la práctica gracias a una política continua y gradual. “El Reich alemán”, dijo Hitler, “debe abarcar como Estado a todos los alemanes con la obligación no sólo de reunir y conservar para este Pueblo las más preciosas existencias de elementos autóctonos raciales, sino de conducirle hacia arriba de manera lenta pero segura, a la posición dominadora”2. Esto es posible en Alemania porque primordialmente una minoría que representa a los arios en toda su pureza, resiste. Es también posible en otros países, en la medida que conservan semejantes elementos raciales; “. . . porque cada cruzamiento de razas conduce inevitablemente antes o después a la ruina del producto mellado mientras todavía exista de alguna forma la parte más elevada de este cruzamiento mismo en una unidad pura y compacta racialmente. El peligro para el producto mezclado se elimina ante todo en el momento de la hibridación de la última raza pura más elevada.
En eso consiste, aunque constituye un lento proceso de regeneración natural que elimina gradualmente envenenamientos raciales mientras aún exista una base de elementos racialmente puros, y ya no tenga lugar una hibridación ulterior”3.
Sólo cuando primero se anime a los representantes de una estirpe así, y luego sólo ellos tengan permiso para procrear criaturas mientras los demás —los ya hibridados— sean desanimados cada vez más, hasta que finalmente se les prohíba tener hijos, debe forzosamente llegar un momento en el que el ario, en toda su fuerza, inteligencia
1 A mediados del siglo XIV había aún prusianos paganos en su mayoría.
2 Adolf Hitler, “Mi Lucha” II, Cap. 2.
3 Adolf Hitler, “Mi Lucha” II, Cap. 2.
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y belleza primordiales —bien lejos de tener que combatir para su supervivencia en un mundo crecientemente degenerado— ocupará automáticamente su sitio como elemento dominante en una jerarquía natural de las razas renacidas. Y esta es la primera meta de todas las del movimiento nacional-socialista: restablecer a los arios —a la nobleza natural desde cualquier punto de vista— en el poder y la posición de honor, tal como la naturales lo proyectó en su sabiduría impersonal, y en verdad no sólo en Alemania, sino en todo el vasto mundo. El Führer expresó esto de una manera totalmente concisa: “Desde luego este mundo va al encuentro de una gran revolución. La única cuestión puede ser sólo si se inclinará por la salvación de la humanidad aria o en provecho del judío eterno”1, y “la importancia del porvenir de la tierra no está situada de nuevo en si los protestantes vencen sóbrelos católicos, o los católicos a los protestantes, sino en si se conservará el hombre ario o se extinguirá”2.
Pero primero el ario deber ser merecedor de nuevo de tan elevado rol, contemplado tanto desde el punto de vista corporal como desde él del carácter. A tal fin fue concebida la política demográfica selectiva del Tercer Reich y la educación nacional-socialista.
La creencia errónea de que la unión con una cultura general basta para fundar una nación va cogida de la mano con la falacia sobre la “libertad individual”, especialmente con la idea “de que el propio cuerpo pertenece solamente a uno”, que se le puede utilizar como a uno plazca, para la construcción personal de un ascetismo o para el placer personal. Contribuye a la gloria del Nacional-socialismo haber destacado y combatido —y a la vez anunciado esa idea de que el ser viviente pertenece a su raza. “No hay libertad de pecar a costa de la posteridad, y por ello de la raza”3.
El lado negativo de nuestra política demográfica —la esterilización de los ineptos, la eliminación sin dolor de los imbéciles, locos, de los incurables, y por regla general de todos los hombres cuya vida es una carga para ellos mismos y para otros, ha causado una
1 Adolf Hitler, “Mi Lucha” II, Cap. 2.
2 Adolf Hitler, “Mi Lucha” II, Cap. 10.
3 Adolf Hitler, “Mi Lucha” I, Cap. 2.
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tempestad de indignación en este mundo hipócrita que animado por el deseo del cristianismo y doctrinas similares amenazó en los dos mil últimos años con llegar a ser un lugar seguro para los hombres débiles y enfermos, y para todas las clases de escoria de la humanidad. Pero se ha opuesto tal vez aún con mayor oposición a nuestra actitud positiva hacia el sexo y la subsiguiente aspecto constructivo de nuestra política demográfica. Por doquier en Occidente, fuera de los círculos nacional-socialistas (el Este se ha habituado a matrimonios decretados y no ha puesto en circulación ni la mitad de nuestras opiniones) he oído la misma observación: “No pueden obligar a un hombre y a una mujer a amarse mutuamente solo por ese motivo; porque sea el adecuado al espíritu del programa de regeneración (renacimiento) racial”. Pero si no se trata de “obligarlos”. El régimen nacional-socialista jamás obligó a alguien en esta materia. Ahora bien, naturalmente es sólo cuando dos jóvenes sanos de la misma raza mutuamente se desean y aman, y siempre que tengan la oportunidad de encontrarse. Todo lo que un Estado sabio puede hacer entonces es dar a gente así una oportunidad amplia para entrar en contacto juntos, mientras todas las uniones indeseables deben ser rigurosamente prohibidas. Y eso es todo lo que se hizo en esa Alemania bella y nueva, que han transformado en ruinas, perseguido y esclavizado hasta tal punto los defensores de la “libertad personal” como solo ellos podrían hacerlo.
De igual manera la política nacional-socialista de la renovación racial fue apoyada desde un principio por un sistema de educación organizado . . . “así la educación debe también tener en cuenta en particular y alentar en primer lugar la salud corporal, entonces tan sólo en segundo lugar viene la formación de las aptitudes espirituales. Pero esta vez de nuevo a la cabera el desarrollo del carácter, en especial, el estímulo de la voluntad e iniciativa unidas con la educación al gozo de la responsabilidad, y al principio como al final la formación científica”1. Al mismo tiempo que el Estado proseguía la política de nacimientos sanos que ya procuré explicar; “tiene el Estado que cuidar del fomento de
1 Adolf Hitler, “Mi Lucha” II, Cap. 2.
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la sanidad pública mediante la protección de la madre y del niño, mediante la prohibición del trabajo juvenil, por medio de la conducción del fortalecimiento corporal mediante la determinación legal de un ejercicio obligatorio gimnástico y deportivo, por el mayor respaldo de todas las asociaciones ocupadas en la educación física de la juventud”1. Todo aquel que ha conocido solo un poco la Alemania nacional-socialista sabe cuán fielmente fue trasladado este ideal a la práctica y que resultados tan magníficos dio. He hablado ya de la perfección física de la juventud alemana que fue educada en el Tercer Reich.
Pero esto no es todo. Igual que para la formación de un cuerpo fuerte y bello ocurre para la formación del carácter, el fomento de las virtudes arias naturales: Valor, confianza en sí mismo, iniciativa, la disposición a tomar responsabilidad sobre sí, la disposición al auto sacrificio, fuerza, dominio de sí mismo, sinceridad, y una entrega absoluta al único ideal y a su Führer. Estímulo para la amabilidad, no por debilidad y sentimentalismo, no por esa hipersensibilidad hipócrita, que entre nuestros enemigos, los demócratas, nos resulta tan desagradable, sino por verdadera amistad; por el desarrollo más elevado de las cualidades viriles, como dice Nietzsche: “de la generosidad natural del fuerte”. Incluso nuestros adversarios deben reconocer que esto responde a la verdad. Aldous Huxley en su “Filosofía sempiterna” —en ese libro decepcionante en extremo, del que muchos párrafos jamás habrían sido escritos si la guerra hubiese tomado otro desenlace— reconoce que en el Nacional-socialismo se acentuó la educación por el amor y la amabilidad frente a todos los seres vivientes. También se despertó el amor a los bosques, flores, a la naturaleza en toda su belleza —por la existencia auténtica de la Patria—; pues nuestra “Weltanschauung” es, como ya dije, la forma nórdica moderna de la religión permanente de la vida.
En oposición a los ideales de educación que prevalecen hasta el día de hoy en el mundo capitalista —y también ya en la educación cristiana medieval— debe venir primero, según nuestro programa, el riguroso ejercicio intelectual después de la formación del carácter y
1 Punto 21 de los 25 puntos del programa del N.S.D.A.P.
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de la formación de la perfección física. Debe venir en el lugar preciso en el orden natural; porque en primer lugar el hombre es un animal de clase y raza especiales; entonces un hombre con las posibilidades morales de su raza y sólo entonces es un hombre “cultivado” que completa finalmente sus otras cualidades sanas con conocimientos adquiridos; no como fin en sí, sino como un respaldo y un estímulo para razonamientos creativos. A este respecto volvemos a la idea fundamental que antes intenté expresar y que constituye un elemento de nuestra filosofía (como en toda concepción sana de la vida): no es importante lo que sabe o ni aún lo que se hace, sino lo que se “es”. Esto es la verdad no solo desde el punto de vista nacional, sino también individual. “El Estado racista debe partir del punto de vista de que en verdad un hombre científicamente poco instruido, pero corporalmente san o, con carácter bueno, y fuerte, lleno de alegre resolución y fuerza de voluntad, es más valioso para la comunidad nacional que un ingenioso hombre débil”.1
Otro componente sumamente importante de nuestra instrucción nacional-socialista (y de todo nuestro sistema) es su oposición absoluta al “feminismo” dañino de nuestra época —a una señal de la decadencia, que además consigue más enérgicamente la caída lenta del nivel racial.
Odiamos los conceptos vacíos de la igualdad entre hombre y mujer, a los que fue sometido más humillantemente que nunca el mundo occidental después de la primera guerra mundial. Es absurdo ahora y siempre. Ningún ser masculino o femenino de la misma especie viviente, que por naturaleza están dotados con capacidades complementarias para la realización de destinos complementarios pueden ser por menos que diferentes, por mucho que se pudiera intentar darles la misma formación y asimismo dejar que realizen el mismo trabajo. Es además una idea ignominiosa; porque el único camino por el que se puede ir —no digo para hacer “iguales” al hombre y a la mujer; eso es imposible— para, quiérase o no, obligarles a acostumbrarse al mismo modelo artificial, para llevar el mismo modo de vida, es despojar a la mujer de sus cualidades femeninas, y
1 Adolf Hitler, “Mi Lucha” II, Cap. 2.
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al hombre de su idiosincrasia masculina, es decir, ambos se deterioran y así deterioran la raza.1
No niego que hay ejemplos aislados de mujeres (y siempre ha habido) que están mejor adaptadas para tareas masculinas que para la maternidad, o del mismo modo son apropiadas para las dos. Pero tales excepciones no necesitan feminismo para conquistar por sí mismas el lugar propio que la naturaleza en su amor a la diversidad ha predestinado para ellas. Hacia el año 3200 antes del nacimiento de Cristo llegó a conseguir Azag-Bau, una vinatera preparada en su juventud, alzarse a posición tan relevante que llegó a ser la madre-tronco de la 4a dinastía de Kish2. En aquellos días no votaban las mujeres, además los hombres tampoco —tampoco en Sumería como en algún otro sitio; además se encontraban por regla general en todos o casi todos los cargos en rivalidad con los hombres, como en la Inglaterra moderna o en los EE.UU.. Bastante singulares son las más fanáticas feministas, a las que normalmente hicieran falta más cualidades femeninas. Las mujeres excelentes, como observa Nietzsche, nunca son feministas. La más distante Azag-Bau o la reina Tiy de Egipto o Agripina, o más cerca en nuestros días, la poco conocida pero la más encantadora y gran figura femenina de la historia mongol, Ai Yuruk, que paso su existencia sobre la silla con su padre Kai du3, tuvo bajo su protección la pradera del Asia central casi cuarenta años4 —todas estas mujeres se habrían reído a carcajadas al pensaren la “emancipación de las mujeres” y todo el charloteo que a ella está asociada— en efecto, en todas las organizaciones típicamente democráticas que tanto admira nuestro mundo degenerado.
Pero las excepciones no necesitan educación especial; y si la necesitan, se educan a sí mismas. Nuestra educación nacional-socialista para el presente y para el futuro —para la prosperidad de una sociedad sana— se basa y lo hará todavía, cuando llegue el tiempo
1 En la moderna literatura inglesa ningún autor ha expuesto más claramente a la locura feminista en casi todas sus obras como D.H. Lawrence.
2 Véase Cambridge, Historia Antigua, edición 1924.
3 Hijo de Kuyuk, hijo de Ogodai, hijo de Gengis Khan.
4 Harold Lamb, “La marcha de los bárbaros”, edición 1941.
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para organizaría fuertemente de nuevo en la aceptación de este hecho, de que hombres y mujeres han de jugar roles completamente diferentes en la vida nacional, y que por este motivo precisan una instrucción totalmente distinta; que “la finalidad de la educación femenina ha de ser invariablemente la futura madre”.1
No obligábamos a toda mujer a ser madre. Pero dábamos a toda mujer sana de sangre pura la educación precisa y las mayores oportunidades para convertirse en una madre provechosa, si así gustosa lo deseaba. Se educaba a las muchachas para contemplar la maternidad como un deber nacional y también como un honor —no como una carga. Se las educó de manera que admirasen las virtudes masculinas en el hombre y contemplaban a los combatientes perfectos como los compañeros de vida ideales, como es completamente natural. Tampoco cada muchacha podía casarse con cualquier hombre, ni siquiera dentro del Partido. Cuanto más grandes fuesen las aptitudes del hombre, tanto más grandes debían ser las de la mujer. Por ejemplo, una chica que deseaba llegar a ser la mujer de un hombre-SS —un gran honor— debía no solo demostrar que era de origen puramente ario (lo que era esperado de todo alemán dispuesto al matrimonio), sino también debía mostrar certificaciones de que era buena en la cocina, en la puericultura y educación de los niños, hogareña, etc.; en resumen, que estuviera comprobado que era apropiada para ser una consumada ama de casa.
No supone que el Estado nacional-socialista no hubiese enseñado a las mujeres otra cosa que el gobierno de la casa, puericultura y educación de los niños. En la nueva Alemania las procuraron conocimientos generales. Eso dice de nuevo el Führer en el punto 20 de su Programa2. Y mantuvo su palabra exactamente al pie de la letra, y puso al Pueblo alemán en esa dirección como también en
1 Adolf Hitler, “Mi Lucha” II, Cap. 2.
2 Indica el punto 20 del Programa: “Para posibilitar a todo alemán capaz y aplicado la obtención de formación más elevada y con ello la incorporación a un puesto directivo, tiene el Estado que ocuparse de un desarrollo profundo de nuestra educación racial integral Los planes de estudios de todos los centros docentes han de adaptarse a las exigencias de la v ida práctica. La comprensión del concepto de Estado debe ser alcanzado ya con la iniciación de la inteligencia a través de la escuela (instrucción cívica), hedimos especialmente la formación a expensas del Estado de los niños predispuestos de padres pobres, sin consideración a su posición o profesión”.
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otras muchas más de lo que había prometido, como sus enemigos mismos deben admitir.
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Si se debiera explicar en una frase la meta del Nacional-socialismo, su espíritu y su contribución esencial a la renovación de la humanidad, así se debería decir que acuñó el concepto de la nobleza natural de la sangre, por ello eterno, y del valor personal frente al de la falsa nobleza de la clase y del capital; el cual responde a la jerarquía humana fijada divinamente frente a todas las falsas de límites acotados por el hombre. Pues esto es el significado de las razas —y precepto de la personalidad de esos dos fundamentos que sostienen la estructura completa de la Weltanschauung nacional-socialista . . . “que la Weltanschauung racista reconoce no sólo el valor de la raza, sino también la significación de la personalidad y por consiguiente siendo ambas el pilar fundamental de toda su edificación”.1
Dicho exactamente, ninguna nacionalidad sin homogeneidad racial. Un país de muchas razas no es una nación —y no lo será jamás—, es en el sentido en el que hay que comprender el término. Mencionarlo así es conveniente cuando se desea dar a toda la población la ilusión inmediata de unidad con miras a una finalidad práctica determinada2 (por ejemplo, en la unión de diferentes razas contra fuerzas a las que se tienen buenos motivos para combatir). Pero esto no cambiará el hecho de que el sentimiento de unidad quede en una ilusión, mientras perdure la población de razas diversas.
1 Adolf Hitler, “Mi Lucha” II, Cap. 4.
2 En tanto que, por ejemplo, una nacionalidad hindú es en realidad la casta, dije yo misma a menudo de la nación hindú en escritos de propaganda que fueron destinados para unir a los hindúes contra el igualdador anti-racista —sobre todo contra el influjo democrático del Islam y del cristianismo (la única parte importante en India que ha contribuido con ello a preparar el camino para el comunismo). Por esta razón me pareció como algo necesario combatir a estas fuerzas espirituales.
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En una nación con el mismo valor racial —en una verdadera nación— es artificial y antinacional toda idea de clases si se basa en nobleza adquirida, en riqueza o erudición. Detiene el sentimiento natural a favor de la identidad racial sobre el que se fundamenta la más sana nacionalidad; “pues está presente un motivo de orgullo hacia su Pueblo, si ya no es necesario tener que avergonzarse más desde posición alguna”.1
A partir de ahí en la práctica se presenta el Nacional-socialismo como la más distinguida de todas las filosofías políticas, al menos en todo país ario auténtico; como la filosofía de un movimiento popular destacado que hace tanto por los derechos del trabajador y del campesino, cuando no mucho más en realidad que el comunismo.
De hecho sería bueno para todos de los comunistas de sangre aria antes de que ofendan de manera estúpida al Führer y nos combatan, darles a conocer lo que él hizo en Alemania por el restablecimiento de la buena reputación de la artesanía y por el bienestar y la felicidad del trabajador. Les haría bien saber que el obrero alemán, el minero, el mecánico, el maquinista era por lo general un mejor nacional-socialista y todavía lo es, que el doctor, el jurista o el profesor universitario. Como me contó una vez una trabajadora extranjera que tuvo la gran suerte de vivir en Alemania antes de la guerra: era el pueblo sencillo —no el “burgués”, no el vanidoso “inteligente”— él que levantaba más entusiástica y honradamente el brazo derecho. Por lo que se refiere a los capitalistas, han contemplado continuamente a Hitler con gran desconfianza, cuando no directamente con enemistad.
Para comprender en verdad el fondo y la autenticidad del Nacional-socialismo y apreciar sus valores eternos, se requiere una cultura más extensa y viva como también una inteligencia fuera de lo común para una visión global, y poseer mayor sentimiento de belleza que el médico medio, el jurista o el profesor en general, por no hablar de los capitalistas alemanes. Mientras que por otra parte
1 Adolf Hitler, “Mi Lucha” II, Cap. 2.
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no se necesita comprender la profundidad del Nacional-socialismo para amar a Hitler. Sólo se necesita sentir la fuerza de su amor. Y eso es justo lo que hace el pueblo sencillo de Alemania. Para ellos era él —y es— el bienhechor, su amigo, su salvador; el único hombre que desde hacía siglos realmente les había amado más que a sí mismo, más que a cualquier persona y a cualquier otra cosa, y había hecho por ellos lo que sólo puede hacer el amor (unido con la genialidad). La mayor parte de los “intelectuales” no estaban suficientemente llenos de vida; la instintiva comprensión natural hacia las fuerzas vitales humanas y sobrehumanas de Hitler no estaba presente hasta el punto de que ellos mismos hubiesen podido sentir como lo hizo el pueblo sencillo (los pocos que sintieron así y todavía sienten, aunque son “intelectuales” son los mejores partidarios del Führer). Respecto a los capitalistas: estos sabían con el instinto certero de los hombres de negocios universales, que la victoria del Nacional-socialismo supondría el fin de su poder, de su clase, de su orden mundial, para siempre —mucho más rotundo y absoluto incluso de lo que jamás hubiese podido ser tras el triunfo del comunismo.
La fuerza del Nacional-socialismo se encuentra en su llamamiento a los mejores de todos los hombres y mujeres arios dentro y fuera de Alemania y en su influencia en las masas alemanas. Lo primero tiene que agradecerse a la personalidad de Hitler y el valor objetivo de su enseñanza —teórica y práctica. Lo último se debe al creciente bienestar y felicidad que el pueblo alemán paladeó bajo su régimen, y eso no lo ha olvidado. Fue también decisivo el hecho de que el 24 de febrero de 1924 gracias a su inexorable determinación ofreció al mundo el excelente programa totalmente desarrollado —contrariamente al modo de obrar de tantos políticos, cuyo programa era mucho menos radical y elevado.
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¿Qué comprendía el programa además de la política de renovación racial mediante preceptos matrimoniales, ordenanzas de salud y por medio un nuevo sistema de educación del que ya hablé?. En una palabra, la liberación del pueblo de la servidumbre del capitalismo mediante una serie de leyes que abarcaban los ingresos, la propiedad y la producción. Ningún régimen —ni siquiera la Rusia soviética— ha hecho más que el nuestro por ensalzar el trabajo provechoso y honrado de cualquier hombre o mujer a deber sagrado. Ningún régimen se ha empeñado más para hacer del trabajo un deber para todos. Nadie en particular trabajó tanto para hacer del deber un placer al mismo tiempo.
“El primer deber de todo ciudadano debe ser trabajar con la mente o con el cuerpo. La actividad del individuo no puede contravenir los intereses de la generalidad, sino que debe realizarse en el marco de la totalidad y en beneficio de todos”1. Así lo ordena el punto 10 del programa. Y el punto 11 no es otra cosa que el corolario lógico: “Por eso pedimos la supresión de los ingresos sin trabajo y sin esfuerzo”.
No se trata aquí de cualquier trabajo sino, como ya dije previamente, del trabajo útil y constructivo, que tiene algún valor. No es el mero tormento que cada cual toma sobre sí con repugnancia o que se toma a mal por alguno, donde cada minuto es tiempo y energía perdidos, por muy interesante actividad que sea, cuyo único resultado positivo consiste en acrecentar el estado de la cuenta bancaria del hombre. Tampoco el trabajo se contempla como el único medio para mantener unidos cuerpo y alma del hombre; menos aún representa alguna forma de explotación de las debilidades de otras gentes, ni puede proporcionar a algunos “inteligentes” conseguir beneficios financieros mediante la explotación de los vicios de otras personas. Nada de eso; es una producción sólida de bienes materiales útiles y hermosos o el descubrimiento de ideas beneficiosas; es una actividad que promueve la organización de la producción precisa o que sirve a la elevación nacional o a la defensa nacional; un trabajo cuyo fruto en resumidas cuentas sirve a la alimentación
1 Gottfried Feder: “H programa del N.S.D.A.P.”
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y fortalecimiento del cuerpo humano o a la construcción del carácter y formación cultural; estas maneras fueron “el primer deber de todo ciudadano” en la Alemania nacional-socialista —y así espero que lo sea de nuevo para cualquier hombre y mujer en la venidera Europa nacional-socialista. Toda ley o reglamento que simplemente tuvieron relación con cualquier trabajo posible, fueron vehículos de esta idea. Cada ley fue llevada adelante con eficacia.
El “quebrantamiento de la servidumbre del interés” fue tratado como una parte importante del programa del Partido, y por cierto en el punto 11 y el siguiente; la “confiscación brutal de las ganancias de guerra” fue debatida en el punto 12 con esta motivación. Considerando el enorme sacrificio en patrimonio y sangre que toda guerra ocasiona al Pueblo, debe ser calificado el enriquecimiento personal gracias a esta como un crimen contra el Pueblo. Por esa razón “exigimos el embargo total de todos los lucros de guerra”1. Y “exigimos la nacionalización de todas las empresas que se han organizado hasta la fecha como agrupaciones de sociedades (trust)”2.
Y “exigimos participación en los beneficios de las grandes empresas” (punto 14). “Exigimos una ampliación generosa de la pensión” a través del Estado y mediante la reforma del país, sobre las que he de decir algunas cosas más, como también sobre la persecución drástica y la “pena de muerte” para los criminales del Pueblo, usureros, traficantes, etc., sin tener consideración alguna con la confesión o la raza. “Reclamamos la lucha despiada contra aquellos que dañan el interés público mediante su actividad. Criminales públicos, usureros, traficantes, etc. han de ser castigados con la muerte sin contemplaciones a la confesión y a la raza”3. Se utilizó la publicidad para impresionar con estos puntos programáticos en mítines políticos durante la época de lucha del Nacional-socialismo. Llegando a ser realidad tan pronto como Hitler se convirtió en el Führer indiscutible del Tercer Reich; con el resultado inmediato de
1 El programa del N.S.D.A.P., punto 12.
2 El programa del N.S.D.A.P., punto 13.
3 El programa del N.S.D.A.P., punto 18.
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que con una atmósfera purificada comenzó una nueva vida para el Pueblo alemán. No sólo se dio sustento a 6,5 millones de parados alemanes, sino un entusiasmo inmenso; algo nunca visto para el bienestar público. Un espíritu de sana competición al servicio del bienestar de los demás llenó el corazón de todos y cada uno, y en especial los corazones de los muchachos y muchachas jóvenes. En un asombroso corto espacio de tiempo la Alemania rota por la guerra de los años 20 llegó a ser otra vez una potencia de primer orden —¡no!, la potencia de primer orden en Europa.
Trabajo en los campos, en las minas, en las fábricas, y que hasta hacía poco se realizaba bajo opresivos controles extranjeros; trabajo en esas autopistas soberbias, cuya construcción permanecerá para siempre como uno de los mayores éxitos materiales del Tercer Reich; Trabajo en la casa (quehaceres domésticos), con él que las mujeres, como nunca anteriormente, se sentían útiles para toda la nación; trabajo en la escuela, en la que finalmente por primera vez se fijó un programa de educación en el recto espíritu nacional; el trabajo en cualquier área útil era un deber; deber sobre el papel y también en la práctica. Cualquiera que se opusiese lo más mínimo a trabajar era obligado a ello —e incluso, como castigo entraba en un campo de concentración— en caso de que no prefiriese abandonar el país. Pero apenas hubo alguno que no quisiera trabajar un poco, que al mismo tiempo no progresara satisfecho. Nunca fue un “deber” —trabajo con tan poca carga y tanto gusto. Pues bien los alemanes como nunca antes sintieron que ellos eran los dueños de sus propios bienes raíces y de su propio destino y que ya no estaban dominados por una banda de gente podrida y rica, y sobre todo por una jauría parásita de ricos extranjeros (por no arios y no alemanes).
Igual que en la mayoría de los países, todo ciudadano masculino debía servir en el ejército uno o dos años (o más inclusive); con esto en el Tercer Reich se esperaba que todo hombre físicamente sano o toda mujer físicamente saludable, entre 16 y 18 años, estaría activo seis meses en alguna sección del servicio de trabajo y de este modo efectuaba una contribución positiva para el bienestar de la nación,
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y por añadidura para su profesión habitual. Los estudiantes, por ejemplo, acostumbraban a trabajar bajo mando con los jóvenes campesinos en el campo —plataban patatas o recogían la cosecha—, las muchachas sin embargo ayudaban a las amas de casa con grandes familias, en la cocina, lavado y otras tareas domésticas. Esto era una obligación, sin duda. Fue cualquier cosa menos un trajín —fue incluso una alegría hasta el punto de que junto al servicio de trabajo normal, que era un deber para toda la gente joven, los estudiantes efectuaban además un esfuerzo propio de trabajo voluntario; trabajaron durante algún tiempo como obreros, conductores de tranvía, etc., con único motivo de practicar y servir. Charlé con muchos hombres y mujeres que entraron en este verdadero ejército de paz. Ni uno solo de los que encontré tuvo nada que fuese diferente a recuerdos agradables de este servicio no profesional durante varios meses. Muchos me relataron que fueron “meses inolvidables”, “la época más bella que jamás vivieron”. El trabajo era alegre, no, mejor aún, se hizo con pasión, como un juego. De hecho el ambiente normal en todo el país era el de un celo alegre, pleno de actividad juvenil que se entregó con todo el corazón. Confianza en sí mismos, un espíritu inflexible y la esperanza alegre de la juventud que colmaron a todos los hombres, en vez de vacilación, dudas, pesimismo y el sentimiento de la derrota de los años pasados. Trabajo —ya no fue más una maldición, sino una obligación que se convirtió en un juego, en un placer.
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Sería innecesario extenderse con todo detalle en las numerosas leyes que fueron promulgadas en el Tercer Reich para la protección y bienestar de los trabajadores y de los comercios. En un libro como este, que en ningún caso deber ser un estudio técnico, sino justamente una confesión fiel —tampoco hay motivo para hacerlo. Por lo demás, aquí en prisión sería imposible para mi obtener los datos
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precisos que hubieran sido necesarios para una tarea así, ya que era privada sistemáticamente de mis libros y me fue prohibido el contacto con los otros prisioneros políticos (como dato, me he servido sólo mi memoria, de la que me puedo fiar. Indudablemente es buena, pero también tiene sus limitaciones).
Pero la reforma agraria es algo tan importante como para que no deje de mencionarla con algunos comentarios. Nuestros adversarios comunistas han recalcado tanto en su propaganda todo aquello que han hecho en Rusia y en los países dominados por Rusia “por la prosperidad de los campesinos”, que me veo obligada a pronunciarme sobre nuestros anhelos en la misma materia.
El punto 17 del programa del Partido fijado en 1920 trata del espíritu y las tendencias principales de la reforma del país: “Pedimos una reforma de la tierra adaptada a nuestras necesidades nacionales, creación de una ley de expropiación gratuita del suelo para fines de interés general, abolición del tributo de la tierra e impedimento de cualquier especulación del suelo”. Una explicación a ella la dio el Führer el 13 de abril de 1928. Un informe más pormenorizado sobre la política del Nacional-socialismo que atañe a la tierra y la agricultura se encuentra en el manifiesto del Partido del 6 de marzo de 1930, en el que se analizaron los motivos por los que la economía campesina “no valía la pena” en Alemania antes de la fundación del Tercer Reich y los fines con que se fijó el nuevo reglamento de la tierra. Este reglamento, como también las leyes restantes que fueron promulgadas por Hitler o de su inspiración, debían liberar al pueblo —en este caso los campesinos— del poder del capitalista, del explotador en cualquier forma; ya se tratase de los mediadores egoístas entre el campesino y el consumidor —el mediador, cuyas ganancias extraordinariamente elevadas no dejaban el sobrante más imprescindible para que el campesino pudiera subsistir— o a causa de lo que pagasen de menos los prestamistas o consorcios económicos al campesino con respecto a lo que necesitaba para poder llevar a cabo su trabajo con éxito; en la mayoría de los casos estos prestadores, consorcios, etc. se encontraban en Alemania antes de 1933 como en muchos otros países en manos
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judías. Las leyes nacional-socialistas dieron al campesino todas las facilidades, todo el estímulo y ayudas posibles, total libertad, suponiendo que era alemán y que trabajaba sólo por el “interés nacional”.
Pues en ese caso significaba que la tierra natal, al mismo tiempo que un medio para la subsistencia, era sólo un derecho que tenían acceso los ciudadanos alemanes, es decir, que es natural que sólo hombres de sangre alemana posean tierra en Alemania.
“El Partido nacional-socialista aboga por la economía privada”, manifestó el Führer en numerosas ocasiones; sobre todo en su discurso el 13 de abril de 1928, cuando en referencia a los campesinos dejó clara la actitud del Partido. Ningún nacional-socialista se ha sublevado jamás —como fue el caso entre los comunistas— contra el derecho del individuo a la posesión, que sin embargo estaba unido al deber de utilizarla en el interés nacional (manifiesto del Partido del 6 de marzo de 1930). Para las tierras se establecieron tribunales especiales a fin de conseguir este compromiso. Un campesino que no actuase por el interés general debido a una mala gestión según sentencia de estos tribunales, podía se expropiado con una recompensa adecuada (pago).
El suelo en el Tercer Reich en modo alguno podía ser objeto de especulación. La ley, que preveía la expropiación sin remuneración para “fines objetivos” como se fijó en el punto 17 del programa del Partido, fue efectivamente según las propias palabras del Führer, ordenada contra las sociedades especuladoras del terreno judías (manifestación del Führer, Munich, el 13 de abril de 1928). Quien siempre sembró la tierra, debería administrarla personalmente o podría entregarla, si la había adquirido legalmente a cambio de una indemnización de modo que allí podría establecerse otro campesino que estuviese dispuesto a cultivar la tierra.
El Estado tenía el derecho de retracto en cualquier venta de tierras para poder así cuidar que ninguna tierra pudiese ser la fuente de ingresos inmerecidos. Estaba también rigurosamente prohibido empeñar tierras a prestamistas privados (manifiesto del Partido del
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6 de marzo de 1930). Se hicieron los emprésitos necesarios para la explotación bajó cláusulas favorables por sociedades que fueron reconocidas por el Estado, o concedidos por el Estado mismo. Las deudas jamás debían ser devueltas al Estado según la extensión y el estado del suelo. No hubo disposiciones firmes y duras referidas al producto esperado de la cosecha (manifiesto del Partido del 6 de marzo de 1930). Pues el cultivo de la tierra dependía por lo general de las condiciones locales del suelo. La ley de la heredad no enajenable prohibió la subdivisión y un elevado endeudamiento del suelo. Finalmente los negocios del comercio intermediario fueron trasladados a una cooperativa agrícola que se encontraba bajo control estatal. Todo fue hecho para levantar a la clase campesina no solo económicamente, sino también culturalmente.
Estos pequeños detalles pueden ser suficientes para mostrar que la política nacional-socialista del suelo en modo alguno produjo efectos poco favorables para el bienestar de los campesinos, que esa política era de hecho ampliamente más favorable que la de los comunistas, aunque nuestros enemigos del “Frente rojo” sostengan lo contrario. Protegió a fondo los intereses del campesino sin restringirle en manera alguna en su derecho a la propiedad privada: podía legar, comprar o vender su propiedad. Esta política en gran escala le dejaba libertad de acción para la realización de sus propios asuntos mientras por otra parte los intereses de la comunidad fueron vigilados mediante duros controles del Estado donde quiera que fue necesario. No, precisamente el control estatal fue al mismo tiempo la protección más segura del campesino contra cualquier posible explotación por astutos recaudadores de dinero. Pues lo que dije sobre otras leyes y reglamentos, que ya fueron equipadas en el programa del Partido antes de la subida al poder de Hitler se confirmó también respecto al suelo y al agricultura; no fueron meramente leyes “sobre el papel”, sino que se llevaron a cabo. De hecho no hubo un régimen —ni siquiera el comunista— tan consecuente como el nuestro contra el poder de los recaudadores de dinero en el país y que actuase tan despiadadamente en su contra para quebrar
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su poder. Muchos de los “pobres judíos” que durante un cierto tiempo, sobre todo en Alemania oriental, fueron internados y perseguidos no sólo porque eran judíos, sino porque se habían manchado con sombrías especulaciones del suelo o dejaban prestado dinero a los campesinos a un interés exorbitantemente elevado y cosas por el estilo; en una palabra fueron internados porque eran explotadores del Pueblo. No menos que el campesino alemán, el trabajador de la ciudad fue liberado también de aquellos y otros como aquellos; pudo trabajar con la certeza de que su trabajo era rentable, de que incluso el Pueblo en su conjunto, del que él y su familia eran una parte, obtendrían mayor provecho del trabajo duro año a año. Gente joven de todas las clases sociales, hermanos y hermanas de obreros, profesores, generales, modestos hombres de negocios, de hombres con un alto cargo cuidaban regularmente de ir y ayudar al campesino en el campo como miembros del servicio de trabajo y le hacían entender cada vez más que él y los habitantes de la ciudad eran de una raza de un Pueblo —de una nación—. La atmósfera alegre, llena de esperanza, confiada en sí misma de las ciudades, se extendió de la misma manera al campo, a pesar de la contra-corriente oculta pero bien organizada que por un cierto número de clérigos había sido organizada en muchos lugares contra el Nacional-socialismo. Se sacó ventaja de la ignorancia del campesino y de sus prejuicios largamente guardados1.
Una gran contribución del Nacional-socialismo al renacimiento de Alemania —y de Europa— está en el afán de limpiar la prensa tanto como cualquier otra clase de arte y literatura, así como en el afán de elevar los ideales morales, intelectuales y estéticos de los adultos no menos que de los muchachos y muchachas jóvenes, y sobre las ruinas de la decadente pseudocultura del mundo capitalista edificar una nueva cultura sana y bella. Ningún aspecto del gobierno nacional-socialista (excepto a lo mejor nuestra lucha contra el judaísmo) ha sido criticado hasta más no poder y de manera tan chiflada,
1 He oído en poblaciones de la comarca del Mosela (en tomo a Tréveris) que pueden figurarse bajo la influencia del clero, como la gente denomina al Nacional-socialismo enemigo del catolicismo y a Alfred Rosenberg como el Anticristo.
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no sólo por nuestros enemigos mortales sino por la “opinión pública” en todas partes del mundo. A pesar de todo, esa lucha tenaz por la verdad y por el triunfo de todo lo que es más sano y mejor para la raza aria es algo por lo que cualquier nacional-socialista puede estar orgulloso —incluso aun cuando por el momento no hallamos obtenido el éxito.
Sin una limpieza profunda de la prensa no hubiera sido —y nunca será— posible una renovación después de 1933. Mientras el periodista sólo escriba para ser retribuido —sin tener en cuenta de parte de quien, con qué utilidad o para qué clase de fin superior— y no lo haga porque sienta la necesidad de explicar a sus lectores algo o de ensalzarlos, sostengo que tanto tiempo como los “astutos” de cualquier raza o creencia se mantengan en el poder del dinero, también permanecerán en el poder de la opinión de la gente. En la medida que las masas tengan algo que decir en cuestiones nacionales e internacionales, tendrán el poder sobre el destino de las naciones. Pues la masa de los lectores es tonta —crédula en grado sumo— y no ha variado el saber sobre el simbolismo corriente de lo escrito. Por el contrario, la palabra escrita les ha dado la peligrosa ilusión de la libertad de pensamiento mientras son esclavizados cada vez más por ella; más que nunca han sido esclavizados por algún poder tangible. Nadie ha puesto de relieve tan brillante y sarcásticamente la influencia perniciosa de esa prensa con aire de suficiencia “intelectual” o “instruida” que es controlada por dinero judío, como nuestro Führer. “Die Frankfurter Zeitung”, así declara (y esto es sólo un ejemplo entre muchos) “es para esta gente la esencia de todo decoro pues nunca emplea términos groseros, rechaza toda brutalidad física y apela siempre a la lucha con armas ‘espirituales’, una lucha que precisamente y de manera particular preocupa más a los hombres menos epirituales”1. “Pero el judío escribía para nuestra medianía intelectual su pretendida ‘prensa de la inteligencia’”2.
1 Adolf Hitler, “Mi Lucha” I, Cap. 10.
2 Adolf Hitler, “Mi Lucha” I, Cap. 10.
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Había sólo dos caminos para terminar con esta molestia; o prohibir del todo la prensa o si no sacar provecho a la tendencia de los lectores de creer todo lo impreso para el triunfo de la idea nacional-socialista, y sólo consentir imprimir aquello que de ninguna manera se opusiera a esto. De estas dos posibilidades fue sin duda alguna la segunda el más sencillo y al mismo tiempo la más afortunada. No se puede enseñar a la gente en un día a pensar por sí misma. Pero mientras lo aprenden deben tener algo en que poder creer y en ese caso debería ser preferible la verdad que las mentiras. Fue así que se escogió el segundo camino. La prensa no fue eliminada, pero si controlada, como estaba previsto en el punto 23 del programa del Partido. “Pedimos la lucha legal contra la consciente mentira política y su destierro mediante la prensa”1.
Todo director de periódico en Alemania y sus periodistas debían ser “miembros de la nación”, es decir, de sangre alemana. Periódicos en otras lenguas o incluso diarios extranjeros podían ser publicados en Alemania con permiso gubernativo. Pero ningún periódico no alemán tenía derecho a influenciar a la prensa alemana: “Cualquier participación financiera en periódicos alemanes o su influencia por no alemanes será prohibida legalmente y pedimos como castigo por la transgresión el cierre de una empresa periodística así, además de la expulsión inmediata del Reich de los no alemanes interesados en ella”2.
Es fácil criticar tal política, defendiendo “el derecho del individuo a la libertad de opinión” u otras políticas. Pero se debería comprender por primera vez que Inglaterra no habría declarado la guerra a Alemania en 1939 si en Inglaterra se hubiese llevado a cabo una política nacional de prensa semejante (naturalmente desde el punto de vista inglés). No hubieran habido bombardeos, ruinas y millones de muertos —nada del inmenso mal que cualquiera lamenta— sino una Europa feliz en la que las dos grandes naciones arias, Alemania e Inglaterra, habrían colaborado en un espíritu amistoso por el bienestar de ambas y por el bien de todo el mundo ario. La
1 Punto 23 del programa del N.S.D.A.P.
2 Punto 23 del programa del Partido.
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consecución de un resultado así bien habría valido tener que renunciar a alguna libertad para la mentira. Entonces se debe saber también que esos demócratas que hoy nos reprenden porque no permitíamos publicar en periódicos alemanes propaganda contra nuestras concepciones cuando estábamos en el poder, son la misma gente que nos persiguieron en los últimos cuatro años por el único motivo de que nuestro sentido de la vida es exactamente contrario al suyo; son exactamente la misma gente que me condenaron a tres años de prisión por la publicación y divulgación de “propaganda nacional-socialista”. Su “libertad de conciencia y su derecho del individuo a la libertad de opinión” son el embuste más absurdo —tan zafio y torpe que cualquiera que esté provisto de un mínimo de sentido común lo debería comprender. Cuanto menos sea dicho sobre estas mentiras, mucho mejor . . . para nuestros enemigos.
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Junto con la depuración de la prensa se procedió a la exploración profunda en el arte y la literatura, para promover el crecimiento de una sana cultura nacional, que fue imposible en la atmósfera enervada y extenuada que engendró el capitalismo moderno. Esto se fijó como principio en el punto 23 del programa del Partido: “Deben prohibirse diarios que atenten contra el bien común. Exigimos la persecución legal de todas las tendencias artísticas y literarias que ejerzan un influjo desmoralizador sobre nuestra vida popular y el cierre de organizaciones que atenten contra las exigencias precedentes”1. El mundo, que por una educación total estaba habituado a contemplar cualquier astuto desatino escrito como una manifestación intelectual —alentado por la prensa judía, como cualquiera bien puede figurarse— y que en ella era exhortado a admirar al “intelectual” sobre todo, rompió en un fuerte ataque de indignación cuando en la noche del 10 de mayo de
1 Del punto 23 del programa del N.S.D.A.P.
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1933 con presencia del ministro de propaganda del Reich Dr. Goebbels —uno de los mejores, más rectos e inteligentes nacional-socialistas que jamás hubo—, los estudiantes de Berlin prendieron en público un alegre fuego a muchos de los libros que habían sido proscritos como muestra de literatura desmoralizadora y nociva, y de los que la mayoría fueron escritos por judíos. “¡Cómo!” vociferaba la prensa extranjera. “¡Regresamos al fanatismo intolerante de la Edad Media! ¡Los libros se queman! ¡Qué horrible!”. Los “monos” lectores de prensa de todo el llamado mundo civilizado repitieron esta indignación. Casualmente, cuanto más viciados estaban por el “estudio” barato y más engreídos eran debido a afirmaciones “intelectuales” injustificadas, tanto más horrorizados estaban acerca de la noticia impresa del Holocausto y más hinchados hablaban contra el Dr. Goebbels, contra el Führer, contra los estudiantes alemanes y el Partido nacional-socialista y (siempre que tenían la oportunidad) contra los aislados arios no alemanes, como contra mi, ya que comprendieron la importancia del Holocausto y le saludaron con regocijo.
Ese mismo grito demente se oyó cuando el Tercer Reich proscribió a todos los engendros singularmente enfermizos y torcidos de piedra o sobre el lienzo, que antes de la subida de Hitler al poder habían sido señalados como “arte degenerado”, como desmoralizadores y peligrosos para la salud moral de la nación alemana. Mayor fue aún el susto cuando médicos y profesores de origen judío e “intelectuales” alemanes, cuyo parecer era manifiestamente contrario al modo de vivir nacional-socialista, fueron destituidos del cargo. El punto culminante se alcanzó, como era de esperar, cuando un gran número de judíos ricos, a los que el gobierno nacional-socialista permitió de manera muy generosa abandonar Alemania con todo su dinero y sus objetos de valor, se estableció en Inglaterra, América, India y en todo el mundo, llevando a cabo más libremente que nunca la propaganda anti-nazi.
Sí, fue una indignación artificial, tan verdaderamente artificial como hubiera sido cualquier enseñanza a un papagayo; porque
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la mitad de la gente que unió su voz a este coro universal contra la persecución nacional-socialista en “arte y cultura” no tenía la menor idea del significado de estas dos palabras. Denominaban precisamente “arte” a lo que les era pregonado como tal desde las ediciones dominicales de los diarios que ofrecían sobre la última novela psicológica de Doña Mengana o sobre la exposición de ensayos al óleo de Don Fulano. La otra mitad sencillamente habría detestado el aspecto —o el sonido— de la mayor parte de la porquería que fue quemada en Alemania, si la hubiese visto, leído o escuchado, y hubiera gritado de todo corazón: “¡Es algo bueno que se haya proscrito eso!” —si hubiera estado segura que nadie pudiera haberla oído casualmente.
Sólo se juntaron con el coro de papagayos porque temían ser contemplados como provincianos o bárbaros, de no haberlo hecho.
La verdad es que nada de lo que fue quemado realmente no valía la pena conservar. La verdad es también, que nosotros nacional-socialistas, en materia de arte y cultura y en todos los demás campos, no sólo prohibíamos y destruíamos. También creamos algo. Efectivamente, destruimos para crear algo, en colaboración con un pueblo nuevamente resurgido, que no estaba cohibido por ejemplos malsanos y recuerdos opresivos. Y nada tal vez habría servido tanto a nuestra propaganda como una serie de exposiciones de arte en todo el mundo: en una sala todas las muestras extravagantes de arte ultra-moderno que proscribimos —curvas afectadas, formas encorvadas, rostros humanos extraños de los que se suponía fuesen tanto más ricos en significado profundamente oculto, cuanto que parecían al ojo imparcial más locos o idiotas, —y en la otra . . . los mejores trabajos de Arno Brecker. Para ello, una observación aclaratoria para el observador serio: “Hemos venido a destruir eso, para instituir esto”. Esto hubiera sido en efecto, propaganda nacional-socialista. Y en verdad propaganda de la mejor clase. Deseé que una doble exposición así hubiera sido organizada en cualquier ciudad del mundo en la que existiese un consulado alemán.
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Lo que en esa exposición se hubiera dicho sobre pintura y arte escultórico, hubiera valido exactamente igual para la música y la literatura. Pero muchos dirían: “¿Qué sucede con la ciencia natural? ¡Ningún gobierno civilizado puede proscribir publicaciones científicas, perseguir a un sabio como Sigmund Freud por motivos raciales o proscribir a Einstein uno de los mayores cerebros de todos los tiempos!”
Sí, lo sé, Freud y Einstein, los dos ejemplos que son automáticamente alegados para condenarnos cada vez que se plantea la cuestión sobre nuestro enfoque “frente a la cultura”. Es curioso contemplar como muy poca gente está en condiciones de hablar de estos dos eruditos, ni siquiera cuando utilizan de estos nombres como arma arrojadiza contra nosotros. Millones han leído algunas de las obras de Freud (o algunos estractos de ellas) —esto es cierto; pero lo hacen tan sólo por experimentar algún tipo nuevo de excitación sexual— no por afán de saber con arreglo a un conocimiento científico; no así como —si es que— se debió leerlas. En cuanto a Einstein, también puede haber sido tan moderno hablar en 1919 y 1920 sobre su “teoría de la relatividad” (cuando se encontraban explicaciones simplificadas sobre ella incluso en revistas femeninas), pero de esta manera nadie se puede vanagloriar por eso, excepto sólo un puñado de matemáticos y físicos altamente especializados por entender sus renovaciones científicas. Todo lo que saben esos profanos es que es una “cabeza insigne” —lo que sin duda es cierto. Y seríamos bárbaros si no apreciásemos que una grandeza tal, se personifica casualmente en un judío.
Es un error fundamental, una interpretación errónea a fondo en la raíz, esta actitud frente a nosotros. No es cierto que no reconozcamos o valoremos tal capacidad intelectual como la de Einstein, en un judío. La elogiamos dondequiera que sea posible. Pero ello no es razón alguna para tolerar a un judío a ocupar una cátedra en una universidad alemana (o en una universidad en algún otro estado ario), como tampoco deseábamos tener junto a nosotros a uno chino o árabe con la misma cualificación. Cuando la nacionalidad
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es antes que nada una cuestión racial (que lo es indudablemente), y cuando, como es natural, sólo nacionales de un país, es decir, gente de la misma sangre tenía autorización para ocupar allí puestos de gran responsabilidad, entonces sin duda, no se permitía a un judío ocupar un puesto así en un país ario, sea en materia de educación o en la administración. El mundo debería comprender que en nuestra actitud no existía enemistad personal contra Einstein como científico. El hecho es que se trataba de que no podíamos traicionar a la letra y al espíritu del programa del Partido por persona alguna. Y los “intelectuales” debieron reprendernos tanto menos, pues la ciencia excede las fronteras, y desde su punto de vista poco importa si la “teoría de la relatividad” era explicada desde Berlin, Nueva York o Jerusalem.
El caso de Sigmund Freud es algo diferente debido a la popularidad que tiene sobre los profanos, especialmente los hombres jóvenes. Es cierto que no es asunto de los profanos leerlas, y que no es culpa de Freud, si lo hacen. Aún así queda el hecho que las obras son peligrosas —“apropiadas para descomponer la vida de una nación”— si su estudio no se limita estrechamente a especialistas. Tenían y tienen —no sólo en Alemania, sino en todo el mundo, donde siempre están a la venta traducciones, una influencia perniciosa en hombres y mujeres jóvenes que buscan en ellas una ocasión para reflexionar sobre anomalías sexuales y en los problemas de su propia vida sexual —reales o presuntos— en los que si no jamás habrían pensado. Aparte de esto, a ello se junta el hecho de que el hombre es judío, que sus obras pueden, sin quererlo, —pero ello no supone una diferencia— tener una influencia desintegradora. Realmente no se puede reprender a los estudiantes de la resurgida Alemania que hiciesen una hoguera con sus libros junto con otros muchos que eran bien escabrosos, pero no libros científicos precisamente. Tampoco se puede reprender al gobierno nacional-socialista que empujó un poco rudamente a Freud fuera de Alemania.
La actitud desfavorable del Nacional-socialismo frente al “arte-retorcimiento” de cualquier género, se tradujo en una “salud vital”
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alegre y fuerte a todo eso y en un sentimiento de triunfo: Quiso zafarse de la influencia de las monstruosidades rebuscadas o de la trivialidad fanfarrona en el arte, de los “problemas” retorcidos que eran analizados a escala frívola e indolente, del secreto vano, extravagancia y exhibición infantil, en la literatura. También estábamos hartos del “charloteo sexual” —“sexo en el encéfalo” lo habría denominado Norman Douglas— de los que no tienen ninguna otra cosa en que pensar, sobre el justo sentido erótico de la gente. Nosotros nacional-socialistas no tenemos interés y simpatía por el mundo feo, enfermo y podrido-maloliente capitalista que quisiéramos destruir en caso de que tengamos el placer de asestarle el último golpe, y que de cualquier modo morirá también. Tras una grave pesadilla, cuando miramos hacia el porvenir, en el trabajo y con la canción, la fe, lucha y creación —respiramos en la belleza de nuestros ideales palpables un aliento de aire fresco y bienhechor de los bosques. ¡Sí, adiós a todo eso!. O mejor, “¡váyase todo con él!”. ¿Qué tenemos en común con este mundo de papagayos chillones que expelen con la más alta voz palabras insignificantes, y un mundo de monos que se rascan sus genitales? La cultura que sentamos durante los primeros pocos años de nuestro poder, fue algo muy distinto a eso que los intelectuales modernos llaman “cultura”.
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Mas una cultura enteramente nueva apenas puede encontrar entrada en el pueblo que se aferra como antes a la misma religión. Es cierto, el programa que fue proclamado en la cervecería señala firme, “que el Partido como tal defiende el criterio de un cristianismo positivo”1. Pero como ya dije antes, y como me han confesado todos los más inteligentes nacional-socialistas que me encontré —en 1920 era casi imposible decir otra cosa para poder confiar ganar seguidores.
1 Punto 24, “El programa del N.S.D.A.P.”, edición 1933.
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Esta demostrado el hecho de que queríamos sustituir la ligazón en la fe usual por el vínculo en la sangre común (por ejemplo, deseábamos reemplazar la comunidad religiosa por la comunidad racial). Pero eso está en oposición al espíritu cristiano, como también su aplicación, siempre y en todas partes, hasta el día de hoy. Es cierto, dicho de otro modo: si hay alguna religión que constituya algún peligro para el Estado y que por eso debiera ser desterrada, tal es el caso del cristianismo; pues nada es más incompatible con los principios fundamentales sobre los que se basa toda la construcción de cualquier Estado nacional, que el cristianismo.
Pero exceptuando el hecho de que esto no podía decir en un programa político en 1920, tampoco en 1933 —tanto aún menos podía llevar a cabo en un sólo día. Al cristianismo no podía uno oponerse abiertamente con acritud manifiesta antes de que la filosofía de vida nacional-socialista hubiese penetrado de forma evidente en amplios sectores, antes de que hubiese echado raíces firmemente en el subconsciente del pueblo alemán, cuando no también en muchos arios extranjeros, y así tanto mejor poder fomentar la difusión de la nueva —o mejor de la eterna— concepción religiosa, de la que naturalmente va cogida de la mano. Entre tanto hubiese sido precipitado suprimir radicalmente la fe cristiana, por muy caída en desuso que pueda parecer a muchos de nosotros. Hitler dice: “Pero para el político la apreciación del valor de una religión debe ser determinada menos por los defectos tal vez inherentes a ella, que por la bondad de un sustituto visiblemente mejor. Pero mientras falta tal, la existente sólo puede ser demolida por locos o criminales”1.
“Pedimos la libertad de todas las confesión es religiosas en el estado, en cuanto su existencia no ponga en peligro o atenten al sentido y sensibilidad moral de las razas germánicas”2.
Se debería preparar lentamente el fundamento mientras en los jóvenes se reavivase de parte a parte su nueva alma aria mediante la correspondiente educación. Y simultáneamente expusiese al pueblo
1 Adolf Hitler, “Mi Lucha” I, Cap.10.
2 Punto 24 del programa del N.S.D.A.P., edición 1933.
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de mayor edad un significado preciso para el término “cristianismo positivo” (lo más nacional-socialistamente posible). Esto es lo que se esforzó Alfred Rosenberg en su famoso libro: “El Mito del siglo XX”. Su “cristianismo positivo” es realmente algo muy distinto del cristianismo de cualquier iglesia, no, del cristianismo de la Biblia, puesto que se basa en la interpretación de Rosenberg del Nuevo Testamento que es manifiestamente la menos judía, y en su filosofía nacional-socialista. Los cristianos mismos descubrieron pronto que en realidad no era un cristianismo más. Y de todas las personas destacadas del Partido es a Alfred Rosenberg seguramente al quemas desprecian hasta el día de hoy, si bien probablemente cometen una injusticia con él; pues hubo y hay hoy mismo mucho pensador nacional-socialista radical como él. Y fue por otra parte demasiado teórico para convertirse en un peligro real para el poder de las iglesias.
Pero es cierto que tras todas las habladurías sobre el cristianismo positivo, cada nacional-socialista pensante sintió desde un principio que Alemania y el mundo ario por extensión necesitaba una nueva conciencia religiosa, que en muchos y totalmente diferentes aspectos debería estar en fuerte oposición a la cristiana; mejor aún, que una conciencia tal ya acechaba en el descontento general, en la inquietud y el escepticismo del ario moderno1, y que el movimiento nacional-socialista, más tarde o más temprano , debía secundarla para evocarla y ponerla de manifiesto. Aunque también Gottfried Feder habla del “cristianismo positivo” e insiste en el hecho de “que nada está más lejos del N.S.D.A.P. que acometer contra la religión cristiana y sus respetables seguidores”; si bien Gottfried Feder pone un énfasis muy especial en que no se ha de dejar revivir de nuevo el “culto a Wotan” por parte del Movimiento (“El Partido como tal no permite, sea como fuera, ser identificado con los anhelos del culto a Wotan . . .”)2, sin embargo Gottfried Feder debe mencionar que con el nuevo y paulatino despertar de la conciencia, “todas las preguntas,
1 El hecho ha sido señalado con énfasis por Gustav Frenssen en su esplendido libro: “La fe de la marca del norte”.
2 Gottfried Feder: “El programa del N.S.D.A.P.”, edición 1933.
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esperanzas y deseos, si el pueblo alemán encontrara algún día una nueva forma para su conocimiento y vida divina, no son de acá; esto son cosas de significación secular que van más allá del marco de un programa de fundamentos enraizados tal como los enuncia el Nacional-socialismo”.
Por cierto, oficialmente no se hicieron ensayos en el Tercer Reich para derribar el poder de las iglesias o para prohibir la enseñanza de dogmas cristianos. Sin embargo, en la época fueron editados libros de belleza estraordinaria, los cuales no giraban alrededor de antiguos cultos paganos como el de Wotan o para dejar revivir otros Dioses germánicos, sino en los que se manifestaban el amor y el espíritu del eterno paganismo nórdico.
Y fue esta la primera vez que la auténtica alma pagana del norte —la inmortal alma aria— casi después de 1500 años comprendió del todo que aún vivía; aún más, que es inmortal, invencible. He mencionado el pequeño pero espléndido libro de Heinrich Himmler: “La voz de los antepasados” , ese compendio magistral de nuestra filosofía en 37 páginas que sólo puede escribir un pagano completo. Contiene entre otras cosas una crítica agria a la postura cristiana frente a la vida: —caridad, abnegación, placer y culpa— y sentimiento de pobreza, “el anhelo hacia el polvo (muerte)”; y contrario a ello, un credo para orgullosos y fuertes, para libres: “No exhibimos nuestras faltas a cualquier persona —nosotros pagan os— menos frente a Dios. Callamos sobre ello e intentamos subsanarlas”1.
De los otros muchos libros de cuño parecido mencionaré dos menos conocidos que “El Mito del siglo XX” de Alfred Rosenberg. Estos dos libros son sin duda mucho más radicales que el precisamente nombrado, y por tanto merecen mucho más los dos: a uno el odio “piadoso” de muchos cristianos de todas las confesiones y para el otro la admiración y la gratitud de todo corazón de todos los verdaderos paganos modernos. El uno es Ernst Bergmann “Las 25 tesis de la religión alemana”, y el otro Johann von Leers “Historia sobre los fundamentos raciales”. En ambos se pone de relieve muy claramente y de una vez para siempre la incompatibilidad de la concepción
1 “La voz de los antepasados”, 1935, publicado bajo el seudónimo de Wulf Sörensen.
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nacional-socialista de la vida y la del cristianismo, como sólo pudiera desearlo cualquier admirador incondicional de una de estas dos filosofías: “Un pueblo que ha retornado a su sangre y suelo y que ha comprendido el peligro del judaísmo internacional, no puede tolerar más una religión que hace de las escrituras de los judíos la base de su evangelismo. Alemania no puede ser reconstruida sobre esta mentira. Debemos apoyarnos en las sagradas escrituras que constan escritas claramente en los corazones alemanes. Nuestro grito ordena: ¡Al diablo con Roma y Jerusalem! ¡Vuelta a nuestra fe alemana natural en la forma actual! Que nuestra Patria sea sagrada, que nuestro pueblo sea eterno, que sea divino, esto es lo que queremos construir”1. Y la segunda de las 25 tesis —parece haber escogido el número para armonizar con los 25 puntos del programa del Partido nacional-socialista y para mostrar que en definitiva la nueva (o mejor eterna) “religión alemana” es inseparable de la creación de un verdadero estado nacional en Alemania— “la segunda tesis” , digo, “establece que la religión alemana es la forma religiosa adaptada a nuestra época que nosotros alemanes tendríamos actualmente, si nos hubiera sido garantizado desarrollar en paz nuestra fe alemana natural hasta el día de hoy”.
Denominará al cristianismo como “una religión perjudicial y antinatural que surgió hace 2000 años entre hombres enfermos, agotados y desesperados, que habían perdido su fe en la vida” (Ernst Bergmann), en una palabra, precisamente lo contrario a lo que hoy necesita el pueblo alemán (o dicho sea de paso todo el pueblo ario).
No recuerdo a escritor alguno que haya mostrado más fuerte y determinantemente la oposición entre el perpetuo espíritu ario y el cristianismo, y que en particular haya destacado más claramente el futuro como Ernst Bergmann. Está fuera de duda que no se ha querido dejar revivir el culto a Wotan o alguna forma de culto nacional de la antigüedad, en la manera tal a como fue en aquel entonces. La rueda de la evolución nunca gira hacia atrás. La religión de la renacida Alemania solo puede ser la que hoy hubiera prosperado floreciente, como la consecuencia natural en la evolución del
1 Ernst Bergmann: “Las 25 tesis de la religión alemana”.
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antiguo culto nórdico, si no hubiese destruido la libre expresión de fe germánica “Carlos ese asesino franco” —como el profesor Bergmann llama a Carlomagno— e impuesto el cristianismo a fuego y espada a las razas germánicas en los siglos VIII y IX, o mejor dicho, Roma no hubiese caído como botín en manos de la “nueva superstición”, que fue introducida por los judíos, como expresase su primer emperador. Y lo que pueda decirse de la nueva religión alemana vale del mismo modo para la nueva religión deseable para todo pueblo ario resurgido que ha de organizarse por un verdadero estado nacional.
La única religión internacional —si es que debiera existir tal— tendría la necesidad de ser una religión de la vida sumamente amplia y sencilla que lleve en sí todos los cultos nacionales, domine y no esté en oposición con culto alguno (suponiendo que se trate de un verdadero culto popular, y no sobre las mismas deformaciones sacerdotales), que sea la veneración instintiva de la luz y el calor —de la energía de la vida que no sólo es la religión natural del hombre, sino de todos los seres vivientes, en cuanto estos pueden ser conscientes de ello. Efectivamente todas las religiones nacionales debieran contribuir a ello, a llevar a los hombres esta suprema veneración a la divinidad en la vida; pues en ninguna parte puede ser mejor experimentada colectivamente la divinidad —en la masa— que en la conciencia de la raza y el suelo. Y ninguna religión que no esté grabada determinantemente por particularidades locales (geográficas o raciales), jamás debiera ser internacional. Si llega a ser tan internacional —como el cristianismo y el Islam— es porque es el resultado de una esclavización cultural de muchas razas bajo el espíritu de una de estas, del que nació la religión o por el que llegó a alcanzar una posición relevante.
Un musulmán indio, en la medida que es un musulmán escrupuloso, está fuera del grupo de civilización india1. Y en la medida
1 Este es un pensamiento que he expresado con frecuencia duran te mi larga lucha en India contra esas religiones de la igualdad que no torman en consideración los problemas raciales. Sin embargo los antiquísimos culto s y costumbres no ario s jamás fueron sometido s en forma alguna a la noble cultura aria de los invasores sánscrito-parlantes; pues los último s habían reconocido los principio s de la heterogeneidad de las razas, y la trascendencia del componente racial en la religión. Los cultos y costumbres no arios pudieron sobrevivir, y existen hasta el día de hoy.
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que un europeo acepta el cristianismo, acepta las cadenas del ideario judío. Y un norteuropeo en la medida que abraza el cristianismo, en particular el catolicismo, acepta más allá de este, la servidumbre de Roma. Alemania, la primera nación aria que en la medida que se rebeló contra el yugo judío —tanto cultural como económicamente— es también la primera nación nórdica que, sea como fuere en el siglo XVI se sacudió en parte la menos desconocida, pero aún extraña servidumbre de Roma1.
Nada muestra mejor el espíritu de la elevación religiosa —de la liberación religiosa— que se prepara poco a poco bajo el influjo del Nacional-socialismo que el grito del Bergmann: “¡fuera de Roma y Jerusalem! ¡Vuelta a nuestra fe innata en su forma actual!”
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La misma brillante idea —la misma reivindicación de la eterna fe aria en la actual forma germánica— la realiza Johann von Leers en “Historia sobre los fundamentos raciales”, que ya mencioné. También aquí se encuentra aplicada, en el ámbito de la religión y de la cultura, esa ardiente pretensión legal del norte ario que tal vez constituya el rasgo característico del Nacional-socialismo en el plano político. Pues un despertar político del género al que Adolf Hitler consiguió, que agitó hasta en lo más profundo a toda una nación, no puede ocurrir sin un despertar paralelo en todos los campos de la vida, especialmente en el de la cultura y la religión, del ideario, dicho genéricamente. También se encuentra en este punto, esta vez entre las extensas investigaciones en antiguos escritos de Hermann Wirth, una protesta contra la idea que predomina en todo el mundo judío y cristiano, de que el antiguo “norte ario” era algo “primitivo” y “bárbaro”; y una noción de futuro a la que Alemania sobre todo y las razas arias por extensión, se elevarán a una grandeza sin precedentes, después de haber redescubierto su glorioso y eterno ser colectivo.
1 Hasta cierto punto la capital del Imperio romano con sus diversas mezclas raciales que allí tuvieron lugar, y las así influencias resultantes, aún puede ser llamada aria.
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El pasaje del libro de Johann von Leers, unas páginas después de un rendimiento de honor para Adolf Hitler como el más grande renovador del pueblo por milenios, es valioso de reproducirlo en todo su tenor: “Tras una época de decadencia y de aniquilación racial nos acercamos ahora a un periodo de purificación y desarrollo, que decidirá una nueva época de la historia del mundo. Si miramos miles de años atrás, encontramos que nos hemos aproximado de nuevo a la gran y eterna orden de la experiencia de nuestros antepasados. Ta historia del mundo nova hacia adelante en línea recta, sino que se mueve en curvas. Desde la cumbre de la cultura nórdica de origen en la antigua edad de piedra, hemos caminado durante siglos por los profundos valles de la decadencia, sencillamente, para levantarnos una vez más a una nueva cima. Esta cumbre no será más pequeña que la antaño abandonada, sino mayor, y ello no solo en los bienes externos de la vida” . . . . “No recorrimos la vasta muerte espiritual del periodo capitalista para ser extinguidos. Sufrimos para levantarnos otra vez bajo el símbolo que nunca nos dejó en la estacada, bajo la cruz de la vetusta edad de piedra, la antigua y sumamente sagrada cruz gamada”1. Todavía no estaba fijada la forma de una moderna religión aria en todos sus detalles —¿y ella cómo podía ser?. Su deber será conducir la conciencia— en lugar del envejecido cristianismo. Pero la necesidad de tal religión no podía ser sentida y exteriorizada más vigorosamente; su espíritu y rasgos principales estaban ya determinados. Es la sana religión de la alegría, de la fuerza —de la belleza— tal como la procuré dibujar al comienzo de este libro. Dicho de otra manera, es la eterna visión del Nacional-socialismo que se eleva hasta la más elevada esfera vital.
He recordado antes las sabias palabras del Führer que se referían al crecimiento paulatino de una nueva religión, que concordaría mejor con las necesidades del pueblo que el cristianismo, pero que no obstante, sólo locos y criminales pueden destruir precipitadamente la existente antes de que se manifieste efectivamente esa nueva fe”2.
1 Johann von Leers: “Historia sobre los fundamentos raciales”.
2 Adolf Hitler: “Mi Lucha” I, Cap. 10.
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Cuando escribió “Mi Lucha” en 1924 sintió evidentemente que el tiempo para esa evolución hacia adelante aún no estaba maduro. Tras todo lo que se lee en los célebres diarios de Goebbels, que publicaron nuestros enemigos en 1948 (motivo por el cual no se sabe hasta qué punto son originales) parecía Hitler estar en perfecta armonía con el ministro de propaganda del Reich en radical oposición a las iglesias y al mismo tiempo con el trato prudente de la cuestión religiosa durante la guerra.
Mientras la guerra rugía, indudablemente no era el momento apropiado para dedicarse a tales modificaciones y así de repente acaso dar a comprender a cierta gente que se combatía por una causa que un modo alguno deseaban eventual. Pero si la victoria se hubiese conseguido, entonces hubieran sido echas posible muchas cosas que no lo parecían. Conforme a los “diarios”, el Führer planeaba tras la guerra proponer al pueblo cambiar paulatinamente sus hábitos alimenticios, con objeto de preparar un final al espanto permanente en los mataderos1 —de uno de los proyectos más dignos de alabanza, que nunca fue tomado seriamente en consideración en la historia de occidente2, que en caso de ser puesto en práctica colocaría en seguida a Alemania a la cabeza de todas las naciones y por su concepción moral se habría elevado muy por encima del estándar de la civilización cristiana. Seguramente también planeó la formación gradual de una visión religiosa que hubiera sido digna del orden nuevo que quiso fundar. Por los más entregados radicales entre los miembros activos del Partido —el cuerpo de élite— los hombres-SS, se esperaba encontrar sólo en la Weltanschauung nacional-socialista todos los elementos de la vida interior, sin tener algo que ver con las iglesias cristianas y su filosofía. Y si uno se acuerda de la declaración privada —no pública— más sensacional, que en todo caso se le atribuye, se está convencido de que era consciente de la insuficiencia del cristianismo
1 “Un extenso capítulo ha dedicado Hitler a la cuestión vegetariana. Cree más que nunca que la alimentación cárnica no es correcta. Naturalmente sabía que durante la guerra no podíamos modificar perfectamente nuestro sistema de alimentación. Sin embargo, tras la guerra tenía también el propósito de abordar este problema”.
2 Una sola vez, en el siglo 3 antes de Cristo el emperador indio Asoka prohibió la matanza de animales en gran escala.
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como la religión de un pueblo sano, arrogante, orgulloso y dominador. El mismo enfoque mostró cualquiera de sus más atrevidos pensadores, sobre todo también el mismo Heinrich Himmler y todos aquellos que denominó en su maravilloso librito como “nosotros paganos”.
Sé que las declaraciones que son atribuidas a un hombre, ya por ser un admirador en el sentido de una alabanza, ya por ser un enemigo con sentimientos de odio, la mayoría de las veces son de dudosa autenticidad. Pero si son citadas para elogiar al mencionado que debe haberlas expresado, entonces en realidad le reprueban, o si se citan manifestaciones “terribles” con la intención de dañar al hombre que debe haberlas hecho, en realidad de esta manera se le hace una alabanza, y si además las palabras son por casualidad hermosas, sinceras e inteligentes como para que el informador las hubiese podido inventar en conjunto, entonces se pueden, creo, aceptar como genuinas o después de todo, probablemente genuinas.
De los muchos libros que se han escrito con el fin de arrojar inmundicia sobre nuestro Führer he leído solo uno de arriba abajo; —el trabajo del traidor Rauschning, que fue traducido al inglés con el título de “Hitler speaks” —. Él único que leí no solo con interés, sino con elevación interior; pues es (muy en contra de la intención de su autor) uno de los mejores tributos que se rindió al salvador de las razas arias. Si yo hubiera venido a la jungla desde lejos, e incluso nunca hubiese oído antes del Führer, sólo el libro me hubiera convertido en su partidaria —“más joven”— sin la menor reserva. ¿Debiera calificar al editor como un canalla por semejante excelente propaganda? ¿O es justamente un perfecto loco, un muchacho que se unió al movimiento nacional-socialista cuando en modo alguno era su deber hacerlo, y el cual se estremeció lleno de miedo tan pronto como comenzó a comprender cuan contrarios eran en el fondo sus fines a los nuestros? Sus fines eran por lo visto los de un “burgués” mediocre. Después de volverse contra nosotros, realmente no mintió, no necesitaba hacerlo. Escogió de las declaraciones del Führer las que a él más espantaron, y también las que en igual manera le espantarían.
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Escribió “Hitler habla” para uso de todos los burgueses mediocres del mundo. Porque había millones de ellos, y porque el mundo que representaban pronto debía llevar una guerra contra el Führer, fue el libro un éxito económico y a la vez ideológico1 —la clase de éxito que el autor había deseado: Causó la indignación de los “honestos” Untermenschen2 de toda clase contra el Nacional-socialismo. Pero algún día (si sobrevive), un arianismo resurgido lo contemplará como el tributo no intencionado de un enemigo “al más grande europeo de todos los tiempos”.
Las frases de Hitler sobre el cristianismo que Rauschning reproduce en el capítulo 4 de su libro, serían admiradas, no criticadas, en un mundo ario que consecuentemente estaría penetrado con una conciencia nacional-socialista; pues contienen nuestro espíritu —y suenan veraces para no ser ciertas: “¡Deja la sutileza a los demás!” dijo el Führer a Hermann Rauschning antes de que el último hubiese renegado. “Ya se trate del Antiguo o Nuevo Testamento o simplemente sobre las sentencias de Jesus (según H. St. Chamberlain), es siempre el mismo engaño judío. No nos haría libres. Una iglesia cristiano-alemana, un cristianismo alemán es una deformación. Se es bien alemán, o bien cristiano. No se puede ser ambos. Se puede apartar al epiléptico Pablo del cristianismo —otros lo han hecho antes que nosotros. Se puede convertir a Cristo en un noble ser humano y negar su divinidad y su rol de salvador; la gente lo ha hecho durante siglos. Creo que hay hoy tales cristianos en Inglaterra y América —se denominan unitarios o algo parecido. Eso no sirve de nada. No se puede emancipar del ser espiritual, lo oculto. No queremos gente que dirija la vista, pasando sobre la vida, hacia la muerte. Necesitamos hombres libres, que sientan y sepan que Dios vive en ellos”3. En efecto, por muy inteligente que pueda haber sido Rauschning, sin embargo no era un hombre como para tramar este discurso por pura imaginación propia. Como muchas otras manifestaciones que atribuye al Führer en su libro, esta lleva muy fuerte el sello de la sinceridad en la fe —de
1 Hubo hasta 1940 cinco ediciones del libro y seguramente con posterioridad a esa fecha aún más.
2 Subhombres.
3 Hermann Rauschning: “Hitler habla”, 5a edición, Londres 1940.
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la verdad— como para ser una mera invención. Además encaja exactamente en muchas conocidas manifestaciones del Führer, en sus transmisiones escritas, en el espíritu de toda su doctrina, que como ya dije anteriormente es mucho más que una simple ideología sociopolítica. Pero aparte de lo que siempre se dice y escribe en aras de la conveniencia actual, permanece la verdad de que el Nacional-socialismo y el cristianismo cuando son ambos llevados hasta su lógica deducción final —entiendo cuando son experimentados y vividos con toda seriedad— es imposible que puedan ir juntos. El Führer consideraba precipitado adoptar públicamente una actitud contraria a la doctrina cristiana como también a las iglesias, lo que habría requerido la intolerancia natural de nuestra Weltanschauung; pero él sabía que solo podíamos ganar a largo plazo, si nosotros, tratándose de cualquier punto básico, manteníamos la misma intolerancia de todo movimiento que está persuadido seriamente de: “que sólo él está en el camino cierto”1. Y sabía que antes o después nuestro conflicto con el orden existente a nivel religioso y filosófico como también en otros dominios debía producirse forzosamente. Esto es ineludible. Y este conflicto solo ha sido aplazado por la derrota material de Alemania —tal vez (¡quién sabe!) en armonía con la voluntad oculta de los Dioses para hacer posible que madure a más largo plazo el tiempo de los pueblos arios, y los alemanes en especial, para entender finalmente con ello cuan poco puede colmar el cristianismo su más honda aspiración y cuan locos debieran ser si tolerasen que el cristianismo se coloque entre ellos y la fe aria inmortal, que encierra en sí el Nacional-socialismo.
Esa fe aria —esa veneración del sano, del fuerte, del sol y tantas virtudes; ese culto a la raza y al suelo— es la expresión nórdica de la religión universal de la vida. Es —como espero— la religión del porvenir de Europa y al menos de una parte de Asia (y naturalmente de todos los países en los que predomine el ario). Algún día recordarán
1 Adolf Hitler: “Mi Lucha” I, Cap. 12 . . . “El porvenir de un movimiento estará condicionado por el fanatismo, y hasta por la intolerancia con que sus partidarios le representen, como el más justo, y le impongan frente a otras creaciones de índole semejante”.
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esos millones al hombre que fue el primero que dio en 1919-1920 a Alemania el impulso divino hacia la elevación incomparable; al hombre que ahora odia y calumnia el mundo desgraciado, nuestro Hitler.
Ahora, puesto que estoy aquí encarcelada por causa del amor a él, se encuentra mi gran alegría en la gloriosa esperanza de que esos arios renacidos —esos hombres y mujeres absolutos de la futura “Edad Dorada”— algún día le depararán honores divinos.
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